La vida robada de Lupe Jiménez

Alfredo López Penide
López Penide PONTEVEDRA / LA VOZ

GALICIA

RAMON LEIRO

Las hijas de la mujer asesinada en Poio recuerdan el calvario que soportó veinte años

02 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

«¿Cómo te vas a imaginar que tu padre va a matar a tu madre? No cabe en ninguna mente, ni de paya, ni de gitana». Está pregunta, que se hace en voz alta la mayor de los seis hijos de María Luisa Jiménez Jiménez, La Lupe, la última víctima de violencia machista en Galicia, es la que le recorre una y otra vez la espina dorsal. Un crimen inimaginable, más aún en una sociedad como la gitana donde ha supuesto la ruptura con una tradición y cultura ancestrales.

María Luisa conoció a su supuesto verdugo hace algo más de dos décadas en una boda. «Fue lo normal en una gitana. Se miraron, se echaron miraditas, empezaron a hablar por teléfono y se pidieron. Él era muy bueno, le daba el cielo y la tierra, pero los celos eran más fuertes». Al poco tiempo se casaron, ella con 15 años recién cumplidos y José Luis Cortiñas Romero con unos 21, y se marcharon a Lugo.

Dos años después del enlace nació la primera hija del matrimonio, María. Desde la vivienda de la familia materna de Vilaboa, donde su madre buscó refugió hace algo más de dos meses, esta joven recordó el calvario que empezó a vivir La Lupe al poco de contraer matrimonio: «Estaban recién casados y ya la dejaba encerrada en el piso. Era un celoso compulsivo. Hay hombres que son celosos porque quieren a sus mujeres, pero él era como si estuviera endemoniado, como si el demonio le pusiera los celos en el cuerpo. Cuando se marchaba a las discotecas o a fumarse sus rayas, las llaves de casa se las llevaba y cerraba con trancos».

Pese a una vida conyugal aparentemente marcada por los celos y por un esposo ausente -«solo venía a casa a comer y a dormir, y muchas veces ni comía. Si ya lo decía él: ??Yo soy un perro callejero??»-, María Luisa no se doblegó y siguió siendo «una persona contenta, risueña. Era feliz, alegre. Le encantaba hacer bromas. Era una mujer con una mente de niña», recuerdan tanto María como Esmeralda, de 17 años, quienes destacan cómo fue su madre la que sacó a todos sus hijos adelante.

Sin embargo, su carácter cambió hace dos o tres años. Donde antes había alegría pasó a haber «pura tristeza». Las risas se transformaron en lágrimas y el sufrimiento comenzó a hacer mella en la fallecida, tanto física como psicológicamente. «Estaba destrozada, hundida, se veía poca cosa e, incluso, a veces se deseaba a sí misma la muerte. Ella misma decía: ??Prefiero la muerte a vivir lo que me está haciendo vivir él??». Pero nunca denunció nada. Y eso que, al menos en una ocasión, la policía intentó hacerla recapacitar. No fue posible.

Según la familia de la fallecida, los malos tratos fueron in crescendo, llegando incluso a colocarle al cuello un cuchillo. Fue en el transcurso de una discusión cuando, sin mediar palabra, José Luis «le metió un puñetazo en el ojo y mi madre, de la impotencia, le llamó desgraciado. ¿Qué hizo él? Pues sacar un puñal e ir a por ella. Me tuve que poner delante y luego cogió la escopeta. Si no llegó a estar ahí, mi madre hace tiempo que estaría muerta», apuntó María.

Ante la tesitura de seguir sufriendo un calvario en Lugo o buscar un futuro con sus hijos en Vilaboa, hace aproximadamente dos meses optó por lo segundo. Durante este tiempo, siguió viendo a José Cortiñas. «Estaba entregada a su Dios y desde los 15 años se tuvo que adaptar al Cortiñas, porque lo quería, porque lo amaba». Todos en la familia de La Lupe coinciden en que fue el amor lo que la mató, el amor que sentía por José Cortiñas y que le hizo obviar las señales de alarma, pasar por alto las continuas acusaciones de adulterio, los insultos y los desprecios que, supuestamente, su marido vertía sobre ella. «Le decía que tenían más valor las prostitutas que mi madre», acota Esmeralda.

Pese a esto, José Luis siempre conseguía salirse con la suya. Ambas hermanas, acompañadas por sus respectivos maridos, no dudaron en acusar a su tío paterno Adolfo Cortiñas, El Moro, de ser la persona que plantó la semilla del fatal desenlace de La Lupe. Y todo por una fotografía que este le mostró a su hermano y que provocó que el autor confeso del crimen se autoconvenciese «en falso» de que el hijo que esperaba su mujer no era suyo, sino de El Moro. «Se volvió loco. Tanta coca, tantos porros, tantas pastillas... El demonio lo trastornó y le hacía ver cosas que no eran. Decía que mi madre se iba a los hoteles, que el hijo que esperaba no era de él y por eso la mató. Le decía ??abórtalo que va a salir deformado, que no lo quiero??... Pero en la tradición gitana no está bien visto que las mujeres gitanas aborten. Mi padre quería que abortase y mi madre ??que no, que no, que lo quiero tener??. Por ese hijo, mi padre le dio la muerte a mi madre». Hace exactamente una semana, el 23 de febrero, José Luis se presentó en la vivienda. Eran las dos de la tarde y, según los miembros de la familia Jiménez, María Luisa fue llevada por la fuerza. Tres horas más tarde, el único imputado por el crimen de O Pino realizó una llamada a Vilaboa. «Estaba extrañamente nervioso. Dijo que mi hermana se había quedado en una gasolinera de Santiago. Luego nos contó otras dos historias distintas», incidió Rosi Jiménez.

A escasos metros, la madre de Rosi y La Lupe, «Pía para los gitanos y María para los payos» se lamenta mientras muestra una fotografía de la fallecida: «Esta es mi hija que se la llevó el Pepé viva y me la trajo muerta. Ni a un perro se le da la muerte que le dieron a ella, pero esto lo van a pagar. Es peor que los payos y que me perdonen los payos».

Tanto ella como sus hijos y nietos aseguran querer confiar en la Justicia, porque de lo contrario, como también aclaran, «las cosas no estarían como están». En todo caso, en Vilaboa confían en una venganza que va más allá de lo terrenal para la familia de un hombre que nació «del vientre de su madre con las tripas revueltas. Nació con las tripas retorcidas». María y Esmeralda, con el rostro desencajado por el dolor, maldicen a los Cortiñas y que «el almita de mi madre os va a perseguir uno a uno y va a hacer que sufráis».