El juicio del crimen de los mellizos resolverá si la madre les pegaba

Alberto Mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Javier Estrada, autor confeso del crimen.
Javier Estrada, autor confeso del crimen. gustavo rivas< / span>

En el proceso, que comenzará el martes, la fiscala pide 11 años de cárcel para la progenitora de los pequeños y 50 para su novio

03 mar 2013 . Actualizado a las 12:54 h.

Este martes comienza en la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña el juicio por uno de los crímenes más horrendos que se recuerdan en Galicia. Un hombre asesinó a golpes en un piso de A Coruña a unos mellizos de 10 años porque no los soportaba. Literalmente. Ese fue el argumento que este individuo de 29 años dio a la jueza con los pies encima del estrado. Con altanería. Eran los hijos de su compañera sentimental. Ella no los mató. Pero no hizo nada para evitarlo. Peor que eso: les pegaba tanto como quien los asesinó, que era su novio, el hombre que había conocido un año antes a través de una agencia matrimonial. Eso es lo que sostiene la fiscala que llevó el caso del crimen de los mellizos en agosto del 2011.

Por eso pide que esta mujer que «tenía a sus hijos en un estado de temor perpetuo» sea condenada a 11 años de prisión como autora de ocho delitos de lesiones y dos de malos tratos habituales. En cuanto al autor confeso de las muertes, Javier Estrada, solicita que sea condenado a 50 años de prisión al entender que es autor de dos delitos de asesinato, ocho de lesiones y dos de malos tratos habituales. Y sobre sus estado mental, nada de nada. La fiscala, aunque le reconoce rasgos esquizoides y trastorno de la personalidad, mantiene que «fue consciente de sus actos y sus capacidades no se hallaban alteradas en el momento de los hechos».

«Maté a dos niños. O vienen o me voy»

Javier Estrada, que así se llama el autor confeso de este inexplicable crimen, apenas había dormido la noche anterior al 21 de agosto del 2011. Estaba «nervioso y enfadado» porque su compañera y madre de los niños no había querido mantener relaciones con él. Enfurecido por ello, quedó en casa al cuidado de los críos, pues su pareja se había ido a trabajar. A mitad de mañana decidió explicarles el funcionamiento de los relojes de aguja. Los pequeños no sabían leer la hora y por mucho que él les explicaba no avanzaban. Se enfadó y uno de ellos cogió el despertador y lo tiró al suelo. «Ahí me puse muy nervioso», recordó el acusado en su declaración judicial. Fue cuando cogió la tabla de un estante y se fue hacia ellos. Adrián corrió hacia la habitación, mientras que Alejandro se fue a la cocina. Lo siguió y empezó a darle una y otra vez hasta que lo dio por muerto. Fue entonces en busca de Adrián. Al entrar en la habitación, el crío intentó enfrentarse a él y luego le pidió que no le pegara, que se iba a portar bien. Pero lo redujo de un solo golpe. Continuó agrediéndolo hasta que se le rompió la barra. Buscó otra arma y la encontró en la bicicleta. Le sacó el sillín y le dio con la parte del hierro en la cabeza. Entonces oyó ruidos en la cocina. Alejandro agonizaba. También a él le dio con el sillín.

Inmediatamente después, cogió el cuerpo de Adrián y lo llevó a la cocina, donde yacía muerto su hermano. En una especie de macabro ritual, los acomodó uno al lado del otro, exactamente en la misma postura, con sus cabezas giradas, como si estuviesen durmiendo. Limpió la sangre del pasillo y llamó a la policía: «Maté a dos niños. O vienen o me voy». Y esperó sentado a los agentes.

El fiscal describe episodios horrendos en ese piso de la calle Andrés Antelo, del barrio de Monte Alto. Esos niños vivieron desde que nacieron, según la acusación, en un estado represor, «de continuas palizas, insultos y vejaciones». Ni siquiera su padre biológico se ocupó de ellos alguna vez. Se fue de casa cuando eran apenas bebés y no los volvió a ver. A su madre -relata la fiscala- no le temblaba la mano a la hora de reprenderlos, pues «en una ocasión tiró a uno de ellos -con una deficiencia del 52 %- escaleras abajo».