La sentencia del «Prestige»: «En Alemania esto no sería así»

Eduardo Eiroa Millares
Eduardo Eiroa A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Marcos Creo

El voluntario alemán Sven Schwebsch se quedó en Carnota tras limpiar las playas, tarea que organizó para poner orden en el caos

14 nov 2013 . Actualizado a las 15:38 h.

A Sven Schwebsch el Prestige lo pilló en Vigo, muy lejos de su Alemania natal. Se fue a echar una mano en Baiona, y en Navidad, cuando dispuso de unos días libres, se marchó a Lira, en Carnota, donde le dijeron que hacía falta gente.

Su relato empieza como tantas teogonías: en el principio fue el caos. Pero a diferencia de los mitos que explican la creación del mundo, en el caso del fuel el caos, dice, duró mucho más tiempo.

Y él también. Se quedó durante el operativo inicial, pero no dejó las playas hasta tres años años después. El 30 de diciembre del 2005 bajó por última vez a la arena. Enamorado de la zona, se quedó a vivir allí y en Carnota sigue, organizando actividades relacionadas con el medio ambiente.

«Lo que más me sorprendía -más allá del desorden- es que los distintos grupos que había no trabajaban juntos, a veces incluso hacían cosas contrarias. Los militares, los voluntarios, los de la Xunta, los de Protección Civil... Unos prohibían y otros no colaboraban, se enfadaban entre ellos. En Alemania esto no sería así, porque no hay esta facilidad de enfadarse unos con otros, algo que aquí llevó a situaciones ridículas», cuenta desde la autocaravana en la que vive.

Cree que hoy, si volviese a acercarse un petrolero como aquel, la tragedia podría repetirse. «El problema es que los que limpiaban entonces, aprendieron a limpiar, los que coordinaban, a coordinar, y los que mentían, aprendieron a mentir», cuenta Schwebsch con cierto tono de desesperanza.

Con un toque amargo revive sus días teñido de negro Josep Figueras, a quien muchos consideran como el primer voluntario en llegar a la Costa da Morte tras el accidente del Prestige.

Se hizo famoso porque en el Coído de Muxía se dirigió al rey, que visitó el arenal, y le entregó una carta. Aquel encuentro, asegura, no estaba preparado. «Al rey le dije lo que pensaba. Fraga y Rajoy estaban con él, pero no me preguntaron nada», recuerda.

Lo que solicitó entonces fueron medios: máscaras, guantes, palas... Y también le pidió que enviasen al Ejército. Los militares acabaron un tiempo después con los pies en la arena levantando fuel.

«Esto acaba como empezó», cuenta tras conocer el contenido de la sentencia sobre la marea negra causada por el petrolero. «Han puesto excusas, siete días con el barco arriba y abajo, y eso no puede ser», lamenta. «La sensación que tuvimos de esto es que no interesaba y se quería alargar en el tiempo», sugiere.

Digan lo que digan los jueces, Figueras se pregunta dónde estaba entonces el Estado cuando las olas rompían negras contra la costa. Se queda con el recuerdo de las personas volcándose ante el problema, y con el ejercicio de censura que trató de diluir política e informativamente aquel fuel tan difícil de limpiar.