En manos de los incendiarios

Jorge Casanova
Jorge Casanova REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Una brigada contra incendios en el monte Xalo, a punto de acometer labores de prevención y desbroce.
Una brigada contra incendios en el monte Xalo, a punto de acometer labores de prevención y desbroce. PACO RODRÍGUEZ< / span>

Los expertos valoran las lluvias de primavera como un riesgo frente al fuego estival, pero insisten en que la clave es el factor humano

25 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cualquier experto en la materia admitirá que la fórmula perversa que caracteriza los veranos ingobernables a nivel de incendios está basada en tres variables: una primavera lluviosa y no demasiado fría; un verano seco y el factor humano: «Agora mesmo temos dous de tres -apunta Serafín González, exdirector del Centro de Investigacións Agrobiolóxicas de Galicia-, porque co factor humano sempre temos que contar». En pleno debate sobre si habrá o no verano, la estrategia de prevención ya calcula que el monte aumentará su nivel de biomasa y, por tanto, de combustible potencial. Nada se puede prever con un mínimo de seguridad, pero hay algunos parámetros que, históricamente, caracterizan las peores temporadas: «Más que el hecho de que el verano sea seco, lo que agrava el problema son los días consecutivos sin llover. Ese es el parámetro que más aumenta el nivel de riesgo», aclara González.

Está comprobado que, a partir de siete días sin lluvia, la actividad incendiaria se incrementa; dos semanas de sequía disparan esa actividad y tres semanas sin agua son el escenario en el que se producen las grandes oleadas de fuegos. Si esas circunstancias llegan a producirse, los incendiarios se encontrarán este verano con montes cargados de biomasa en las condiciones más propicias para arder.

Yolanda Camba, una veterana agente forestal, habla de la regla del 30: «Son las circunstancias extremas: 30 % de humedad o menos, 30 grados de temperatura o más y una velocidad del viento igual o superior a 30 kilómetros por hora. Si se dan esas tres variables, el fuego puede aparecer en cualquier parte».

La Xunta, que pondrá en marcha un operativo similar al del año pasado, resta importancia a las copiosas lluvias como factor que incremente el peligro de cara al verano y asegura que hay muchas brigadas desbrozando y tomando precauciones en estas semanas previas al inicio de la temporada. «No se puede desbrozar todo el monte -reflexiona Serafín González-. Ni es económicamente posible, ni se debe hacer». En realidad, tanto González como el resto de los expertos consultados, coinciden en que es el factor humano el que convierte a Galicia, prácticamente cada verano, en protagonista de la crónica de sucesos medioambientales. «Y es ahí donde menos se está actuando», subraya el investigador gallego.

«Es duro decirlo -admite un curtido agente forestal coruñés a pie de monte-, pero los incendios irán disminuyendo con el tiempo; a medida que vaya desapareciendo una generación que tiene su propia cultura del fuego. A mí me han llegado a decir: ??Deixádeo arder. É mellor así??». La estadística, en cualquier caso, no refleja descensos permanentes ni en la superficie quemada, ni en el número de incendios. Al margen de las catástrofes de 1989 y 2006, los datos anuales marcan un perfil de dientes de sierra que no permite marcar una tendencia. La meteorología, al fin y al cabo, es la que marca cuáles son los buenos años y los malos. «Pero a Galicia, por sus características climáticas, no le corresponde semejante número de incendios -finaliza González-. Solo lo justifica el factor humano. Cuando las condiciones son más propicias, evidentemente, es cuando actúan con mayor intensidad».

Un gran hermano en el monte

«Ya hemos visto de todo», admite la agente forestal Yolanda Camba, cuando se refiere a las cámaras que la Xunta ha distribuido por los montes gallegos: «Y de todo es de todo». Los dispositivos se han convertido en un arma que está ajustando su eficacia en la lucha contra los incendiarios, delincuentes que causan enormes daños a la comunidad, pero a quienes es muy difícil acusar con pruebas fehacientes. Las cámaras, colocadas en puntos estratégicos, graban durante un tiempo determinado. Luego su contenido es revisado y analizado. Las imágenes no solo sirven para detener a posibles incendiarios sino también para comprobar la evolución de los fuegos o las características del terreno ante un incendio.