Una noche en el infierno: un lucense pasa 20 horas perdido tras caer con su coche por un barranco

miguel cabana / óscar cela LUGO / LA VOZ

GALICIA

Óscar Cela

Se salió de la carretera en una peligrosa curva y el coche voló por los aires, cayendo a revolcones al fondo de un barranco de unos 20 metros de altura lleno de maleza

18 ene 2013 . Actualizado a las 13:17 h.

Una noche en el infierno: eso es lo que recuerda el lucense Benedicto Tejeda, Bene, tras sufrir un accidente de circulación en la N-VI, en Becerreá, el pasado lunes a mediodía, que le hizo estar perdido en el monte toda la noche. Conducía en dirección a Lugo por un tramo de la vieja carretera nacional paralelo a la A-6 y le había dicho a su mujer que sobre las dos y media llegaría a su casa a Lugo para comer. Pero el destino truncó sus planes.

Por algún motivo que no recuerda -aún tiene muchas lagunas de memoria- se salió de la carretera en una peligrosa curva y el coche voló por los aires, cayendo a revolcones al fondo de un barranco de unos 20 metros de altura lleno de maleza. La carrocería del A-4 quedó completamente destrozada, pero el interior aguantó intacto y Benedicto sobrevivió solo con magulladuras. Cree que perdió ligeramente el conocimiento con los golpes, pero pudo salir por su pie. Estaba bastante desorientado y no fue capaz de encontrar un lugar adecuado en el talud vertical para trepar de nuevo hasta la carretera. Buscó entonces salida por otro lado del barranco. Comenzó a caminar bajo la lluvia y la espesa niebla entre matorrales, prados y senderos, hasta que se encontró perdido. Quiso volver al coche por si el móvil se había salvado del golpe, pero ya no pudo hallar el camino de vuelta. Benedicto explicaba ayer desde su casa, donde todavía sigue convaleciente de los golpes, la odisea. «Una vez que ya me encontré un poco orientado pensé que subiendo ladera arriba alcanzaría un lugar elevado desde el que vería casas o un pueblo donde pedir ayuda. Por eso caminé sin parar, hasta que ya empezaba a anochecer. Seguía lloviendo, no veía más que monte y encontré a unos perros que me parecieron bien cuidados. Intenté seguirlos a ver si me llevaban a su casa, pero me ladraban y no me dejaban acercarme. Así que opté por seguir caminando entre la lluvia y la niebla, hasta que anocheció».

Poco después, Benedicto encontró la carrocería de un viejo Seat 1.500 abandonado al lado de un sendero. Aunque no tenía el parabrisas delantero, no lo dudó: era el mejor cobijo posible para pasar la noche sin congelarse, porque no se oía ni un alma, ni se veían luces ni casas debido a la niebla.

Aturdido por los golpes

Empapado, aturdido por los golpes y el cansancio de horas de camino y sin creerse lo que le estaba pasando, se acurrucó en la parte trasera del viejo 1.500, entre restos de cuerdas y con un olor insoportable a humedad y herrumbre. «Creo que no dormí nada. Fue un infierno. Al amanecer, con un frío terrible porque seguía empapado, comencé a caminar de nuevo y por suerte, tras una media hora, llegué a una casa. Al principio no me creían porque les parecía muy lejos el lugar del accidente, pero tras insistir me acogieron. Pude llamar a casa y acabó el infierno para mí y para mi familia, que también pasó una noche desesperada por mi desaparición inexplicable». Benedicto estaba en Vilarín, Becerreá, a 1,5 kilómetros del coche accidentado en línea recta, pero a 7 siguiendo la tortuosa ruta que hizo a pie.