«Me daban calambres y me entraba agua por el tubo»

Rodri García A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

El buzo que se perdió en Oleiros fue arrastrado 10 kilómetros por la corriente y nadó ocho horas mientras vomitaba

06 may 2014 . Actualizado a las 14:43 h.

«Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar. Sosteniéndome a flote vi que otra ola reventaba contra el destructor...». Esto escribió su paisano Gabo en el magistral Relato de un náufrago. Durante ocho horas, el colombiano Andrés Mauricio Sánchez Sánchez fue también un náufrago en la costa de Oleiros. En la tarde del viernes hacía pesca submarina, con un amigo, cerca de A Marola. «Cuando llegué, Álex se estaba marchando porque había mala mar», relataba ayer. Ambos habían ido otras veces a pescar en ese sitio. «Bajé un par de veces y cogí dos maragotas. Al subir ya no vi a mi compañero». Eran las cuatro y media de la tarde. «Empecé a retirarme hacia tierra, pero vi que no podía», narra este marino de la Armada con siete años de experiencia en la pesca submarina. Gracias a eso mantuvo la calma: «Fue lo que me ayudó. Me daban calambres y por eso a veces iba braceando y otras aleteando para descansar». La corriente lo iba arrastrando hacia A Coruña «pero yo iba buscando tierra». La tarea no era fácil: «Cada cierto tiempo me entraba agua por el snorkel [el tubo para respirar]; supongo que sería eso lo que me causó un corte de digestión y vómitos».

Mauricio Sánchez no disfrutó de la rojiza puesta de sol de ese día ni se percató de cómo asomaba una luna mínima. «Pensaba en muchas cosas», evocaba, y se ríe al confesar su prioridad: «Lo primero que voy hacer al llegar a tierra es tomarme una coca-cola». Reconoce que durante este tiempo pasó «muchísimo susto. Pensaba que podía pasar un barco y no me vería». Y se hizo de noche. Su amigo le había enviado un mensaje pero no había respuesta. A las diez de la noche dio la alarma y Salvamento Marítimo desplegó todos sus medios.

El submarinista seguía en el mar: «Tenía una linterna y enfocaba cada cierto tiempo porque si veía el fondo significaba que estaba cerca de la costa». Vio el helicóptero, pero no pensó que lo buscara a él. A las doce de la noche su mujer lo llamaba desde Colombia. Ella se asustó al no recibir respuesta. A las doce y media de la noche salió a la playa de Mera, tras nadar unos diez kilómetros, donde «había unos chicos haciendo botellón; se sorprendieron al verme con el neopreno, el fusil...», y las dos maragotas. Les preguntó dónde estaba el puerto de Dexo. Un vecino lo llevó hasta su coche. Allí le estaban esperando tres amigos. Cuando les relató lo ocurrido «no se lo creían».