Hay vida después del Alvia y se llama Triana

Pablo González
Pablo González REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

BENITO ORDOÑEZ

Conchi Díaz perdió a un hijo en el accidente del Alvia y se planteó volver a ser madre con 46 años. Su hija tiene ahora un año

24 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Conchi Díaz tiene una voz temblorosa cuando recuerda aquel viaje infernal desde Navalmoral de la Mata, en Extremadura, hasta Santiago. Su marido Antonio poniéndose en lo peor: que su hijo estuviera entre los muertos por el accidente ferroviario. Ella calmándolo, porque quería que al menos condujera tranquilo. «Pero yo soy enfermera, y sé que si estuviera en un hospital ya nos habrían llamado. Yo me temía lo peor», dice. No puede olvidarse de aquel viaje infernal y su marido mascullando, desesperado, mientras conducía: «El niño está muerto». Al principio se consolaban con que David Martín Díaz y su novia Laura Naveiras Ferreiro, ambos estudiantes de Medicina en Lérida, tenían como destino A Coruña, y el Alvia accidentado era un Madrid-Ferrol. No sabían que el convoy continuaba después hacia la ciudad naval. La alerta la dieron los padres de Laura, que los esperaban en la estación de A Coruña. Los niños no habían llegado.

En las larguísimas horas en Santiago esperando que alguien les confirmara lo peor -ni siquiera les dijeron nada cuando les tomaron una muestra de ADN, con todo lo que eso implica-, Conchi le dijo a su marido: «Como le haya pasado algo al niño, vamos a ir a por otro hijo».

Tras la entrega del cadáver de su hijo de 21 años y el multitudinario entierro -David era un chico muy querido, con una gran vocación por ayudar a los demás que quería desarrollar convirtiéndose en médico- Conchi pasó los duros días posteriores a la pérdida arropada por su familia, el principal apoyo en un proceso que, desgraciadamente, nunca se cierra. «Perder a un hijo es lo más duro que te puede pasar en la vida. Es algo que nadie debería conocer», dice. Tiene un buen recuerdo de los psicólogos y voluntarios de la Cruz Roja que les ayudaron en la inmisericorde espera en Santiago. Después fue a grupos de terapia con padres que sufrieron la pérdida de sus hijos, «pero algunos los habían perdido hace ocho o nueve años y estaban peor que yo». Conchi define su situación como si le hubieran «arrancado» algo. «Esto no debería pasarle a nadie».

Apoyo familiar

Conchi Díaz es una mujer fuerte, pero la principal ayuda cuando volvió a su casa y notó el vacío de la ausencia de su hijo fue su familia y embarcarse en el proyecto que le había propuesto a su marido: tener un tercer hijo, un deseo que tuvo hace años y no cumplió, pero que permaneció ahí, como una «espinita clavada», durante mucho tiempo. Cuando se planteó quedarse embarazada tenía 46 años. Aunque los médicos le advirtieron de que la edad podía ser una complicación, se plantearon someterse a un tratamiento de fertilidad. Un año y dos meses después del accidente del Alvia, Conchi estaba embarazada. «La edad era evidentemente un inconveniente, pero soy una persona sana, no fumo ni bebo, y me encontraba fuerte para asumir un embarazo y un parto. Así que no me convencieron y nos propusimos intentarlo», comenta.

Triana nació el 18 de junio del 2015 por cesárea en el hospital en el que trabaja Conchi, diecinueve años después de que tuviera a su otra hija, Paula, también muy afectada por la muerte de su hermano. Recuerda la «fiesta» que hubo aquel día en el quirófano: todos sus compañeros eran conscientes de lo importante que era ese bebé y lo celebraron por todo lo alto. Triana, que ya tiene un año, se parece mucho a su hermana, pero tiene los ojos de su hermano. La pequeña duerme en la habitación de David, rodeada de fotos de su hermano que a menudo le enseñan. «Sonríe y lo llama tato, porque ya empieza a balbucear». Así explica Conchi la relación de la pequeña con su hermano ausente. «A veces me da pena que mi hijo no conociera a Triana. Pero también pienso que ella no estaría aquí si él siguiera con nosotros».

La alegría de la casa

Triana es ahora la alegría de la casa, el acicate para superar al menos la desgana por vivir tras un acontecimiento tan desgarrador. Su hermana, a la que también ayudó a superar la tristeza por la pérdida de David -ambos estaban muy unidos-, es como una segunda madre para ella. Su marido también sale adelante gracias a la alegría que impregna todo cuando un bebé llega a una casa. Pero Antonio lo pasó muy mal. Tras la muerte de su hijo, pasó cerca de dos meses en la cama, sin querer levantarse. «Hasta que un día se levantó. Me dijo que había soñado con nuestro hijo y que le dijo que tenía que levantarse porque él siempre le había enseñado a levantarse a pesar de las dificultades». Aquella frase -«Papá, tienes que levantarte de la cama»- escuchada en sueños funcionó. Antonio no podía traicionar sus propias enseñanzas.

También Conchi, los primeros meses, iba todos los días al cementerio. «Pero ya no voy tan a menudo. Sé que él no está allí. Está en todos los lados, pero allí no. Ahora solo voy cuando me apetece». Dice que ahora no es creyente. «Si en realidad hay Dios no entiendo por qué ha permitido esto. Pero sí creo que volveré a ver a mi hijo. La energía no se destruye, solo se transforma».

El bautizo de Triana fue todo un acontecimiento. Son una familia muy querida. Y todo esto hace pasar a un segundo plano lo mucho que sufrieron, por ejemplo, cuando esperaban que le confirmaran si su hijo estaba entre los fallecidos. Ante esa tardanza, el matrimonio hizo gestiones para que, a través de la comandancia de la Guardia Civil de Navalmoral, pudieran confirmar lo que nunca querrían haber confirmado. Conchi guarda todavía en su móvil las últimas conversaciones con su hijo. El último wasap es de las 20.30 horas del día 24 de julio del 2013, apenas diez minutos antes del accidente. «Aún estoy esperando que alguien de Renfe o Fomento me llame para pedirme perdón», dice, mientras cuenta, algo más ilusionada, que los compañeros de medicina de su hijo quisieron incluir a David y a Laura en su orla. Le llegó hace poco.

Dos estudiantes de medicina en lo mejor de la vida

David Martín Díaz, un gran aficionado a los caballos, viajaba a A Coruña con su novia gallega, Laura Naveiras Ferreiro, después de haber estado unos días en su tierra natal, Extremadura. Ambos tenían 21 años, estudiaban medicina en Lérida y tenían una gran vocación profesional. Sus familiares destacan lo mucho que se querían. Tras el descarrilamiento en Angrois, murieron en el acto. Ahora los padres de ambos tienen una amistad muy estrecha.