Alfonso Basterra y Rosario Porto: «Por mucho que digan, no la matamos»

Alberto Mahía SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

XOÁN A. SOLER

Rosario y Basterra mantuvieron una única versión de los hechos en el juicio, donde contaron todo lo vivido el año que murió Asunta y lo que ocurrió después

13 oct 2015 . Actualizado a las 07:41 h.

Lo que sigue es la reconstrucción de los hechos según las declaraciones en el juicio de Rosario Porto y Alfonso Basterra:

A Rosario Porto Ortega (Santiago, 1969) se le torció la vida cuando murieron sus padres. María del Socorro Ortega Romero, profesora jubilada de Historia del Arte de la Universidade de Santiago, falleció repentinamente en su casa en diciembre de 2011. La encontró su marido, el abogado Francisco Porto Mella, que siete meses después apareció también sin vida en el mismo domicilio. Rosario toma drásticas decisiones entonces, como cerrar el bufete que mantenía en la compostelana calle de Montero Ríos y darse de baja en el Colegio de Abogados de Santiago. Orientó su trabajo hacia la representación de intereses comerciales en Marruecos (trabajo que la llevaba a viajar con frecuencia). Y en lo social, participó activamente como vocal del Ateneo de Santiago.

Con nuevos retos profesionales por delante y tras 16 años de apacible matrimonio, Rosario inicia entonces una relación extramatrimonial con un empresario. Se empiezan a ver a finales del 2012 y su esposo, Alfonso Basterra Camporro (Bilbao, 1964), descubre la infidelidad la víspera de Reyes del año siguiente. Se produce una fuerte discusión. Él no niega que se comportara de manera «energúmena». Pero en ningún caso le pegó. Empleó esa vehemencia propia del ser humano, que «a veces se descontrola y actúa de forma inadecuada». «En ocasiones perdemos el control», dijo Rosario Porto en el juicio recordando aquel mal rato. Ella, al verlo de esa manera, optó por abandonar el domicilio. No por miedo, sino para evitar que Asunta fuese testigo de una fuerte discusión. Esperó a que la niña no estuviera en casa para hablar con él «civilizadamente». Y hablaron por largo rato. No lo arreglaron, pues juntos tomaron la decisión de separarse. Acuerdan que ella se quedaría con la custodia de la niña y él no tendría que pasarle dinero alguno de la manutención.

Alfonso, sin trabajo, sin familia en Galicia y divorciado, abandona Santiago para irse a Bilbao, donde estudió y aún conserva buenos amigos. Ella, que le había prestado algo de dinero, se queda en Santiago con su hija. Pero por motivos laborales, se ausenta muy a menudo porque tiene que realizar varios viajes a Marruecos con un empresario compostelano. Con la persona que mantenía una relación que ella misma calificó ante el jurado como de «encuentros esporádicos».

Mientras tanto, Basterra regresa bien entrado el 2013 a Compostela. Para ir tirando, le pide prestado 6.000 euros a una tía del País Vasco. Estaba ilusionado con un nuevo reto profesional como director de una página web.

En aquellos primeros días apenas hay acercamiento entre Rosario y Alfonso; si bien los encuentros son cordiales y siempre con la niña como único pretexto. Pero todo cambia cuando ella, a principios de junio, sufre una crisis de ansiedad y durante una semana es internada en el hospital. Alfonso, al enterarse, no duda en regresar a su lado. Pero solo como amigos. Tenían una hija en común y ambos se esforzaban en huir de los rencores. Sobre todo por Asunta. Él la cuidó, él se ocupó de animarla, de estar pendiente de la cría en aquellos malos momentos. Alquila incluso un piso al lado del domicilio de Rosario. Ella, en el piso de siempre de Doctor Teixeiro. Y él, al dar la vuelta a la calle, en República Argentina.

Alfonso retoma pronto su rol en esa familia, el de ocuparse de los recados, de llevar a Asunta a clase o de acudir al médico a por recetas para Rosario, que permanecía sumida en una profunda depresión. Tanto es así, que toma dos medias pastillas de Orfidal durante el día y una por la noche, aparte del Prozac.

Llega el verano y Asunta continúa con sus clases de música, a las que acude con normalidad y regularidad; si bien el día 5 de julio, Alfonso a punto estuvo de no llevar a la niña a clase debido a que esta tenía un ataque de alergia. Pero su hija se empeñó en ir y allá se fueron. Antes, le hizo tomar un antihistamínico, algo que no le gustaba nada a la niña, que repudiaba la medicina, obligando a sus padres a ocultársela siempre -en alguna ocasión machacando la pastilla para diluirla en agua-. Al llegar al centro, Basterra les hizo saber a los profesores que la niña no se encontraba bien, que si empeoraba, lo llamasen. Ni lo llamaron, ni le comentaron absolutamente nada. En cambio, esos profesores sí le comentaron un día a la madre que esta se encontraba mareada. La niña mejoró y no hizo falta llevarla al médico.

