La autovía de la Plata derrota a la ruta portuguesa para viajar al sur

Pablo González
Pablo González REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Dos alternativas para llegar a Andalucía
Óscar Ayerra

La Voz recorrió la recién terminada A-66 hasta Sevilla para después volver por Portugal. El viaje por España ahorra los 56 euros de los peajes y es más rápido desde el norte

31 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Cuáles son nuestros recuerdos de lo que era cruzar el país hace cuarenta años? Navegar en un seiscientos blanco por un mar de trigo verde. Cantar canciones interminables para viajes interminables. Comer a la sombra de las encinas. E invariablemente pasar por Madrid. Desde hace relativamente poco la capital ya no es el nudo inevitable que era antes. Este país ha cambiado mucho. De aquella España radial que convertía Madrid en ineludible a esta España con conexiones neuronales en forma de red, que aprecia las rutas previas al diseño borbónico de las comunicaciones, como la antigua calzada romana que conectaba Emérita Augusta (Mérida) con Astúrica Augusta (Astorga) y que, quizás por una asimilación lingüística, se denominó vía de la Plata, pues carecía de una denominación romana clara.

Este nombre asentado en el subconsciente colectivo derivaría del árabe balat (camino empedrado), pues los árabes también utilizaron esta ruta que hace siglos era la verdadera columna vertebral de la Península. Otros investigadores sitúan su etimología en el comercio de las riquezas que venían de las Indias y eran desembarcadas en el puerto de Sevilla. Paradójicamente, Astorga está ahora fuera de la ruta viaria -que no de la histórica- y en cambio sí están Gijón y Sevilla. Hacia el norte la antigua calzada llegaba hasta Asturias por la vía Carisa y otra calzada unía Mérida con la capital andaluza. Este camino de la historia se asfaltó muchos siglos después para construir la N-630, el germen de la actual autovía de la Plata. La extensión de esta denominación a otras poblaciones y la exclusión de otras sigue siendo hoy motivo de polémica. Incluso se podría hablar de una continuidad de este eje hasta Cádiz y, por mar, hasta el norte de África. Los surcos invisibles de la historia siguen presentes en nuestros viajes.

Antes, para ir a Andalucía, las curvas infernales de Despeñaperros, ahora desaparecidas, eran el último obstáculo antes de llegar a la playa. Después, cuando Portugal terminó su red de autopistas de peaje, muchos gallegos seguían esta ruta para acceder a la costa andaluza, especialmente cuando el objetivo eran las provincias occidentales de Huelva y Cádiz. Priorizaban la rapidez y la seguridad, así como la comodidad de las estaciones de servicio, estratégicamente situadas cada 60 kilómetros, ideales para el descanso de los más pequeños, porque cada una de ellas tenía y tiene su parque infantil. Pero desde hace dos semanas el itinerario portugués ha perdido fuerza con la puesta en marcha de tramo Benavente-Zamora, el último que quedaba pendiente en la autovía de la Plata (A-66), la vía de alta capacidad que discurre desde Gijón hasta Sevilla. Incluso sale más rentable para los viajeros que parten de Vigo o del sur de la provincia de Pontevedra. Aunque en este caso el viaje es más corto por Portugal -unos 50 minutos-, el coste de los peajes -58,80 euros desde la ciudad olívica- no compensaría el ahorro de tiempo.

La Voz recorrió este trazado recién terminado desde A Coruña hasta Sevilla y después hizo el viaje de vuelta por Portugal. Por el país vecino el trayecto es más largo (998 kilómetros frente a 903). Desde A Coruña, sin contar con las paradas recomendadas, el recorrido hasta la capital andaluza se hizo en siete horas y media. Por Portugal duró una hora más y hubo que aflojar 74,15 euros por los confusos peajes de las antiguas autovías gratuitas (solo seis euros por la autovía del Algarve o A-22), los de las autopistas concesionadas portuguesas y los de la AP-9 en Galicia. El coste del viaje se duplica de forma automática, pues el precio del peaje es ligeramente inferior a lo que se gasta en combustible en todo el trayecto de vuelta.

