El asombroso Basilio, un porriñés que lucha contra el Parkinson con dos electrodos en el cerebro

Jorge Casanova
jorge casanova O PORRIÑO / LA VOZ

GALICIA

VÍTOR MEJUTO

No puede acercarse a los aeropuertos, los inhibidores lo apagan

07 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Basilio camina con dificultad ayudado por su esposa, Mari Carmen. «Estoy un poco mareado», admite. Le acaban de quitar los puntos de la cabeza y del cuello, producto de la sustitución de los electrodos que tiene instalados en el cerebro y que le mandan impulsos eléctricos por el cuerpo. Esos golpecitos de corriente desbloquean sus músculos y le permiten engañar a una rara variedad de párkinson que lleva diez años comiéndole la vida.

Si le preguntas cómo empezó todo, Basilio, policía local jubilado, te llevará a un accidente de tráfico, evacuando a un herido: «Mis compañeros me lo decían, que fuera al médico, que caminaba mal, pero yo no me daba cuenta. Aquel día, acudió al accidente mi doctora de cabecera y un compañero le pidió que me examinara. Me hizo caminar sobre una línea blanca. Aquella noche ya dormí en el hospital». Sería la primera de muchas, porque el diagnóstico certero tardó casi 18 meses en llegar. Un año y medio perdido durante el que a Basilio solo pudieron decirle que tenía un problema psicológico.

Sentados en una terraza de O Porriño, Basilio va repasando con su voz grave y sus ojos grandes un decenio de esperanza, de lucha y de terror. De vez en cuando la voz se le achica y los ojos se le velan: «Es una consecuencia de la operación. Me emociono con mucha facilidad», explica. La operación a la que se refiere es una virguería que supone la colocación de dos electrodos en los núcleos subtalámicos del cerebro, conectados a una manguera que baja por el cuello del paciente hasta su vientre, donde está instalado un ingenio parecido a un marcapasos, susceptible de ser regulado de forma inalámbrica por un especialista. Hay más de 300 gallegos con párkinson o epilepsia caminando por ahí gracias a este sistema que les ha cambiado la vida. Basilio es uno de ellos.

Encendido, apagado

Puede que también sea consecuencia de la operación, o no. Pero Basilio parece investido de una franqueza brutal: «Al principio no fue muy bien. Se equivocaron y me colocaron un electrodo tres milímetros más profundo de lo que debían. Y, cuando me encendieron, me volví loco, porque el electrodo estaba en la zona de la locura». Encender y apagar, un concepto que suena extraño aplicado a un ser humano. Pero Basilio sabe que él se enciende y se apaga: «Eran doce en la habitación y no podían conmigo. No era dueño de mis actos». Pasaron unos días hasta que todo se normalizó. El error fue detectado y el sistema reimplantado, lo que le dio a Basilio unos años de calidad de vida.

«Recuerdo que unos días después de la operación, fui a despedir a mi hermano al aeropuerto. Nosotros no podemos viajar en avión, ni en tren, ni pasar por arcos magnéticos. Yo me quedé en el aparcamiento. Cuando regresamos a casa me encontraba fatal. Al día siguiente volvimos al hospital y me dijeron que no me preocupara. Me había apagado con el inhibidor de frecuencias del aeropuerto». Así que Basilio ni se acerca a los aeropuertos, comisarías, juzgados... Allí donde haya un inhibidor, su posibilidad de apagarse es máxima.

Estos días, Basilio quiere recuperar la senda de la normalidad. Durante los últimos meses ha combatido contra su aparato, desajustado e incapaz de detener sus bloqueos musculares: «Estoy deseando volver a pasear y a conducir, porque he sufrido mucho; una cosa es contarlo y otra resistir un dolor espantoso que me dejaba agarrotado y tirado». Solo lo salvaba la apomorfina, un carísimo refinado que le daba dos o tres horas de paz, hasta el siguiente ataque: «Es algo que te anima a hacer locuras».

Cien años

Hace dos semanas fue operado y recibió unos nuevos electrodos. En pocas semanas regresará al Clínico de Santiago, el único hospital gallego y uno de los cinco de España que desarrolla esta terapia, para ajustar el mecanismo y su propia vida: «La operación no te cura la enfermedad, solo alivia los síntomas. Yo sé que estoy condenado a una silla de ruedas, pero doy gracias a Dios», dice Basilio. Ha visto a amigos con cáncer, infartos, otros pacientes de párkinson a los que apenas les quedan músculos para mover voluntariamente: «Ya me lo dijo el médico: podré vivir cien años, aunque cada vez estaré peor». Lo que parece seguro es que Basilio, el asombroso, agotará esos cien años, o los que sean, para exprimirlos a tope.