Su primer año bajo techo

Monica Torres
Mónica Torres TOMIÑO / LA VOZ

GALICIA

ALBA PÉREZ

Los vecinos de Tomiño se unieron para construir una casa a dos hermanos sin hogar

21 sep 2014 . Actualizado a las 09:23 h.

Hay segundas partes buenas. «Esto es lo mejor que nos ha pasado nunca. Nos han dado la vida», confía José María Durán Santos en su domicilio de Tomiño. Él y su hermano Martín son los dueños de la vivienda que construyeron decenas de manos solidarias en la parroquia de Currás gracias al empeño de su padrino, Juan Álvarez, y de la asociación SOS Tomiño. Hace un año que empezaron a levantar esa pequeña casa y ahora, con esos ladrillos y la dignidad que nunca perdieron, los hermanos han podido reconstruir su hogar.

«Entonces me lo tomé a broma. Juan me dijo que iban a hacer una casa para nosotros y yo le contesté: 'Tenéis mucho cuento pero no vais a hacer nada'», recuerda José María Durán. No oculta la incredulidad con la que se tomó la noticia entonces y la emoción de su rostro al recapitular ahora, ya bajo techo, le impediría hacerlo. Ha sido un cuento con final feliz.

«Antes estábamos todo el día metidos en el gallinero; los últimos años ya solo podíamos salir para comer en casa de Juan porque la caravana estaba tan mal que ni siquiera podíamos dormir», explican. Impresionan por la fidelidad y fortaleza con la que relatan los rigores de su vida anterior y el entusiasmo por el futuro que contagian. Su coraje equilibra la extraordinaria solidaridad de las personas que les han devuelto su casa. «Esta vez sí que vamos a poder pasar las Navidades en casa; va a ser la primera vez en diez años», dicen los hermanos. Se preveía que ya lo hubieran podido hacer el año pasado, pero las obras de construcción de la casa se prolongaron más de lo que todos hubiesen querido y no pudieron pasar el mes de diciembre del 2013 bajo su propio techo.

Es la primera vez en sus respectivos 36 y 37 años de vida que tienen una habitación para cada uno. «Así es mucho mejor porque no nos molestamos», es lo que ellos destacan. Siendo ocho hermanos, de pequeños compartían juegos y cuarto pero, sin abandonar aún la niñez, tuvieron que dejar su casa y aprender a compartir todavía más.

La mala suerte

José María y Martín tenían 8 y 9 años cuando falleció su padre y se tuvieron que ir internos a un colegio de monjas hasta que se convirtieron en mayores de edad. «Allí éramos hasta quince por habitación», recuerda Martín. El revés más duro llegó cuando también perdieron a su madre. Su vida se precipitó definitivamente cuesta abajo cuando un incendio los desalojó de su casa hace diez años. Entonces compartieron el gallinero hasta que Juan Álvarez les llevó una caravana en la que se refugiaron cuando ya no tenían ni abrigo. Su experiencia sirve para ajustar el valor de las cosas y entender el de las campañas sociales solidarias como la suya para que cunda el ejemplo.

«Soy la persona más feliz del mundo porque tengo una casa», sentencia José María. «A mí lo que más me gusta es poder vivir dentro, es mejor que si nos tocara la lotería», replica su hermano Martín, para quien se tramita una pensión por discapacidad intelectual. Lo tienen muy claro. «De todo lo vivido, una de las peores sensaciones de la vida es no poder dormir por el frío; en la caravana llegó a llover y ni con ocho mantas entrabas en calor», explican.

Prácticas habituales se convierten casi en milagros. «Aquí enciendes la cocina y coge calor la casa entera», dice Martín. Abrir un grifo de agua caliente tras diez años lavándose en el río o en un pilón verano e invierno no parece menos prodigioso. «Ahora podemos ducharnos todos los días y con agua caliente», agradecen. Y también tienen bicicleta. «¿Qué más podemos pedir, también nos regalaron este año bicicletas así que ya podemos ir a trabajar, a lo que salga», manifiestan. «Hace un año estábamos perdidos, yo siempre había trabajado en la construcción, pero con la crisis no había nada y en la caravana ya no se aguantaba, esto es una vida nueva», explican. «Lo más importante del mundo es tener donde dormir».

En busca de trabajo

«Antes íbamos del gallinero a casa de Juan; ahora podemos planificar la vida», explican. El sol brilla de nuevo para ellos y le faltan horas de luz para disfrutarlo. José María acaba de terminar un curso de manejo de maquinaria y sus expectativas laborales pasan por un examen al que se enfrentará esta semana. «Si sale todo bien, podré trabajar para el Concello de Tomiño». Hace un año habían perdido hasta el DNI pero Juan Álvarez y otros colaboradores consiguieron que la situación se normalizara. «Nunca creímos que esto fuera adelante. Solo podemos dar gracias y ayudar a todos los que lo han hecho antes con nosotros», declaran.