Este parque natural guarda la imagen de cómo era el manto vegetal de Galicia hace miles de años. Una joya para los botánicos y para los sentidos de los gallegos
31 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Galicia y sus habitantes tienen mucho de lo que presumir. Y una de las razones son sus paisajes, algo ajados por la mano humana en ocasiones, pero que todavía muestran un gran atractivo. Si las rías y las montañas tienen su duende, los bosques, con esa brétema casi perpetua que esconde la esencia de una tierra, son la guinda del pastel. Y entre los bosques de castaños, robles, tejos o abedules, destaca uno por ser especial: las Fragas do Eume. Un parque natural que guarda la imagen de cómo era el manto vegetal de Galicia hace miles de años. Una joya para los botánicos y también para los sentidos de los gallegos, con sus rutas de senderismo, el río Eume y sus cientos de regatos y afluentes que se precipitan desde tierras lucenses y pontesas hacia el océano para engatusar las riberas de Cabanas y Pontedeume en su estuario, para renacer en sal marina transformada ya en ría con nombre de guerrero, la de Ares.
Pero las Fragas do Eume son más que flora y fauna únicas. Los monasterios de Caaveiro -una sorpresa en mitad de la selva galaica, con sus piedra al aire en contraste con el verde, sudando humedad constante- y Monfero, más apartado pero igualmente misterioso, encienden el imaginario del visitante y lo envuelven en ese halo de leyenda que tanto gusta a los gallegos. Un lujo al que cualquiera puede acceder en bicicleta, caminando o en autobús. Este espacio protegido merece siempre una visita. Helechos gigantes, salamandras exclusivas de la zona, lobos, búhos y el discurrir constante de un curso fluvial de tonos azulados y verdes, como el Atlántico al que va a morir.