Las semanas pasan. Y Alfonso sigue cerca de Rosario y su hija. A su exmujer le ayuda con las compras. Hasta acude a la farmacia en tres ocasiones en aquel mes para comprarle el orfidal. Tanta ida a la botica se debió a que habían perdido una caja.

En agosto, la madrina de Asunta se lleva a la niña unos días de vacaciones. Estuvo con ella desde el 30 de julio hasta el 22 de agosto en su apartamento de Vilanova. Tras regresar Asunta a Santiago el 22, solo pasó unos días con sus padres. El día 28 se volvió a marchar, esta vez con la señora que la cuidaba y limpiaba en casa desde 2002. Estuvo con ella, su marido y su hija en Val do Dubra hasta el 10 de septiembre.

Así se llegó a las puertas del inicio del curso. En uno de esos primeros días, el 18 de septiembre, Asunta tiene fiebre y no acude a clase. Rosario le escribe una nota al tutor excusando a su hija, en la que le explica que la niña se encuentra muy mal. Se recupera y acude a clase con normalidad esa semana.

Así se llega al viernes, 20 de septiembre. Rosario, que había vuelto con su amante, pasa el día con él. Viajan en barco y cenan en Pontevedra. Alfonso pasa la tarde tomando un vino con unos amigos y por la noche recibe una llamada de Rosario, que le comunica que se va a retrasar y, por tanto, que Asunta durmiese en su casa.

A la mañana siguiente, sábado, 21 de septiembre, Alfonso hace la compra. Ya en casa, cocina champiñones revueltos. A eso de las dos de la tarde, Rosario llega al domicilio de Basterra, donde también se encuentra Asunta. Comen los tres juntos y la sobremesa la emplean jugando a las cartas. Como casi siempre, ganó Asunta.

A eso de las cinco de la tarde, la niña dice que se va a casa a hacer los deberes. Rosario se queda 5 minutos fumando un cigarro con Alfonso y concretando el viaje a la playa que tenían pensado hacer al día siguiente. Tras esa breve charla, ella se dispone a tomar rumbo a la casa de Montouto, pero pasa antes por su piso para coger una bolsa, momento en el que Asunta cambia de planes y le dice a su madre que va con ella. Ambas se van a Montouto. Nada más llegar, a las 18.35 horas, la cría, sin llegar a bajar del coche, le dice a la madre que no se encuentra bien y que prefiere regresar a Santiago. Rosario le complace. Sin llegar a entrar en la vivienda, retoma de nuevo el camino a Doctor Teixeiro. Pero no llega hasta ahí, sino que la deja unas decenas de metros antes. Concretamente, la deja en la plaza Puente Castro sobre las 7 de la tarde. Asunta se baja del coche y Rosario regresa a Montouto. Ya en la casa, abre las ventanas para airearla y decide ir al Decathlon a comprarle una pelota a Asunta. Pero al llegar a la tienda, se da cuenta de que se había olvidado el bolso y regresa a la finca familiar. Recoge unas plantas, los bañadores, y, a las 20.53 abandona la casa de Teo para regresar a Santiago. Tiene prisa porque Asunta estaba sola. Pero al llegar se encuentra con qué no está. Llama a su exmarido y le pregunta si sabe algo de la niña. Dado que él tampoco sabe nada, se empiezan a preocupar. Lo primero que hace Rosario es llamar a la madrina de la niña, por si estaba con ella. Como tampoco sabe nada, se pone en contacto con una amiga de Asunta. Nadie le da una pista. Tras recorrer varias veces las calles próximas, Alfonso decide acudir a comisaría. Llegan al cuartel a las 22.30 y denuncian la desaparición. De vuelta a casa, le entregan una fotografía de la cría a los agentes y les dan todo tipo de detalles sobre su hija.

Sobre las cuatro de la madrugada, la Guardia Civil se presenta en el domicilio para dar la horrible noticia de que se había encontrado el cadáver de una niña que se correspondía con los rasgos de Asunta. Hundidos por el dolor, se ponen a disposición de la Guardia Civil para lo que sea. Y les piden ir a la casa de Teo. Están allí un buen rato. Regresan a Santiago. Mientras las investigaciones dan sus primeros pasos, Alfonso y Rosario acuden al Juzgado para pedir la incineración de su hija. El día 24, los agentes arrestaron a Rosario con gran discreción una vez finalizada la incineración de la pequeña. Al día siguiente, el detenido era Alfonso. Desde entonces, claman por su inocencia. Dijeron una y otra vez, que «por mucho que digan, no la matamos». Aunque hayan declarado cosas en estos dos años que llevan en la cárcel que no eran ciertas, «por la conmoción o los nervios», lo hasta aquí contado es lo que, según ellos, ocurrió.