Víctimas de un incendio: «Queremos recuperar nuestro hogar»

maría cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

VÍTOR MEJUTO

Una madre y una hija de Oroso piden ayuda para poder levantar de nuevo la casa en la que vivían y que quedó destruida por un incendio el pasado mes de agosto

01 feb 2016 . Actualizado a las 14:04 h.

Entre ladrillos resquebrajados teñidos de negro destaca una cafetera roja moldeada por las llamas.

Ahí es donde María Jesús hacía el café a fuego lento. Era de pota, aderezado a veces con un tizón que sacaba de la cocina de leña que se ve al fondo. La bilbaína también fue destruida por el fuego. Para un forastero que pase por Marzoa, una parroquia del concello coruñés de Oroso, las paredes ahumadas que rodean lo que hasta hace unos meses fue una estancia son solo escombros. Como también lo son los azulejos blancos que aún cubren los restos de una pared del lateral del inmueble. Para Cristina y su madre María Jesús ese cúmulo de ladrillos, vigas quemadas, clavos, basura y ollas desvencijadas forma los restos de una vida, el esqueleto de un hogar que en menos de una hora acabó reducido a cenizas una noche del pasado mes de agosto.

Ahí es ahora donde se refugia, entre decenas de puntas que han quedado al aire, un perro vagabundo que corretea por la aldea. ¿Qué pasó? «Dicen que fue un cortocircuito», indica Cristina. Es lo que sospechan los bomberos de Ordes que acudieron a apagar el fuego.

Madre e hija viven ahora en casa del abuelo, el padre de María Jesús, en el concello de al lado. Es algo temporal, pero su estancia ahí puede dilatarse tanto como tarden en reconstruir el hogar que perdieron hace cinco meses. No es fácil. Porque no solo no tienen dinero suficiente para levantar las paredes que las cobijaban. Tampoco, para arreglar los papeles para poder hacer la obra. La casa era de su otro abuelo. Murió y no dejó testamento. Para obtener la licencia en el concello han de arreglar primero el tema de la propiedad. Por eso apelan a la solidaridad y han abierto una cuenta en la que, poco o mucho, todo el que pueda colaborar ponga su granito de arena: «Queremos recuperar nuestro hogar».

Muchas vivencias

Los ojos de María Jesús se llenan de lágrimas cada vez que va a Marzoa. No se acostumbra a ver todo destrozado. Primero arrasado por el fuego y ahora barrido por la lluvia. Llegó a esa casa cuando tenía dieciséis años. En ella crecieron sus hijas, dio de merendar a los niños del pueblo que venían a jugar con ellas, vio morir a su esposo, a una hija, se fue haciendo mayor.... «Veunos todo xunto, primeiro morreu o marido, despois a sogra, aos cinco anos a filla...», lamenta con voz pausada. Al lado está Cristina, que mira al frente. «Alí había dúas árbores grandes -dice señalando el campo- e entre os troncos xogabamos a que tiñamos un bar. Despois marchábamos para dentro da casa. A miña nai estiraba unha manta no chan e aí nos tiña a todos os pequenos xogando mentras ela facía de comer». Pero de todo eso ya solo queda lo que guarda en la memoria.

El fuego no fue el único que se cebó con la familia en verano. La noche posterior al incendio alguien entró a revolver en los restos del desastre. Se llevaron todo lo que pudieron. «O único que puidemos salvar foi a comida que estaba no conxelador porque estaba fóra da casa», cuentan madre e hija.

No pudieron hacer lo mismo con otras cosas. «Despois do lume veu xente, non sabemos quen, e levaron todas as ferramentas», cuentan. El marido de María Jesús, que había trabajado como albañil, las guardaba en un pequeño cuarto en la parte de atrás de la casa, donde estaban las gallinas. «Foi albanel e aí tiña todo gardado», recuerda. Pero no solo se llevaron eso. También los huevos que guardaban. «Os que estaban soltos rompéronos no chan, só por facer dano», dicen. No dejaron ni los chorizos que habían traído de casa de los suegros de Cristina, en Taboada.

Una noche para no recordar

En ese concello lucense es donde estaban la noche en que el fuego arrasó su casa. Había fiesta. Pero se cortó en seco cuando descolgaron el teléfono: «Chamounos un veciño e díxonos que estaba ardendo a casa. Miña nai quedou en Lugo para que non se asustara e viñemos correndo no coche. Ao chegar xa non quedaba nada».

Fue una noche de locos en la que no pudieron pegar ojo. «Estivemos toda a noite en vela. Non eras capaz de durmir. Como a eso das 7 da mañá volvemos para Lugo para buscar á miña nai e voltamos. Deitámonos un pouco, só un par de horas para descansar», explica Cristina.

De un plumazo se habían quedado en la calle. «No Concello ofrecéronnos que nos mudaramos a un piso seis meses, pero tiñamos o avó e preferimos vivir na súa casa e que o que ían gastar no piso nolo deran para outras cousas que precisabamos porque ardeu todo, menos o conxelador», explican. Y apelando a la solidaridad familiar llevan ya cinco meses en su casa. En su hogar de Marzoa poco más queda en pie que un muro donde han puesto el buzón de correos en el que el cartero deja la correspondencia. Eso no lo han cambiado porque confían en volver pronto. Por solidaridad.