«Vivo de milagro: me sacaron justo de debajo de un vagón»

Mario Beramendi Álvarez
mario beramendi SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Jesús Domínguez y su esposa, que iban en el Alvia, creen que el mejor tributo a las víctimas es que se sepa pronto la verdad

24 jul 2014 . Actualizado a las 10:46 h.

Poco antes de llegar a Santiago, Jesús Domínguez se levantó de su asiento y se fue al vagón cafetería del Alvia. Cuando quiso darse cuenta había salido despedido por la ventana hacia las vías. El resto del tren le pasó por encima. Allí se quedó, atrapado debajo de un vagón. Gravemente herido, llamó a su hermano Arturo con el móvil, que estaba esperándolo en la estación. Iban a reunirse para pasar unos días de descanso en Portosín.

Sin saber qué hacer desde la estación, al hermano se le ocurrió seguir el rastro de un helicóptero. Y pudo llegar a la curva de A Grandeira, antes incluso que otros medios de emergencia. Ya en las vías, tuvo la suerte de hallar a su cuñada Laura y a sus dos sobrinas, que viajaban también en el Alvia y que estaban en otro vagón. Arturo no encontró a su hermano Jesús, pero sabía que estaba vivo por la llamada. Los cuatro se salvaron. «Estoy vivo de milagro: me sacaron justo de debajo de un vagón», rememora. Jesús, que estuvo consciente en todo momento después del accidente pese a las graves lesiones, recuerda que otro convoy cercano había empezado a arder. Y que un chico joven lo sacó de allí. El martes por la tarde fueron a Angrois. Y Laura del Moral no pudo contener la emoción al abrazarse con algunos de los habitantes que tanto les ayudaron. Con una muleta en la mano, en la cafetería de un hotel del casco histórico de Santiago, Jesús habla de ellos con cariño: «Los vecinos también son víctimas, y ellos no están protegidos».

Justicia

A ambos les incomoda relatar su historia personal. Y recuerdan con ironía que habían decidido coger el tren porque siempre es más seguro que el coche para viajar con niños. Jesús considera que hoy es una jornada de duelo y de homenaje y que debe situarse al colectivo de las víctimas por encima de las historias personales. A su entender, es hora de hacer justicia. Y de saber cuanto antes la verdad.

«Los mismos que nos dan la medalla son los que nos vendieron que íbamos en AVE: lo curioso es que el despiste de un maquinista ha servido para descubrir la gran chapuza de la alta velocidad», denuncia Jesús. Ni el ni su esposa acudirán hoy al acto oficial de entrega de medallas. Y recuerda con indignación las palabras de Rafael Catalá, alto cargo del Estado, cuando después del accidente dijo que aquel no era un siniestro de alta velocidad. «Estaba preocupado por el negocio, no por los muertos», se lamenta. «¿Qué puede pensar alguien que ha perdido un familiar en el siniestro de un posicionamiento como este?», pregunta.

Intenso dolor

Ayer fueron varios los familiares de víctimas que se acercaron hasta el puente que cruza las vías en Angrois. Querían rendir tributo a sus seres queridos con cartas, flores, mensajes, recuerdos... Observar los raíles desde lo alto es muy doloroso. Hace meses que la valla que protege ese puente constituye una especie de santuario.

Es una prueba de que lo que allí ocurrió hace un año no va a olvidarse nunca. Por el bar del pueblo han ido pasando también muchos familiares para agradecer todo lo que hicieron los vecinos hace un año. Algunos de los vecinos que cruzan todos los días por el puente, como un abuelo que pasea a su nieto en la sillita y que nació una semana antes del accidente, conocen perfectamente cada uno de los recordatorios colgados. Algunos llevan allí desde pocos días después del accidente. Resisten el paso del tiempo. Ni la lluvia ni el viento de este invierno han podido derribarlos.