Ourense-Sanabria, últimos billetes

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA OURENSE / LA VOZ

GALICIA

sandoval

25 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

«¡Viajeros al tren! ¡viajeros al tren!». La voz no dice eso. Otras voces lo dijeron alguna vez. Lo que hoy se oye es que está estacionado en vía 2 el regional Ourense-Puebla de Sanabria, que saldrá en breves momentos. La estación central de Ourense, algo dormida a las cinco y poco de la tarde, hace caso omiso al anuncio con la excepción del conductor:

-Ya quedan pocos viajes, ¿eh, jefe?

«Aún le quedan algunos», responde el veterano maquinista. Antonio, con el que haré migas en las próximas horas, ha subido y bajado cientos y cientos de veces hasta Sanabria. Tuerce el gesto cuando le insisto sobre la sentencia de muerte dictada sobre el servicio y que, al fin y al cabo, lo más probable es que salgamos él y yo solos: «En San Francisco montará más gente».

«Pi-pi». Arranca el tren, un automotor de la serie 592 con unas 200 plazas. Un camello, en la jerga ferroviaria, con parada en todas las estaciones donde haya que parar. Dieciséis en un trayecto de 135 kilómetros que nos llevará dos horas y cuarto. Circulamos un poco a deshora, pero la profecía de Antonio empieza a cumplirse. Suben algunos viajeros. Dos, tres. Personajes del viejo tren que desaparecerán con el servicio. Como el cura de Paderne, don Fernando, que lo coge tres o cuatro veces por semana: «Dicen que van a poner un autobús. ¿Pero cómo lo harán si no hay carreteras?», se pregunta el párroco.

«A mí me hacen polvo», dice un jubilado de Renfe. Tiene 81 años y ya echa cuentas del picotazo que le va a suponer: 16 euros de taxi hasta la estación de Vilar de Barrio. Él usa la de Alberguería, uno de esos caserones rodeados de nada donde la última parada de este regional será probablemente también la última de su historia. Así que el runrún del camello va marcando los últimos días de la línea, pasajeros y estaciones incluidos.

Una joven colombiana está también calculando si le convendría desplazarse entre Baños de Molgas y A Gudiña para un trabajo ocasional, que ahora le compensa pero que, con otro coste ya no: «Cualquier otro tren cuesta más del triple». Y así todos. Que no son muchos, pero que repiten, para que no me olvide, que el viernes y el domingo, el tren va lleno. Ida y vuelta de estudiantes. El resto de los viajes son tan familiares que da tiempo a entrevistar a fondo a todo el tren varias veces.

La boca del lobo

La tarde, ya primavera, nutre de un paisaje cambiante, del valle a la montaña, al ritmo que se pueden ver las cosas. Muy hermoso en su mayor parte y asombroso al atravesar los embalses de Vilariño. Estamos en zona apache. Aquí no vive casi nadie y hay historias divertidas y no tanto sobre viajeros exóticos que se apearon haciendo caso omiso a las advertencias del interventor o el maquinista y luego los tuvo que venir a buscar la Guardia Civil: «Cuando empecé a trabajar en este servicio, muchas veces comíamos en la cabina -recuerda Antonio, el maquinista-. Yo tiraba el pan que me sobraba, hasta que un día me dijo un compañero que no lo hiciera hasta que llegáramos al puente de Ourense. Que nunca sabías lo que te podía pasar». Muchos tramos de este recorrido merecerían tomar en cuenta el consejo del viejo ferroviario. Tintar alguno de esos andenes con la noche y la lluvia sería seguramente lo más parecido a dibujar la boca del lobo.

Pasamos A Gudiña y A Mezquita entre las obras de la alta velocidad despidiendo a la última viajera y afrontando el tramo más pendiente y tunelado, cruzando Padornelo, un paso que tardó 25 años en abrirse a pico y barrena y por el que esta tarde subimos chino chano el maquinista, el interventor y yo. En Lubián monta un pasajero que se apea en Puebla de Sanabria, donde llegamos puntualmente a las 19.53.

En la estación, una inesperada joya de la arquitectura ferroviaria, espera un taxista que transporta a los dos empleados de Renfe hasta el hotel donde pasarán la noche para salir mañana en dirección contraria. Otro día de semana. La misma canción, más o menos. Un estudiante que se unirá en Ourense con unos colegas para iniciar las vacaciones; unas chicas de Viana do Bolo que van a pasar el día a la ciudad y otra que debe empalmar hasta Vigo a una entrevista de trabajo. Más lamentos, la peripecia que les espera cuando no pase el regional. Son pocos, claro, ya lo saben. Pero son los últimos. Y no se les tiene en cuenta. Las alternativas que se han barajado hasta el momento son vagas y nadie se las cree mucho. Así que algunos desbarran contra este recorte sin fin y otros asumen que viajarán menos.

La escasez del pasaje no es solo producto de la despoblación. Los horarios hacen que no sea demasiado eficaz. Llegar a Ourense a las 9.18 horas es llegar tarde a clase o a trabajar. Sí para hacer algún recado, papeleos, pero hay que regresar algo tarde, a las 17.38. Así que entre todos la mataron y ella sola se murió.

Salvo milagro, el servicio dejará de funcionar en junio, aunque no hay fecha oficial todavía. Las movilizaciones contra el cierre han sido tímidas y sin eco hasta el momento. Ningún alcalde se va a partir el pecho por ese tren. El próximo curso, los estudiantes tendrán que buscarse la vida. Y, aunque eso es lo de menos, no será tan sencillo ni charlar un rato con el cura de Paderne ni asomarse al parque de O Invernadeiro desde las sinuosas colas del embalse de Vilariño.