Corazones negros por la desaparición de Chema, un sacerdote de Colmenar Viejo

EFE

GALICIA

Viajaba a Galicia para visitar a un cura amigo suyo

25 jul 2013 . Actualizado a las 19:23 h.

Pilar Quiles tiene el corazón negro. El párroco de la iglesia de Santa Teresa de Jesús de Colmenar Viejo, José María Romeral Escribano, para ella 'Chema', iba a bordo del Alvia protagonista del accidente de Santiago, uno de los más graves de la historia de España. Esta mujer ha hecho de la gestión de esta tragedia su misión en la vida y, como ella, el resto de feligreses que la llaman con insistencia. Su celular echa humo.

Pilar estaba pasando unos días en Mugardos (A Coruña), exultante hasta que en su teléfono móvil recibió una alarmante comunicación con un mal augurio: descarrila un tren en las inmediaciones de la capital gallega y no hay cifras oficiales de víctimas.

Viaje a Galicia para reunirse con un sacerdote amigo

Ella sabía que en ese convoy viajaba este religioso, de 65 años. Se lo había contado previamente. Chema, como lo llama su parroquia, tenía intención de reunirse en Galicia con un sacerdote amigo suyo.

«Me dijo que venía para aquí y que nos veríamos», cuenta esta desconsolada mujer, y al hacerlo confiesa que intenta poner un barniz de normalidad e informar de esta tragedia, al considerar que estas historias han de conocerse.

Al edificio Cersia, en Compostela, donde se ha centralizado la información a los familiares, llegó Pilar media hora antes de esta medianoche y, con cierta periodicidad, al igual que todos, ha ido recibiendo información. Es decir, cada treinta minutos, listado de los nuevos heridos que ingresaban en los diferentes hospitales. Nombre, apellido y centro. Nada del pronóstico. Eso tocaba a las familias. Pero ya a las tres de la madrugada nos han informado de que estaban todos los heridos evacuados».

También que el proceso de identificación de los cuerpos del accidente de Santiago se demoraría, que «hasta hoy a mediodía no esperásemos las primeras noticias».

Mientras Pilar habla con los medios, su marido se dirige al aeropuerto de Lavacolla a recoger a las dos hermanas de José María Romeral.

Horas de angustia

Han pasado horas de angustia. Una vez en Compostela, en el Cersia, los equipos les han pedido nombre, DNI y dos números de teléfono.

«Nos informaban de que, en cuanto tuviesen información, nos llamarían. Y nos decían que si no queríamos estar allí toda la noche, nos fuésemos a descansar. Pero uno no se queda tranquilo».

También que «nos cuidásemos, bebiésemos agua y tomásemos cosas azucaradas».

Pilar, que ha respetado esta segunda recomendación, se ha olvidado de la primera y en su desesperación ha hecho una pregunta directa a los voluntarios de Cruz Roja: «Contándoles los rasgos físicos de nuestro amigo, ¿nos pueden decir si es alguno de los que están en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago?». «Pero me han dicho, eso no, eso no se puede».

Las familias, destrozadas

Todas las personas concentradas en este inmueble, ha destacado Pilar, están destrozadas, y más cada hora que pasa.

«¿Por qué? Porque si te dicen que quedan unos pocos sin identificar, siempre tienes ahí la esperanza. Hasta el final hay que mantenerla. Esa esperanza sin garantías de que uno de ellos sea nuestro familiar, nuestro ser querido». En su caso, «lamentablemente», «en el momento en el que estamos ya pienso lo peor».

Nadie dentro de este recinto habla de la causa del suceso. «No hay lugar para pensar en el enfado en este momento de reflexión. Esta es la fase de saber cómo estará la persona a la que buscas. No se percibe indignación ni protesta, sí mucho dolor».