Miguel-Anxo Murado: «La UE entró en una vía muerta»

Leoncio González REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Pilar Canicoba

El escritor, periodista y guionista afirma que obtener el Fernández Latorre es «recibir un premio del pueblo gallego»

25 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

«Recibir un premio de La Voz es casi como recibir un premio del pueblo gallego». Miguel-Anxo Murado (Lugo, 1965) no oculta el orgullo que le produce la concesión del Fernández Latorre. La Voz, argumenta, ha creado el imaginario de Galicia. «Para mí, tener este premio es como ser una parte de ese imaginario».

-Ha hecho el camino inverso al que recomendaba Hemingway. Él sugería ir del periodismo a la literatura pero usted empezó en la literatura y llegó al periodismo. ¿Qué le da que no encontrara antes en la literatura?

-Realidad. En la literatura uno corre el riesgo de acabar viviendo una vida de papel. Es un trabajo muy solitario en el que uno lee y escribe, lee y escribe, y en el que todo acaba girando en torno a la propia imaginación. El periodismo permite conocer sitios y gente. A mí, me enseñó a escribir. El periodismo es intentar entender un asunto para explicarlo bien y ese esfuerzo de entender y de explicar no siempre está claro en la literatura.

-¿Limitó la idea que tenía de lo que debía ser su obra?

-Al contrario, me enseñó a ser humilde. Cuando uno empieza a escribir libros muy joven, es fácil que piense que tiene más importancia de la que en realidad tiene. En el periodismo uno debe demostrar el mucho o poco talento que tiene todos los días.

-Poesía, teatro, narrativa, cuento, ensayo político, divulgación histórica. Toca todos los palos.

-Sí, escribo con el mismo interés y con el mismo esfuerzo un artículo en la prensa, un guion de telenovela o un libro de poemas. Para mí es lo mismo. Todo es ser escritor. Pero si tengo que buscar una secuencia, es verdad que he tenido cada vez más interés por las formas más breves.

-Salta del gallego al castellano y al inglés. ¿Existe una manera de escribir en un periódico según la lengua?

-Desde luego. No es ya la manera de titular las noticias, totalmente diferente en cada sitio. Es algo más. Hay toda una retórica, una manera de contar las cosas muy distinta en unos idiomas y en otros. En la prensa británica, por ejemplo, uno puede, incluso debe, utilizar la ironía. En la norteamericana está prohibido.

-¿Y el periodismo gallego en relación con el de Madrid?

-Hacemos un periodismo muy inglés, muy irónico. El periodismo madrileño es más agresivo, más directo, sin esas vueltas que nos distinguen a nosotros.

-¿Entienden fuera la incapacidad para negociar de la clase política española?

-No la juzgan, pero les interesa averiguar su causa. De hecho, es una de las cosas de las que más me toca hablar últimamente.

-¿Qué les dice?

-Que en España no existe apenas tradición de pacto. No es un problema solo de los políticos. Los propios votantes tienen una mala opinión de las coaliciones, en las que ven una traición al elector. Yo creo que es la mala costumbre de las mayorías absolutas. Llega al extremo de que incluso la abstención se considera una forma de apoyo. En el extranjero les resulta desconcertante.

-¿Con qué momento histórico cree que guarda más paralelismos el mundo de hoy? ¿Vivimos una época de renacimiento o es una etapa de declive?

-Todas las generaciones tienen esta conciencia de que viven un momento crítico, pero la nuestra es una época normal. Efectivamente hay muchos cambios y, en apariencia, son grandes porque que se está acelerando la transmisión de información y entonces todo reverbera más. Pero si uno da un paso atrás y compara... Yo siempre pienso en mi abuelo José María, que nació en un mundo en el que el medio de transporte era el caballo y murió en otro en el que existía el Challenger. El mundo que existía cuando yo nací y el que habrá cuando me vaya, serán más parecidos entre sí que los dos mundos de mi abuelo.

-¿Se está deshaciendo Europa?

-Yo no diría que se deshace, pero sí que el proyecto de la UE entró en una vía muerta. Pero esto tampoco es nuevo. Los avances en la integración europea son la excepción. Lo normal es el estancamiento. Es un proyecto demasiado ambicioso y en algunos aspectos innecesario. Lo ha hecho innecesario la globalización.

-Y se le amontonan los conflictos sin cerrar.

-Sí, pero yo diría que solo está en crisis el proyecto, no la idea de Europa. En esencia, la UE es el euro y la libertad de movimientos. Lo demás son unas instituciones que son un poco como el Senado en España. Buscan una función porque no termina de estar clara su utilidad. Yo creo que es ahí donde hay que trabajar y no recurrir tanto a la retórica. La UE es una organización y tiene que funcionar. No es conveniente rodearla de poesía y decir estas cosas que se dicen tanto ahora de que ha permitido la paz en Europa.

-¿Es federalista, partidario de más integración, o hay que respetar las soberanías nacionales?

