La madre de la víctima dice que el matrimonio eumés «oculta algo»

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

La mujer declaró que los acusados «callaron» a su hijo con 7 puñaladas

10 abr 2014 . Actualizado a las 18:13 h.

Lo dijeron siempre todos los que conocieron a Fernando en vida y ayer lo volvieron a decir ante el jurado. Un chico tan bueno, estudiante de sobresalientes, pacífico, hijo de una familia acomodada de Ferrol y amante del deporte no entra en una casa ajena de madrugada y con guantes de látex. Pero lo hizo. Ya no se discute que el muchacho estuvo en esa casa de la avenida de Ferrol, de Pontedeume, pero nadie es capaz de imaginar siquiera qué hacía ahí y por qué. Ni los amigos que salieron con él aquella noche del 10 de julio del 2011 por Pontedeume, ni la Guardia Civil, ni su familia dieron ayer una pista en la segunda sesión del juicio. La madre de la víctima tampoco, pero está convencida de que la respuesta a ese misterio solo la tienen los acusados. Visiblemente emocionada, declaró que ellos «callaron» a su hijo dándole muerte para que no hablara. ¿De qué? No lo sabe, «solo lo saben ellos».

Cuando los agentes llegaron al lugar y se encontraron a un matrimonio mayor «nervioso y destrozado», y a 200 metros el cuerpo ya sin vida del chico al que habían apuñalado, tenían la certeza de que se trataba de un ratero. El olfato policial apenas aguantó un par de horas. Pronto se supo que el chico que yacía boca abajo, con dos muñecos de Playmobil en el bolsillo, tres juegos de llaves -dos de ellos de la casa en la que entró-, dos móviles y guantes de látex de repuesto era un joven ejemplar. No tenía ni un tachón. Por eso nadie entiende nada. Quedó claro que el juicio concluirá con la condena o no de los acusados, pero con el misterio eterno de las razones que llevaron a ese chico a esa casa.

Primero declararon los cinco amigos que salieron con Fernando aquella noche por Pontedeume. Fueron en bus desde Ferrol y recorrieron pubs y discotecas hasta que a las dos lo pierden de vista. A uno de ellos le dijo que iba un momento con unos conocidos de Seselle, localidad de Ares donde la familia tiene una casa. Contaron que no les extrañó su ausencia, pues «era habitual verlo salir a la calle debido a que los lugares cerrados lo agobiaban». Pero llegó la hora de regresar a Ferrol y Fernando no aparecía. Lo llamaron al móvil insistentemente. Hasta que les contestó un guardia civil que se encontraba junto al cadáver y les dijo que su amigo estaba mal. ¿Participaba Fernando en juegos de rol? Todos lo negaron. ¿Vieron que llevase guantes de látex? No. ¿Habían hecho una apuesta? Mucho menos. Entonces, qué hacía Fernando en esa casa. La respuesta fue la misma en los cinco: «No lo sé».

También declaró el yerno de los acusados. Este agente de Tráfico recordó que aquella noche se había acostado tarde y sobre las dos y media de la madrugada recibió la llamada de su suegro. «Me dijo que alguien había entrado en casa y que se tuvo que enfrentar con él. Le dije que llamase a la Guardia Civil y seguí durmiendo», explicó. A los 15 minutos lo volvió a llamar y ahí sí se levantó y se fue a casa de sus suegros. Fue quien siguió el rastro de la sangre hasta encontrarse con el cadáver. «Llamé al 112 y al regresar mi suegro llamó a la Guardia Civil», dijo. Esa llamada se produjo casi una hora después del suceso. Le preguntaron si vio a su suegra limpiar la sangre de la casa y del cuchillo. Lo negó. Dijo que de haberla visto, le hubiese dicho que no lo hiciera.