Angrois: trauma y reparación

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

GALICIA

24 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El accidente ferroviario en Angrois, del que hoy se cumple un año, no tenía que haber ocurrido. Eso es precisamente lo que caracteriza a un acontecimiento traumático: que aquello que no podía pasar, pasó. Para poder circular por la vida con tranquilidad, necesitamos construir continuamente a un otro omnipotente, a un otro que sabe lo que hace. Otorgamos esa confianza cada vez que subimos a un medio de transporte. Damos por hecho que ha sido diseñado por ingenieros competentes, y que es conducido por manos expertas y responsables.

El trauma es lo real como impensable. Faltan siempre las palabras frente a la experiencia traumática por su carácter imprevisto e inasimilable. Precisamente porque es inasimilable no ocupa un lugar en el pasado. El orden del mundo se desmorona y la continuidad del tiempo se interrumpe. El trauma no se deja olvidar: su tiempo es el de un eterno presente. Trauma y repetición están ligados porque nuestra mente intenta dominar el acontecimiento sin lograrlo. Las pesadillas, en las que se revive el episodio, son un intento fallido de digerir, de metabolizar, lo imposible de asimilar del acontecimiento: por eso se repiten. Como se repiten los pensamientos que intentan volver al momento anterior al acto, a la decisión que lo hubiera evitado.

Vivir un acontecimiento como el de Angrois: como superviviente, como familiar, o como testigo por haber participado en las labores de rescate o asistenciales, siempre supone una conmoción. Pero la conmoción no deriva forzosamente en un trauma. Todo trauma pasa por una interiorización, que reactualiza y moviliza experiencias vitales anteriores. La vivencia traumática tiene una dimensión individual insoslayable y no depende directamente de la gravedad de las lesiones o de haber estado más próximo a las situaciones y escenas más dramáticas. Por eso el acompañamiento y el apoyo psicológico, a las personas que lo demanden, debe hacerse evitando el prejuicio de hacer de cada afectado un supuesto traumatizado.

El abordaje clínico particularizado se hace imprescindible cuando, pasado un tiempo, perduran los síntomas propios de la clínica del trauma, o persisten las dificultades para normalizar la vida. En este sentido es importante subrayar que, para una mejor elaboración de lo ocurrido, no basta con homenajes y galardones, por merecidos que estos sean. Es también imprescindible la obtención de reparación y de justicia.

Para algunos supervivientes de la tragedia, las secuelas siempre serán una memoria imborrable del episodio. A los que han perdido a sus seres más queridos, nada les compensará de esa pérdida. Pero el descanso subjetivo y la paz emocional son imposibles de lograr cuando, al dolor de la pérdida, se suma el sentimiento de que no se aclaran y depuran las responsabilidades de todos aquellos que podían haber evitado que el error humano, no disculpable pero siempre posible, hubiera provocado una catástrofe de esta magnitud. El silencio y la impunidad alimentan el trauma, la reparación contribuye a superarlo.

Manuel Fernández Blanco es psicoanalista y psicólogo clínico.