El mercado negro de las truchas

ramón vilar ORDES / LA VOZ

GALICIA

En el 2013 se abrieron 543 expedientes sancionadores por venta ilegal

25 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Por seis euros podemos comprar un kilo de truchas de piscifactoría en cualquier supermercado gallego. Son las únicas que es posible comercializar legalmente. Desde finales de 1992, la venta de ejemplares salvajes está prohibida. Lo mismo sucede con el salmón o el reo. Saltarse la ley es problema de la de conciencia de cada uno, pero también de la cartera. Un kilo de truchas de pequeño tamaño, las preferidas por los compradores, se pueden llegar a pagar en el mercado negro a 60 euros.

La venta clandestina es un secreto a voces. Los más interesados en ejercerla son los propios pescadores deportivos. «Existe un negocio clandestino porque desgraciadamente hay gente dispuesta a pagar», quien habla es el secretario de la Federación Galega de Pesca, Manuel Mouzo. Este vimiancés subraya que los furtivos se dividen en dos grandes grupos: los que burlan la ley por puro lucro y los que lo hacen para su propio consumo».

En un país repleto de ríos y riachuelos, nada menos que 10.000, la trucha es también una moneda muy utilizada para saldar favores. ¿Cuántas historias de paisanos dejando el pago en especies en casa de un médico, de un abogado o de un político? Jorge García Duarte, de la Sociedade de Pesca Xallas, explica que esta práctica persiste entre la gente mayor aunque «afortunadamente, isto xa cambiou moito entre as xeracións máis novas».

Xavier Pazo, de la asociación río Furelos de Melide, sostiene que el furtivismo en comarcas como la suya está al orden del día: «Aquí hai restaurantes, algún moi coñecido, que non se cortan en preparalas por encargo». Hay piratas que están plenamente identificados: «Temos unha banda no municipio de Santiso que se dedica a coller todo a ano por encargo. Andan con electricidade por ríos de aquí pero tamén doutras comarcas da Coruña, Lugo e incluso León. Sábeo ata a Garda Civil, o difícil e collelos coas mans na masa».

Delicuencia 2.0

Las asociaciones consideran que la vigilancia es muy escasa, aunque reconocen la complejidad de capturar bandas que normalmente operan de noche y en zonas de difícil acceso. A esto hay que sumarle las nuevas tecnologías. Mientras que unos actúan otros vigilan para que nadie pueda entorpecer su labor. Una llamada de teléfono o un simple whatsapp es suficiente para alertar a cualquier de presencias molestas.

Aunque los furtivos incorporen nuevas formas de contravigilancia, la manera de esquilmar los ríos apenas ha cambiado: ganchos, redes y electricidad son el trío de ases del delincuente fluvial. Para la pesca eléctrica se utilizan baterías que minimizan el peligro de electrocución. Hay que recordar que en la década de los 80 se registraron varias muertes debido a que se aprovechaban líneas de alta tensión para hacer descargas en presas. Menos frecuente ya, aunque se ha detectado algún caso, es el uso de lejías y otros productos tóxicos.

En el 2013, la Consellería de Medio Ambiente abrió 547 expedientes sancionadores, en los que también se computan multas a pescadores de caña con comportamientos ilegales. Más de la mitad de las denuncias se produjeron en Ourense, una provincia especialmente castigada por la pesca ilegal. En algún caso la sanción impuesta llegó a superar los 8.000 euros.

La prueba en el congelador

No siempre las nuevas tecnologías juegan un papel a favor del furtivo. El año pasado un infractor quedó con cara de tonto cuando vio entrar a los agentes de la Xunta en su casa. El salmón que capturara ilegalmente tenía un transmisor de seguimiento científico que guio a los funcionarios hasta el mismísimo congelador.

A pesar de que el dinero fácil sigue siendo siendo demasiado tentador. A cuenta de este mercado negro se levantado pequeñas fortunas. Xavier Pazo cuenta el caso de un furtivo melidense, ahora retirado, que le confesó un día que hiciera más dinero vendiendo truchas que trabajando. Eso mismo lo denunciaba en 1985 un pescador en el Diario de León. Exigía que se prohibiese un comercio con el que «se construíron chalés, compráronse pisos, adquirirónse automóbiles modernos, abríronse e mantivéronse bares e casas de comidas, soportáronse esmorgas, papatorias e pagáronse recomendacións».

Para el xalleiro García Duarte estamos delante de un problema cultural que trasciende a la cuestión punitiva. «É moi difícil loitar contra o furtivismo porque é un problema cultural. A xente non se dá conta que unha troita ten moito máis valor no río que no prato. En España hai xente que viaxa pescar a outros países que teñen unha xestión máis racional dos ríos. O triste é que en Galicia temos un potencial inmenso que podería estar xerando diñeiro precisamente para as comarcas máis desfavorecidas».