-Era más federalista hace años. Ahora pienso que la federalización es muy difícil de conseguir y que incluso puede ser peligrosa porque crea tensiones que pueden empeorar las cosas. El estado nación es una idea que nos parece antipática, vieja, y que además arrastra el lastre de su historia. Pero, si somos sinceros, es la forma de estructurar sociedades que mejor ha funcionado. Por eso dura tanto. Sería un error prescindir de él a toda costa.

-Y parece mejor marco para la democracia.

-La UE tiene este afán universalista, que es muy noble y que comparto, pero también está la democracia. No se puede tener una cosa en detrimento de la otra y, puestos a elegir, creo que es más importante la democracia, no esta especie de despotismo ilustrado en el que una élite decide lo que es bueno para todos y luego hace campañas para convencernos.

-Esto nos lleva al populismo, ¿Es pasajero? ¿Se quedará?

-Creo que tiene mucho que ver con las redes sociales, con la facilidad para transmitir información, y con que crean pequeños guetos, guetos ideológicos, en los que uno puede pasarse la vida pensando que todo el mundo está de acuerdo con él sin que sea cierto. Esta parte se quedará porque esos medios van a seguir. Ahora bien, hay otro elemento del populismo circunstancial. Requiere una sociedad movilizada y eso es más difícil de conseguir de lo que parece. Solo ocurre durante un período limitado de tiempo.

-Se acaba la era de Obama. ¿Se puede hablar de un presidente transformador del tipo de Hamilton o Roosevelt?

-No ha podido serlo porque no tuvo las mayorías necesarias en el Congreso y porque, además, era un centrista, no un radical dentro de su partido. Sí me ha parecido que fue un presidente prudente después de varios presidentes imprudentes. La lección más triste de su mandato es que hemos visto los límites de la presidencia. En la cultura norteamericana existe un culto al presidente que lo hace parecer omnipotente y realmente no es así. Si un presidente no tiene mayorías en el Congreso, no consigue mover nada.

-Un presidente gallego en funciones, un gallego en la Academia. ¿Está de moda Galicia?

-Siempre hubo muchísimos políticos gallegos en Madrid. Es el préstamo de las élites. Las razones tienen que ver con una estructura social en Galicia que promueve un tipo de político con unas habilidades que son muy útiles aquí, y también tienen que ver con el tópico, con una manera de ser, con esa duda metódica, fingida, que permite maniobrar con más facilidad en situaciones complejas, como la Restauración o la democracia actual. Los que hemos nacido en provincias tenemos unas ambiciones y a la vez una humildad para conseguirlas que nos hacen más listos y más rápidos que personas que han nacido en grandes capitales y que estuvieron siempre cerca del poder. Es lo que llamaría síndrome del seminarista gallego. El estudiante de seminario que sale de una aldea y que luego, una vez que adquiere cultura, la pone a trabajar y llega a cualquier sitio.

«Hay un exceso de opinión en las columnas de opinión»

«Me parece que hay un exceso de opinión en las noticias, pero también que hay un exceso de opinión en las columnas de opinión. El columnismo se ha ido convirtiendo más en un argumentario que en otra cosa», denuncia Murado. «Yo echo de menos un periodismo de opinión que reflexione sobre las cosas abriendo interrogantes, buscando los matices, tratando de ver las dudas que suscita algo, cuestionando la primera idea inmediata que se nos ocurre, y sobre todo, un columnismo menos partidista».

A su juicio, sin embargo, hoy predomina el sectarismo. «Cuando se ve o se oye una tertulia uno inmediatamente identifica la tendencia ideológica, partido por partido, de cada participante. No debería de ser así. Naturalmente que todos tenemos ideas, pero hay un exceso de tendenciosidad. A mí me gusta más, y creo que es más creíble, dar un paso atrás y valorar algo desde más de un punto de vista y luego efectivamente sacar conclusiones. Pero siempre tratando de ver el punto de vista del contrario sin despreciarlo de partida».

Cartas al director

Murado no oculta su escepticismo sobre la importancia que hoy se otorga a las redes sociales. «En la red no hay nada que pueda sustituir al periodismo. Lo que hay es lo que eran antes las cartas al director elevado a categoría cósmica. Y eso no es información. La mayor parte de las noticias que contienen proceden de los medios tradicionales. Si se diese el caso de que la red destruyese ese periodismo tradicional nos quedaríamos sin periodismo».

¿Y el futuro de la prensa? «No lo sé, no soy adivino, pero lo que sí sé es que llevamos veinte años oyendo hablar de la muerte de la prensa y que la prensa sigue aquí, con muchos problemas, es cierto, muchas veces confundidos con la crisis económica, pero defendiendo su influencia».

Según dice, el periodismo de Internacional es importante para Galicia por los intereses globales que tiene. «Las noticias de Venezuela o Gran Bretaña, por ejemplo, no son noticias del extranjero. Hay muchos gallegos que las sufren». «Aparte de eso, yo diría que esa información tiene un valor añadido: cuenta historias que no nos involucran de forma directa y que nos permiten ver con más frialdad cómo funciona el mundo en realidad. Son una especie de parábola, ejemplos útiles sobre la política, la moral o la historia, observados de una manera objetiva porque, cuando nos afecta a nosotros, nos volvemos más parciales».