«Maldición» en el número 39 de A Pantrigueira

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA / LA VOZ

GALICIA

Martina Miser

La última de las 5 muertes en un edificio de Vilanova angustia a los vecinos

12 abr 2013 . Actualizado a las 12:22 h.

Cuando en la mañana del miércoles a un agente de la Guardia Civil le dieron la dirección de la casa en la que vivía el hombre cuyo cadáver acababan de encontrar con la cabeza machacada en una pista de Vilanova, dijo: «¿Pero outra vez aí?». Algo así habrán pensado también los vecinos, que con la de Miguel Paz Fernández suman ya cinco muertes. Trágicas la mayoría.

Hace ya muchos años que un inquilino de la casa se mató en un accidente de tráfico en O Esteiro, en el mismo concello de Vilanova donde está el número 39 de A Pantrigueira, una casa de campo dividida en varios apartamentos que suelen ser alquilados por personas humildes.

Esa muerte todavía quedó registrada como un suceso luctuoso ordinario, pero años después una joven que vivía en la buhardilla se tiró por la ventana y perdió la vida. Otro vecino murió solo dentro de casa, y ya cuando empezaron a saltar las alarmas fue en el 2010, cuando los dueños de un bar cercano a la vivienda, que volvían de dar un paseo, se encontraron en la carretera el cadáver de Manuel Piñeiro, de 56 años, atropellado por un coche cuyo conductor se dio a la fuga. También era vecino del número 39 de A Pantrigueira.

Por eso ayer, cuando una joven pareja de Cambados que está esperando un hijo y alquiló allí hace unos meses un piso se enteró de la maldición que rodea la casa, ella lo tuvo claro: «¡Yo no doy a luz aquí!», dijo rotunda. «No sabía nada de lo de las otras muertes, nos enteramos por la prensa, pero yo aquí no me quedo».

No todos piensan lo mismo. Al mediodía de ayer llegaba a la vivienda en bicicleta Serafín de Jesús Bras, un ciudadano luso que lleva casi cuarenta años viviendo en la comarca y que hace un año alquiló un bajo en el número 39 de A Pantrigueira. «Onte mesmo renovei o aluguer», subrayó para que quedase claro que a él no le asustan esas leyendas negras. Y eso que sabía perfectamente lo que había pasado en el edificio. «Si, a rapaza que se tirou pola ventana, e o do accidente de tráfico, o atropelado... Houbo outro, pero ese morreu de morte natural».

Lo único que le importa es que su apartamento es cómodo y barato. «Pago 180 euros. Antes vivín en Vilanova e en Vilagarcía, pero aquí estou moi ben», dice.

Volvía de su trabajo, vendiendo el cupón de discapacitados. Como cualquier otro día. Ni siquiera el último crimen modificó sus rutinas. Además, durmió perfectamente esa noche.

«Estaba vendo a tele, Terras de Miranda, que remata moi tarde, á unha da mañá. Baixei a persiana e a cortina e fun dormir. Non oín nada de nada, e mellor así, porque se oíra algo sairía a ver que pasaba...».

Lo contaba a las dos y media de la tarde, y Serafín tenía hambre. Apoyó la bicicleta con la que vende el cupón muy cerca de la ventana, donde hay una herradura colgada. Un talismán contra la mala suerte que el portugués reconoció que había colocado él. Pero no le quiso dar más importancia. «Atopeina por aí...». O sea, lo que ya se sabe, que él no cree en meigas, pero «habelas hailas».

Al lado del piso del bajo hay un camino que se dirige a otro apartamento que hay en la parte trasera del inmueble. Junto al porche, un triciclo de plástico, y colgada de la puerta, la bolsa del pan con una barra fresca dentro. Nadie la había recogido. Allí vivía la víctima con su pareja y su hijo. «Ela non está -dice Serafín-. Non volvín a vela».

Su vecino confirma que solo llevaban dos meses en la casa y que su comportamiento había sido normal. «El andaba por aí en bicicleta co neno, non levantaban sospeita ningunha nin había nada raro», confiesa.

Mientras los ocho inquilinos de la vivienda se recuperan del susto, los agentes de la Guardia Civil prosiguen con las investigaciones.