La ciudad feísima

FIRMAS

01 sep 2012 . Actualizado a las 06:00 h.

«On nous ha dit que Vigo est très moche ». Con gran naturalidad, Thomas y Clementine, dos amigos de Marsella, me espetan esta frase nada más llegar a Peinador: «Ya nos han dicho que Vigo es muy feo». Uno no espera que Francia conserve los modales de Versalles. Pero asombra que unos recién llegados, a quienes acoges en tu casa, te suelten semejante comentario. En otras latitudes, les dices eso a tus anfitriones y duermes debajo de un puente.

Decir que Vigo es feo es aquí casi una fórmula de cortesía. Los vigueses, al oírlo, parecen sentirse hasta halagados. «Feo, no: ¡Horrible!», abundan algunos, para corresponder al cumplido.Algunos aborígenes pueden conceder que la ciudad, siendo fea, «tiene bonitos los alrededores».

Pregunto a Thomas y Clementine quién les ha informado sobre la, por lo visto, famosísima fealdad de Vigo. Y la respuesta es la que esperaba: un vigués. Se trata de un amigo común, Fernando, que reside en París. «Nos ha dicho que no nos quedemos más de una noche».

Sopeso parar el coche y dejarlos en el arcén. Pero los llevo a comer a un bar de Alcabre. Alucinan con las cosas del mar con patas que les ponen, con el vino blanco y con el precio. Luego, vemos las playas y tomamos café a la terraza de Quico, en Saiáns. Tras instalarse en casa, les propongo el crucero marítimo más barato de su vida. Antes, hacemos una parada en O Castro y, desde la fortaleza, vemos la ría y el barquito en el que, en unos minutos, van a cruzarla.

Preguntan por las Cíes, por Rande, por la ciudad, por las bateas, por los barquitos pesqueros. Les cuento lo del Nautilus y les hablo de Drake, de Julio César, de la batalla de la Bahía de Vigo y de cómo pusimos en fuga al ejército de Bonaparte. También les hablo de pesca, de coches, de astilleros, de una ciudad industrial que debería sentir orgullo por ello.

Cenamos en el Casco Vello. No llevan ni doce horas en la «ciudad feísima». Están entusiasmados, pero no perdono fácilmente oír hablar mal de Vigo. Aún podría mandarlos a dormir debajo de un puente. El de Rande, concretamente.

eduardorolland@hotmail.com