El juicio más global de la historia

Pablo González
pablo gonzález REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

El martes, justo diez años después de la catástrofe, se reanuda la vista del «Prestige», una investigación cuyo eventual fracaso radica en su complejidad internacional

11 nov 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Galicia en el centro de un acontecimiento global. Es inédito que una pequeña comunidad que no alcanza los 3 millones de habitantes se viera inmersa en una dinámica que implica a cuatro continentes y 21 países. El viaje frustrado del Prestige desde San Petersburgo a Singapur, del que ahora se cumplen 10 años, era el bucle que dibujaba una globalización que ya en el 2002 estaba en su apogeo. Los restos de las refinerías rusas cruzaban el inmenso mar para alimentar a las naciones emergentes asiáticas en su insaciable sed de energía para un crecimiento que aún hoy continúa.

La tormenta perfecta llegó antes de la mitad del camino, en el fin del mundo ibérico, pero el contexto en este caso no explica por sí solo el resultado. Una veintena de buques con mercancías peligrosas circularon ese mismo día por el corredor de Fisterra con las mismas olas y la misma borrasca. Pero sus nombres no pasaron a la historia. Nadie habló de ellos. Solo la palabra Prestige ha permanecido en estos diez últimos años en la boca del mundo, quizás porque su estado estructural no era el más adecuado y no resistió la primera tormenta de su ruta. Algunos, como las Bahamas, el país en el que se abanderó el buque, siguen esgrimiendo la teoría de la ola gigante. Los abogados de Mangouras también lo harán en cierta medida. Pero la Fiscalía cree que solo el árbol con raíces débiles es el que finalmente tumba el temporal.

La investigación

Un proceso que no ha roto el blindaje de los armadores. El juicio que se retoma el próximo martes, sin duda el más global de la historia judicial española, esta sembrado de testigos, documentos y ecos de la veintena de países que tuvieron algo que ver con el petrolero. Un buque que, con un vertido de 63.000 toneladas, tiñó de negro el Viejo Continente, a pesar de que su carga iba destinada a los países que, después de todo este tiempo, son considerados hoy emergentes y compran la deuda de los afectados por el vertido. Es una gran paradoja contra la que todavía no hay antídoto: la normativa internacional consagra la libertad de paso. Aquellos petroleros monocasco hoy desaparecidos circulaban sin ningún freno frente a Arcachon o Arousa, los paraísos marisqueros de la Europa desarrollada. Pero para emprender el negocio preferían banderas de países como las Bahamas, registros como el de Liberia o astilleros chinos para las reparaciones más onerosas. O una empresa fantasma en África -Mare Shipping- y una operadora griega -Universe Maritime- a las que la Justicia aún no ha podido encontrar el enganche, la vinculación societaria que pudiera romper el artificial blindaje del que se valen algunos armadores. Mientras unos buscaban en la convulsa Liberia el registro ideal, otros recalan en la pacífica y fiscalmente atractiva Suiza para diseñar el envío de la carga desde una oficina londinense.

Las responsabilidades

El fracaso de no poder responsabilizar a una empresa solvente. La república del mar, a la que tan difícil es hacer llegar el orden terrestre, es un mundo de contrastes en el que se busca la integración del negocio en las áreas más desreguladas, pero también precisa de agentes regulados como las sociedades de clasificación. La compañía estadounidense ABS ha salvado a este sector de un síndrome de inseguridad jurídica al ganar -sin ni siquiera haber empezado- el pleito de Estados Unidos al Gobierno español. Pero se enfrenta a nuevas demandas civiles en Francia -donde el precedente de la sentencia del Erika preocupa a las clasificadoras- y probablemente a otra acción similar en España, cuando dentro de varios años termine el proceso penal, probablemente con una sentencia del Supremo. España se ha desangrado económicamente en esta demanda civil, pero el objetivo era loable: conseguir abrir una brecha en un mundo prácticamente autorregulado. Pero es probable que al final las responsabilidades civiles queden huérfanas de una empresa solvente que asuma las negligencias encadenadas en este caso.

Los medios

Un pequeño juzgado frente al mundo. Hay otra paradoja. La inmensa red global que refleja el gráfico de la página siguiente tuvo que dirimirse en un pequeño juzgado de jurisdicción doméstica, enfrentado a pedir decenas de comisiones rogatorias a terceros países que en muchos casos no llegaron a buen término. Ni siquiera en el ámbito de la colaboración judicial de la Unión Europea pudieron ejecutarse los embargos a la armadora remitidos a Grecia. Una simple contestación relativa a que el domicilio conocido ya no era el de la empresa fue suficiente. No hubo investigación. Simplemente un carpetazo.

Los avances

Grandes cambios tras grandes catástrofes. También es increíble que una pequeña comunidad -aunque el vertido afectó a toda la costa del golfo de Vizcaya- forzara tantos cambios legislativos a nivel global. A raíz de este caso, la Organización Marítima Internacional adelantó al 2010 la retirada de los petroleros monocasco de aguas internacionales. Pero a pesar de todo el daño que generan los vertidos, los armadores siguen teniendo limitada su responsabilidad, quizás porque eliminarla o aumentar el límite tendría consecuencias directas sobre el precio de los carburantes.

La libertad con la que se movían en el 2002 armadores como el del Prestige tiene su contrapunto en unos Estados, como el español, que en aquellos años habían desarbolado totalmente su andamiaje público de salvamento marítimo, dejando en manos de subcontratas instrumentos clave como los remolcadores. Toda la seguridad marítima internacional se fortaleció a base del trauma de distintos desastres marítimos. Y España también recuperó su sistema de salvamento público a raíz de otra tragedia. Y aprendió de sus errores.