Haciendo leña del árbol caído

GALICIA

06 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Lo único que demuestra el juicio contra Baltar es que la Justicia, tan pulcra y objetiva, se equivocó con él cuando no lo juzgó y cuando lo juzgó, lo que, si estuviésemos en un circo, se anunciaría con ese «más difícil todavía» que encandila a los niños.

Baltar fue presidente de la Diputación de Ourense durante 25 años (de 1987 al 2012), y a pesar de que se convirtió en la representación encarnada del uso caciquil del poder, con enchufes proclamados a los cuatro vientos y con obras siempre cuestionadas por los partidos de la oposición, no prosperó ninguna acción judicial contra él. No sé si los jueces le tenían miedo, simpatía, o formaban parte de la caterva de beneficiados, pero lo cierto es que, además de todo lo que era, Baltar también se convirtió en la muestra más patente y escandalosa de la impunidad del poder.

Pero pasaron los años y Baltar se hizo viejo y le arreció la diabetes, y el PP se llenó de yuppies. Y retomando sus aires de maestro de pueblo y músico de banda, decidió marcharse a casa, no sin antes organizar el genial cambalache de una sucesión hereditaria. Y fue entonces, mientras iba camino de Yuste, cuando aparece nuestra valiente Justicia y lo procesa. Y el pobre Baltar, que solo era símbolo de impunidad, se convirtió también en evidencia de lo que, de acuerdo con el saber popular, nadie debería hacer: leña del árbol caído. Y esa es la razón por la que, torpeza tras torpeza, la Justicia no sabe qué hacer con tan ilustre procesado. Mandarlo a la cárcel es una cobardía que la ley hace casi imposible. E inhabilitarlo ahora, cuando él mismo ya se inhabilitó in aeternum, para jugar con los nietos, suena a chuminada -«tú me destierras por cuatro -dijo el Cid-, yo me destierro por ocho-».

Cualquier cosa que hagan los jueces, vaya por Dios, será una chapuza que solo van a jalear los que en vez de justicia piden venganza, y los que, miserables morales por excelencia, se van a vociferar a las puertas de los juzgados para ver caer a los guapos y poderosos que se derrumban.

¿Qué hacer entonces? Si yo fuese el juez, lo tendría claro: marear la perdiz todo el tiempo que haga falta, pidiendo papeluchos y ordenando nuevas diligencias, hasta que me jubilasen -a mí claro, porque Baltar ya está jubilado-. Y luego le encargaría a mi sucesor que anulase el proceso por cualquier majadería, cosa que nunca falta en un sumario. Y no metería a la Justicia en el bochorno de no haber juzgado cuando debía, e inhabilitar ahora a quien ya se inhabilitó voluntariamente. Porque no puede haber mayor tristeza para una institución que ser impotente en el primer acto y absurda en el segundo, aunque el lenguaje correcto haga milagros y todo lo justifique. ¡Qué pena!