«No os olvidaremos nunca»

Mario Beramendi Álvarez
mario beramendi SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Las víctimas dejan en Angrois 82 rosas blancas con el nombre de cada fallecido

25 jul 2014 . Actualizado a las 20:27 h.

Hace apenas un año, los vecinos de Angrois los socorrieron con mantas y agua. Y ayer, en un reconocimiento incondicional, les devolvieron flores, poemas y una placa. Los familiares de las víctimas y los heridos se dieron cita en la misma curva de A Grandeira en un homenaje que quedará ya para siempre en el recuerdo y en la memoria de Galicia. Fue un acto sencillo, como la aldea de Angrois, pero dotado de una fuerza indescriptible.

Pocos metros más abajo de donde varó aquel vagón que destrozó el Campo da Festa y su palco se produjo ayer un hermanamiento marcado por la tragedia. Y con tres protagonistas: las víctimas, los vecinos y las emergencias. Mucho antes de las siete de la tarde, hora para la que estaba convocado el acto, los habitantes de Angrois ya se habían arreglado. Allí estaban mujeres y hombres, niños y ancianos. Mirando a la vía del tren desde el puente de la vía. Cristóbal Domínguez, portavoz de Apafas, abrió el acto: «Nuestro dolor nunca cicatrizará hasta que se sepa la verdad».

El primer momento emotivo se produjo cuando hizo entrega a Anxo Puga, portavoz vecinal, de una placa de reconocimiento a las emergencias, a ellos y al pueblo gallego. En un momento de su discurso corto, cargado de simbolismo, dirigió la mirada hacia los presentes. «El tiempo lo cura todo; no tenéis nada que agradecernos porque vosotros haríais lo mismo». Y concluyó: «No os olvidaremos nunca. Mucho ánimo y mucha fuerza. Angrois os quiere».

«Mi novio Toño»

Carmen Beas, una de las víctimas, se armó de valor para pronunciar uno de los discursos de la tarde. Y entre sollozos, como quien relata un cuento, dejó una historia estremecedora. Habló de un viaje normal, en el que se miraba por la ventana. Un trayecto que olía a verano, con pasajeros que iban de vacaciones, a un bautizo o a una boda. «Cuando anunciaron la llegada a Santiago le dije a mi novio Toño que subiera a por la maleta; nos miramos, y ese es el último recuerdo que tengo de él después de ocho años juntos».

Se produjo entonces un sobrecogedor silencio. Pero Carmen dejó una hermosa metáfora como epílogo y recordó que antes de llegar a Santiago proyectaban la película El lado bueno de las cosas. Era la otra cada de la tragedia, que ella no quiso olvidar. «Enseguida nos dimos cuenta de que no estábamos solos con los vecinos y las emergencias». Rafael Taibo, esposo de Teresa Gómez Limón, que es un conocido doblador y que ha puesto voz a famosos como el oceanógrafo Jaques Costeau, fue el encargado de hacer un recital de poemas.

Los versos de Machado, Blas Otero o Celso Emilio dieron una mayor carga simbólica a la ceremonia, que contó con el guitarrista Antonio Ruiz. Después Teresa Gómez Limón y Santiago Domínguez, con un discurso más reivindicativo, dieron paso al momento más simbólico. Ochenta y dos rosas blancas, con el nombre de cada fallecido, estaban ya preparadas para dejarlas al pie del cruceiro de Angrois.

¿Por qué 82 flores? 79 para los muertos en el descarrilamiento, dos para otros dos pasajeros que perecieron después en el hospital. Y una tercera flor para un bebé que iba en el vientre de una madre. Y que nunca llegó a nacer. «Nosotros también lo consideramos una víctima», dijo Santiago Domínguez, muy emocionado.

Al final, el grupo de folk vigués Batemento, con sus gaitas, hizo sonar la canción que había compuesto para el acto y que lleva por título Angrois. Fueron los niños, los que simbolizan el inicio de la vida, los que iniciaron el peregrinaje hacia el cruceiro. Detrás iban los músicos. Y luego los vecinos de la zona, las víctimas y las emergencias.

Los familiares y los heridos iban de la mano de los habitantes de este pequeño núcleo. Paseaban despacio, muchos de ellos con lágrimas entre los ojos. Y allí fueron todos a darle un último adiós a quienes perdieron la vida en la fatídica curva de A Grandeira: ochenta y dos rosas blancas para un recuerdo. Un recuerdo que será ya para siempre.