Galicia se queda sin cabinas de teléfono

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

MARCOS MÍGUEZ

La generalización del móvil las sumió en crisis, y la adjudicación a Telefónica expira este año

07 feb 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No comprenderán realmente cuánto se puede echar de menos una cabina de teléfono público hasta que un día, de casualidad, pierdan el móvil. Hasta los que han usado alguna vez el aparato de monedas de un bar para llamar al novio o aquellos locutorios de los años noventa a los que se bajaba para dar el parte semanal a casa cuando se estudiaba fuera parecen haber olvidado la importante función de la cabina. Sobre todo en un pueblo de montaña donde la cobertura es la que es.

Desde hace un par de años la proliferación de smartphones ha provocado que esos pequeños aparatos almacenen media vida (fotos, correo electrónico, agenda y hasta el vídeo del bautizo del hijo de tu prima). Perderlo puede hacernos entrar en shock e incluso puede generar un estado de ansiedad que empieza a preocupar a los psicólogos. «Todavía no podemos diagnosticar la adicción desde el punto de vista científico, pero desde la práctica clínica se constatan cada vez más casos. Términos como nomofobia, vamping, phombies o crackberries dan cuenta de ello», explica el investigador de la USC Antonio Rial Boubeta. Incluso el hecho de que se acabe la batería puede motivar ansiedad.

La tecnología ha creado dependencia. Más de dos millones de gallegos usan teléfono móvil, según los últimos datos del Instituto Galego de Estatística (IGE). Y esa proliferación ha provocado que las cabinas telefónicas hayan ido perdiendo terreno frente a sus modernos primos. Ahora hay unas 1.200 en toda la comunidad (206 de R y el resto de Telefónica), más de un 97 % menos que hace 15 años. El Reglamento sobre las Condiciones para la Prestación de Servicios de Comunicaciones Electrónicas obligaba a dar ese servicio y a tener una cabina cada 3.000 vecinos. Por eso, en su día el Gobierno dio a Telefónica su explotación. El mandato expira a finales de este año. Probablemente no se renueve y puede ser complicado que algún operador se haga cargo de las cabinas. Porque en Galicia, como publicó hace unos meses La Voz, únicamente resultan rentables en O Barco de Valdeorras.

Pero muchas de las que hay ni funcionan. No es complicado comprobarlo, sobre todo cuando se sufre la experiencia de perder el móvil en pleno centro de una ciudad. El corazón comienza a latir más rápido al no encontrar el aparato en el bolso. Después de buscar y rebuscar, la primera parada suele ser un bar. Las pulsaciones se aceleran cuando la camarera dice que no tienen ya el teléfono verde de monedas. «Pero justo ahí hay una cabina», dice mostrando una a través del cristal.

El problema aumenta como una bola de nieve cuando para usar la cabina, a falta de saber la cotización del minuto, se echa un euro. La moneda no va. Cae una y otra vez. Ocurre igual con otra más pequeña. Nada, no se puede llamar. Otro recurso es regresar al hogar para utilizar el teléfono fijo con sus minutos de llamadas gratuitas a fijos que viene incluido en el paquete de Internet que ofrecen buena parte de las compañías. La cuestión es que el que ha perdido el terminal no sabe de memoria el número de teléfono al que tiene que llamar. No es más que una consecuencia de utilizar repetidamente la agenda.

La desesperación aumenta. La única solución que queda para hallar el móvil es recorrer de nuevo palmo a palmo el tramo en el que supuestamente pudo haber caído el aparato para que no solo sean los ojos los que buscan. Un obrero que trabaja en un portal deja prestado su teléfono al desesperado dueño del móvil desaparecido. «No se preocupe, que tengo tarifa plana», dice amablemente. Para que el hombre se fíe le dejan un perro en prenda. El teléfono no aparece. Bloquearlo, ponerlo modo perdido no resulta complicado gracias a una aplicación que había descargado el propietario. De todas formas, para que el operador pueda buscarlo hay que poner una denuncia. Pero no hace falta. Después de incontables llamadas, la voz amable de un hombre se escucha al otro lado de la línea.

-¿Quién es?

-Pues la dueña del teléfono.

-Me lo dio mi mujer que lo encontró tirado y estábamos buscando de quién era. Quedamos por la tarde para entregarlo.

-Muchas gracias. He estado al borde del infarto.

-Ya lo dijo mi mujer porque esto no paraba de sonar.

No quedan muchas cabinas, pero aún hay gente buena.