Descarrilamiento en Santiago: «¡Cuánta gente muerta, Dios mío!»

Redacción / La Voz

GALICIA

Los supervivientes relatan escenas dantescas vividas en el interior del tren siniestrado

25 jul 2013 . Actualizado a las 18:54 h.

Poco antes de las nueve de la noche, el descarrilamiento del tren Alvia a las afueras de Santiago llevó el drama y el caos a Angrois, la localidad cercana a la infausta curva de A Grandeira. Allí, una vecina tendía la ropa en la huerta de su casa cuando oyó una fuerte explosión. «De repente vi cómo un torpedo de polvo venía hacia mí y pensé ?esto es el tren? -relataba a una emisora de radio-. Entonces eché a correr porque pensé que se me iba a meter dentro».

Más de cerca vivió el accidente Ricardo Montero, uno de los doscientos pasajeros que viajaban en el tren. Anoche aún intentaba comprender lo sucedido y lo contaba así: «Fue todo tan rápido que casi no lo puedo decir. Parece ser que en una curva el tren empezó a dar vueltas de campana. Dimos muchas vueltas de campana y quedaron los vagones subidos unos encima de otros. Tuvimos que salir por debajo y nos dimos cuenta de que el tren estaba ardiendo».

A Santiago se dirigía otro pasajero que narraba cómo iba tranquilamente escuchando música con sus auriculares cuando el vagón empezó a vibrar. «De repente me encontré sentado en el suelo y me dolía todo. A mi lado había gente destrozada y sangrando», contaba.

Otro viajero, cuya primera impresión era que el tren circulaba a gran velocidad y volcó al tomar la curva, calificó las escenas vividas en el interior como «un desastre».

El área del accidente se convirtió en una zona cero en la que, según testigos presenciales, todos los vagones del convoy se salieron de los raíles y algunos de ellos volaron hasta quedar subidos a un talud. Las vías quedaron sembradas de cadáveres. Quienes pudieron asomarse a la dantesca visión que ofrecían las vías al anochecer se mostraban conmocionados. «¡Cuánta gente muerta hay aquí, Dios mío!», decía un testigo. Otro apenas podía pronunciar aquello que más le había impresionado: «Os nenos, os nenos...».

Entre el llanto y el desconcierto, los vecinos se movilizaron de inmediato para colaborar en las labores de ayuda a las víctimas, a quienes procuraron todas las mantas y toallas que encontraron en sus casas. Un núcleo rural tranquilo se vio colapsado por servicios de emergencia llegados desde toda Galicia y que en algunos lugares se encontraron con dificultades para acceder al lugar del siniestro para prestar auxilio a las decenas de heridos. También en esto la participación ciudadana fue crucial. En algunos puntos, los coches rutinariamente aparcados en los márgenes de carreteras y caminos impedían el paso de ambulancias y camiones de bomberos, por lo que los habitantes del lugar tuvieron que moverlos a pulso con el fin de apartarlos y abrir paso.

Al avanzar la noche, los equipos de ayuda procedieron a instalar en la amplia zona en la quedaron esparcidos los restos del tren potentes focos para iluminar el área hasta cerciorarse de que todas las víctimas habían sido rescatadas del interior de los vagones. También se trabajaba a última hora en la instalación de una grúa para poder levantar los vagones siniestrados e inspeccionar la posible existencia de muertos y heridos aún por localizar.

Otros lugares que anoche se vieron colapsados fueron los centros hospitalarios, entre ellos el Hospital Clínico de Santiago, adonde fueron trasladados un gran número heridos, algunos en estado muy grave y otros caminando por su propio pie. Muchos familiares se acercaron hasta el lugar para averiguar el paradero de algunos viajeros, lo que originó momentos de enorme tensión. El colapso de las comunicaciones en la zona del siniestro hizo que muchas personas no pudieran ponerse en contacto con sus allegados.

El drama hizo aflorar la solidaridad de toda la población, que acudió masivamente a los centros sanitarios para donar sangre.