Concentración, nervios y una pizca de postureo en la semana de exámenes universitarios

Jorge Casanova
Jorge Casanova A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

Fines de semana y festivos saturan las instalaciones dedicadas al estudio por los centros educativos de toda Galicia

23 may 2016 . Actualizado a las 10:53 h.

-Yo en mi casa no puedo estudiar porque tengo un enemigo que no me deja concentrarme: la nevera. Si vengo aquí, en el momento en que me concentro, va todo de corrido.

Lo admite un joven aspirante a ingeniero que fuma a la puerta del edificio Joana de Capdevielle, en el coruñés campus de Elviña. Es uno de los dos puntos abiertos en la ciudad el fin de semana. Cuando las bibliotecas están cerradas, esta instalación y la más veterana de Riazor, son la única alternativa para los que ya saben que en casa se pueden hacer muchas cosas, pero que estudiar en serio no es una de ellas. Solo en A Coruña, un fin de semana como el que acaba de pasar, con la temporada de exámenes recién iniciada, estas dos aulas mueven a unos 1.200 universitarios al día.

El fenómeno es similar en otros puntos de Galicia, con instalaciones y horarios de todas las gamas. En Santiago, el asunto provocó estos días una pequeña revuelta estudiantil que desembocó en un acuerdo entre los estudiantes y la Universidad para la ampliación del horario de la biblioteca Concepción Arenal de las tres a las cinco de la mañana.

Dice el personal que trabaja en estas instalaciones que este año aún no se han llenado, pero la sensación entre la chavalada es que sí. El día das Letras. «No creo que sea una cuestión de falta de plazas. Más bien de falta de comodidad», sugiere uno de los empleados en el edificio de Riazor. Y, aunque las aulas tienen más encanto, parece claro que la gente allí está algo apelotonada: seis plazas por mesa. Sobre todo cuando la instalación se llena. El domingo por la tarde, estaba casi al cien por cien.

Durante estos días, las plazas se cotizan y los estudiantes cubren algunas con apuntes para guardar el sitio mientras van a comer o para hacer tiempo para que llegue algún compañero. «Eso me pone malo -protesta Pablo, un estudiante de Económicas de 24 años -. No puedes quitarle el sitio a alguien solo porque ha decidido venir antes que tú». Normalmente, los días en que no hay sitio, a las cuatro de la tarde, los empleados retiran los apuntes que ocupan plazas en las mesas sin que estén sus dueños. El que se retrasa en la comida, puede quedarse sin su asiento. Son las normas.

Vida social y «divineo»

La nevera, la televisión, y los compañeros son los motivos más socorridos para justificar el cambio de la comodidad de la habitación propia a la ceremonia comunitaria de las aulas de estudio. «Bueno, aquí también hay mucha vida social», comenta uno de los encargados del centro de Riazor. «Es verdad, se liga mucho», confirma otra estudiante asidua a las dos aulas. «En cierto modo es como ir al botellón, pero con libros y sin alcohol», admite Marta, una opositora de 27 años con muchos cursos estudiados en ese edificio.

«Lo cierto es que también se conoce mucha gente», apunta otra estudiante. Muchos de los usuarios de estas instalaciones dedican entre siete y nueve horas al estudio. Es normal que busquen algún momento de desconexión: «Si vienes con gente la angustia es menor», sentencia Selina, una estudiante de Arquitectura de 21 años. Así que alrededor del aula no solo hay tensión y preocupación, sino también algo postureo. «Y en algunos casos de divineo», apunta una futura enfermera: «Las hay que vienen a estudiar con tacones».

Pese a todo, sobre las mesas hay tensión. Se ve de lejos; la mayoría de las caras reflejan nervios y concentración. Esa tensión sin embargo se gestiona con bastante civismo. «Es muy raro que tengamos que intervenir», dice Alberto, que controla la actividad en el edificio del campus, «Actuamos con mano izquierda porque la gente está en días de gran tensión, pero suelen ser comprensivos».

Solo agua

Las normas establecen que al aula solo se puede entrar con agua. Nada de comida, ni café, ni otras bebidas. Cuestión de higiene. Sin embargo, no es extraño escuchar sobre el irregular bisbiseo que envuelve el ambiente del aula, el suave estallido de una lata al abrirse. También está muy prohibido el sonido del móvil, pero eso no es un problema. No se oye ni uno. Otra cosa es el WhatsApp, que echa humo dentro y fuera del allí.

Los enchufes suelen ser otra fuente de preocupación porque siempre son insuficientes. Muchos estudiantes acuden con un portátil o una tableta, lo cual no solo genera un problema para mantenerlos enchufados sino también encarece la cuestión del espacio. Estos días de afluencia masiva, en Riazor se pide el carné de la Universidad. Supuestamente, opositores y estudiantes de Bachillerato que ya están preparando la selectividad, no podrían entrar, aunque alguno se cuela. «Yo todavía tengo mi carné de la UDC», dice un aspirante a Guardia Civil que espera opositar este verano.

«Aquí no solemos tener problemas», comenta Luis, un empleado del edificio de Riazor, «Aunque a veces suceden cosas raras. Una vez me encontré con cuatro estudiantes que tenían un conejo en una mesa y me dijeron que no tenían con quien dejarlo en casa». De esas, pocas. Como máximo, recogen los apuntes sin dueño, piden a los que se cuelan con una lata, que se la beban fuera, o exigen silencio. Hasta finales de julio, todavía queda mucho que estudiar y mucha tensión que cocer. Que sea para bien.

«Yo vengo porque en mi casa tengo un enemigo: la nevera», dice un estudiante

El sonido del móvil está prohibido. No se oye ni uno. Eso sí, el WhatsApp echa humo.