La mejor cama, en el hórreo del monasterio de Ozón

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado CEE / LA VOZ

GALICIA

Un niño descansa en una de las camas instaladas en el interior del hórreo de Ozón.
Un niño descansa en una de las camas instaladas en el interior del hórreo de Ozón. XESÚS BÚA< / span>

El cabazo, como le llaman los locales, es el hospedaje más singular del Camiño Xacobeo a Muxía

09 sep 2013 . Actualizado a las 21:55 h.

Quedan pocos días porque el espacio pronto hará falta para las patatas ya cosechadas y el maíz que está por venir, pero el que desee pasar una noche en el hospedaje más singular del Camiño Xacobeo a Muxía, y esté preparado para los rigores de las noches de septiembre, todavía puede darse el lujo de dormir en el hórreo contiguo al monasterio de San Martiño de Ozón.

Sin entrar en guerras con Carnota, Lira o Araño, en Rianxo, el cabazo, que es la denominación que le dan los locales, merece por derecho propio un sitio entre los más imponentes de Galicia. Con 22 pares de pies y 27,3 metros de longitud recuerda sin vacilaciones la medida del control que ejercían los monjes sobre la producción agraria en la Alta Edad Media y que, en muchos puntos del país, se mantuvo durante la Edad Moderna.

Nadie sabe exactamente de quién fue la idea de poner las camas y, como explica Marta Rey, una de las socias de la cooperativa Aurora de los Caminos, tampoco tienen claro si es estrictamente legal o no, pero tampoco les preocupa porque ellos no actúan como hospedaje y tampoco imponen tarifas. La Iglesia les cedió el monasterio cinco años, son una entidad sin ánimo de lucro y están centrados en «valorar, cuidar, conservar, disfrutar y vivir». Venden productos biológicos y enseñan desde guitarra hasta esgrima antigua, con lo que, cuando llegó el primer peregrino que quiso pernoctar en el hórreo, pensaron que no había motivo para privarlo de un placer tan sencillo.

Ahora, como ya ocurrió en su día junto al albergue de Dumbría, las plazas entre la piedra ventilada son las más demandadas y todo el mundo quiere llevarse el recuerdo de pasar la noche en una de las construcciones más representativas de la etnografía gallega. Y es que «ver entrar los rayos de sol por la mañana tumbado en cama es algo que no tiene precio», como cuenta Soraya Moret, una valenciana que, como el resto de sus compañeros, se hartó de los ritmos asfixiantes de la sociedad moderna y ahora destina sus esfuerzos a «un hogar sano, respetuoso y abierto a todo ser humano». Planta verduras, cuida los frutales, enseña música a los niños y va recuperando lo que puede del inmenso patrimonio arquitectónico del monasterio y, sobre todo, como ella misma dice, vive con su marido y su hijo.