Cama de cartón, tejado de estrellas

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Más de 4.500 sintecho soportan al raso el gélido otoño gallego. La mayoría son varones, pero las mujeres subieron un 34 % en dos años

02 dic 2013 . Actualizado a las 10:26 h.

Las personas inquietan más a Pablo Martínez que las alimañas. Tal vez por eso vive en una tienda de campaña que ha levantado «en medio del monte», cerca de Santiago. Con un plástico «de obra» en el techo consigue «que no le entre mucha agua», aunque la canadiense es una piscina «cuando la despelota el aire», casi siempre de noche. Entonces hay que «salir, mojarse y tiritar». Pero es «¡todo un lujo!», presume, y recuerda cuando pasaba las noches «a pelo, con una manta». Los cajeros no quiere ni verlos «por si a alguien se le va la olla, que ya no es el primer compañero al que prenden fuego con gasolina por dormir ahí». Qué va, prefiere su tienda. Esta semana está radiante: acaba de rescatar de un contenedor «un edredón de pluma de los buenos». Tiene «una mancha de café, pero para sus dueños era más fácil comprar otro que llevarlo a la tintorería. ¡Ya ves!».

Bajo su edredón, arrullado por los pinos, recibe la ola de frío que azota Galicia. Y como él, duermen casi al raso los más de 4.500 sintecho que, según los cálculos de Cáritas Diocesana de Santiago, residen en la comunidad. En su mayoría, varones, aunque en dos años ha crecido un 34 % el número de mujeres.

Dormir en la calle no responde a un único motivo, aunque en el perfil suelen encajar familias desestructuradas, vidas truncadas... Pablo, de 31 años, tenía solo 2 cuando murió su madre de cáncer de hígado. «Ella bebía para aguantar las palizas que le daba mi padre, y él, para poder dárselas», rememora con un rictus amargo. «Me lo contaron mis hermanas cuando crecí, y a mi padre, que para mí era Dios, le cogí un poco de rencor». La droga terminó de derribarle la vida hace cuatro años: «Cuando también murió mi mujer se me fue el casco; tenía mucho que olvidar, la verdad». Las tardes las pasa en un centro de café y calor, Vieiros. Allí puede ducharse, leer un periódico, charlar con otros sintecho... «Me crie en Cáritas -admite con orgullo-. Mi abuela ya iba a los bancos de alimentos a por comida para mí y para mis hermanas».

Según los datos de la entidad benéfica, el perfil más frecuente del sintecho en Galicia es el de un soltero de 23 a 55 años y de procedencia dispar, pues estas personas «suelen viajar mucho», confirman su responsables. El 30 % dicen sufrir alguna enfermedad crónica, destacando entre ellas los trastornos mentales, y el 15 % tienen reconocidas discapacidades.

Pero cada vez son más jóvenes los que terminan bajo las estrellas. A pesar de su nombre aristocrático, Fabio José Marqués de Magallanes (Oporto, 21 años) duerme cada noche al raso en la dársena compostelana de Xoán XXIII, acunado por el viento que entra casi con violencia por el balcón del campus.

«Aquí tengo mis cartones, cuatro mantas y a mis amigos», toda una garantía de seguridad, porque, «aunque parezca increíble, también a nosotros, a los que no tenemos casi nada, vienen a robarnos», se indigna. En la dársena funciona una ley propia: «A la gente que hacía daño la tuvimos que echar».

No es fácil convencer a los sintecho para que cambien de vida, explica Jesús Cendán, director de la Oficina de Cooperación e Voluntariado de la Universidade da Coruña: «Hay que desactivarles los miedos y ver si la calle les ha alterado la línea del tiempo».