Vuelan a Santiago y acaban en Londres

Xosé Manuel Cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

Tres gallegas, dos de ellas impedidas y una con grave riesgo de salud, salieron anteayer de Mallorca con destino a Lavacolla y por un error de Ryanair terminaron en Inglaterra

11 jul 2014 . Actualizado a las 13:06 h.

A veces la vida da mil vueltas, pero si es en silla de ruedas, no, gracias. Eso es lo que pensaban Blanca, Marisa y la hija de esta, Luisa, tres mujeres que emprendieron anteayer por la tarde en un aparato de Ryanair el vuelo Palma-Santiago y finalizaron su trayecto cerca de Escocia, a casi tres horas de Londres. Su odisea la recogió ayer V Televisión.

Lo malo es que Blanca y Marisa sufrían dolencias físicas y tenían que moverse en una silla de ruedas. Con ellas se dirigía también a Santiago un yerno de Marisa, que subió antes con el resto de los viajeros a la aeronave. Y en ella se vino a Compostela angustiado, porque por mucho que se frotó los ojos no vio entrar por la puerta a sus familiares y se sabía solo en el aparato.

Marisa y Blanca fueron conducidas en su silla al avión por unos mozos, en compañía de Luisa. La azafata ojeó sus tarjetas de vuelo, dio el ok y fueron situadas en unos asientos que en teoría deberían tener otros dueños. Las dolidas pasajeras y Luisa se arrellanaron en sus plazas dispuestas a echar una relajante siesta hasta Lavacolla. Blanca daba cabezadas, pero aún tenía la cabeza lo suficientemente despejada para percatarse de que aquel vuelo duraba demasiado, y que no tenía mucho sentido ver el mar enfrente si lo habían dejado muy atrás.

El mosqueo se lo transmitió a una azafata, que comprobó que Lavacolla no estaba en Inglaterra y le comunicó al Blanca el error. Al tiempo, nerviosa y como recién salida de un flanero, fue a avisar al comandante de la nave mientras Blanca despertaba a sus amigas. Un piloto español que volaba en régimen de prácticas se acercó a las viajeras, pudo comunicarse en condiciones con ellas y les refirió el entuerto.

Ellas pidieron a los pilotos que se comunicaran de alguna forma, por favor, con sus familiares, porque estarían alarmados al apercibirse de su ausencia. Cómo no, faltaría más, respondieron los tripulantes, que traspapelaron la solicitud.

Embobadas y confusas, las tres pasajeras se apearon al fin en tierras británicas. «Es imperdonable que nos llevaran a cerca de Escocia. Había niebla y yo estaba aterida de frío», dice Marisa, que a sus 83 años le pesaba su maltrecho cuerpo. Sufre del corazón y padece diabetes (y ahí anidó un tremendo riesgo para su salud). Blanca adolece de un grave problema de espalda.

Buen recibimiento

Un taxi las llevó a Londres porque las damas se negaron a viajar en autobús con sus impedimentos a cuestas. Ryanair les reservó sendas habitaciones en la capital londinense, pero se «olvidó» de abonarlas y el establecimiento exigió el pago. «Menos mal que teníamos la tarjeta a mano, porque de lo contrario quedaríamos tiradas», refiere Blanca, que derramó oleadas de pestes sobre la aerolínea irlandesa. Lo que les queda ahora es reclamar. Cuando el yerno de Marisa pudo contactar al fin con Luisa y con ella preguntó en dónde se hallaban. «En Londres». Les replicó que no cabía una tomadura de pelo en un momento tan dramático, hasta que se convenció de la certeza de la respuesta.

A las 11.30 de ayer despegaba al fin de Londres un aparato con destino a Santiago. Allí les aguardaban el director y otros cargos del aeropuerto, que se deshicieron en disculpas para con las pasajeras agraviadas. «Fue un gravísimo error», les dijeron. Y les informaron de que le abrirían un expediente a Ryanair.

«Lo que me parece increíble es que tres personas falten en un avión y sobren en el otro», dice aún no repuesta del susto Blanca, residente en Sada. Había viajado con su marido a Mallorca por ocio y le sobrevino un grave problema de espalda que menguó su movilidad y chafó sus planes. Su esposo se vino en coche y le sacó un billete de avión a ella, porque la carretera acabaría quebrándole la espalda. Ayer por la tarde, cuando dialogaba con este redactor, se dirigía a una sesión de tratamiento.

Marisa, de As Pontes, se fue con su hija y su yerno para conocer a una bisnieta en Mallorca. Ni sus años, ni sus dolencias, ni Ryanair la disuadieron. Pero hete aquí que su diabetes le obligaba a meterse sus dosis de insulina en el cuerpo. Y la llevaba en hielo para conservarla. «Pero el hielo se me derritió», cuenta desolada la pasajera, que hoy narra lo que aconteció como una aventura con final dichoso, «pero pudo ser una terrible desventura para mí». Temió acabar en un sanatorio por culpa de la insulina. «Pero la abuela aguantó», dice ufana de sí misma.

Pero entre tantos errores, adversidades, infortunios y velas a la santa por haber llegado la historia a buen puerto, siempre hay algo que queda en un periplo de este tipo: «Tanto Marisa como su hija Luisa son personas extraordinarias. Nos hemos hecho amigas para siempre», concluye Blanca, que espera pasear pronto por Sada a pie y sin ruedas.