Más seguridad

La sensación de seguridad también es diferente en ambos itinerarios. El hecho de que ahora el recorrido español sea por autovía de forma ininterrumpida, después de años de doble calzada intermitente, favorece la opción española. Se trata de una autovía segura, al mismo nivel por lo general que las bien diseñadas autopistas portuguesas. Con apenas algunos tramos en peor estado que coinciden con los primeros kilómetros que se construyeron. Hay que tener en cuenta que el primer tramo de la autovía de la Plata se construyó en 1991 entre Sevilla y Camas, y es precisamente este recorrido el que ha necesitado una primera restauración por ondulaciones en el firme, unas obras que aún se están llevando a cabo.

El resto de la autovía apenas tiene puntos negros, mientras que en Portugal destaca por su peligrosidad la circunvalación de Oporto. Curvas continuas, excesos de velocidad, tráfico intenso... Es sin duda el punto más complejo del recorrido y, si se puede evitar, mucho mejor. Ni siquiera el paso por Sevilla es equivalente a la sensación de inseguridad durante el recorrido por el anillo que rodea la segunda ciudad portuguesa. El tráfico por la autovía de la Plata es relativamente bajo en esta época del año. Su intensidad media diaria es la de una autovía de uso medio, con algo más de 8.000 vehículos al día, muy lejos todavía de algunos puntos de la A-6, la autovía por la que acceden a la vía de la Plata los gallegos procedentes del norte. Y confluyen cerca de Benavente con los que vienen del sur. Todos estos factores aconsejan la autovía de la Plata como mejor alternativa para viajar a Andalucía occidental, Málaga incluida. Para otros itinerarios como Granada es mejor circular vía Madrid y Despeñaperros.

Ahorro de tiempo

El paso por el último tramo abierto refleja a la perfección lo que son las autovías de última generación. Se trata de un recorrido de 49 kilómetros que evita el paso por siete poblaciones en las que había que reducir la velocidad a 50 por hora. El tráfico de camiones era intenso por la carretera, así que el ahorro de tiempo que calcula Fomento -unos 15 minutos- es en realidad mayor. Este tramo es el único que tiene algún tipo de peaje junto a la AP-66 entre Campomanes (Asturias) y León. Pero se trata de un peaje en la sombra, que los contribuyentes abonan a través de los impuestos. En los próximos 30 años el Estado deberá pagar al consorcio que la construyó cerca de 998 millones de euros, no solo por la obra, sino también por el mantenimiento.

Después los viajeros circulan por tierras de campos, para adentrarse en la dehesa salmantina, las estribaciones de la sierra de Gredos en Béjar y Hervás, para cruzar Extremadura y terminar en la sierra de Aracena y la del norte de Sevilla. El paisaje es variado y no es tan monótono como el portugués. Y esto ayuda en los viajes largos. Aunque hay áreas de descanso, quizás se echen de menos la regularidad de las estaciones de servicio de las autopistas portuguesas. Ya en Sevilla, el viajero elige su destino en la costa, pues las conexiones con Huelva, Málaga y Cádiz son también de alta capacidad. La última, de peaje.

Para volver por Portugal el primer golpe en la frente es el peaje sobrevenido en la A-22. Es mejor adelantarse y contratar una tarjeta prepago por Internet -sistema EasyToll- en la página de Correos. Pero aquí no se acaba la burocracia. Al cruzar la frontera hay una señal para vehículos extranjeros. En este desvío se activa la tarjeta mientras una cámara reconoce la matrícula. El problema es que este tramo cuesta seis euros y las tarjetas prepago pasan de 5 a 10 euros. En la frontera policías portugueses paraban a vehículos españoles que no pagaron la autovía. Después la policía brilló por su ausencia durante todo el recorrido hacia Galicia. Quizás por eso algunos prefieren la ruta portuguesa. «Los españoles siguen viniendo mucho para ir al sur de España», confirma una empleada de una estación de servicio. Será porque pueden correr más.