Los búlgaros controlan ya el transporte marítimo de cocaína

julio á. fariñas REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Los colombianos «se hartaron de que los gallegos les roben y engañen»

23 dic 2016 . Actualizado a las 12:33 h.

Desde aquel frío enero de 1991 en el que fueron detenidos en la periferia de Madrid el mítico expresidente del club Juventud de Cambados, Sito Miñanco, y Jorge Isaac Vélez Garzón, un colombiano de Cali, han cambiado muchas cosas en el complejo mundo del negocio mayorista de la cocaína. Pero no todo es diferente. Sigue pivotando sobre una premisa fundamental: un kilo del tan codiciado oro blanco no vale casi nada en origen en relación con el precio que alcanza cuando toca tierra en Estados Unidos o en Europa, que es donde está su gran mercado. Entonces, cuando cayeron por primera vez Miñanco y Vélez Garzón, el gran negocio estaba empezando. El de Cambados, arropado por un sólido equipo de incondicionales, acababa de meter en Madrid un alijo de más de más de una tonelada de cocaína que estaba distribuyendo con los Vélez entre los mayoristas desde una nave en el polígono industrial de Ajalvir. Ya habían colocado la mayor parte de la mercancía cuando les echó el guante un sólido equipo de estupas (policías antidroga), liderado por otro gallego que ya no está en la policía porque la empresa privada supo valorar mejor su profesionalidad. Por aquellos años, los colombianos confiaban plenamente en los gallegos y siguieron trabajando con ellos, incluso cuando dirigían el negocio desde las cárceles. Salvo contadas excepciones que tuvieron cumplida respuesta, pagando su osadía en algún caso con la vida, había unas reglas de juego no escritas que unos y otros respetaban. Pero con el relevo generacional el panorama ha ido cambiando de forma progresiva. Los nuevos narcotransportistas gallegos, buena parte de ellos antiguos segundones, fueron perdiendo la confianza de los colombianos que se cansaron de organizar envíos que cada vez con más frecuencia se perdían total o parcialmente por el camino. Y de adelantar dinero para hacer frente a los gastos de transporte y que al final les hiciesen las cuentas del gran capitán. «Los colombianos se hartaron de que los gallegos les roben y les engañen», explica un experto policial. En una primera fase trataron de solventar esos problemas reforzando la presencia de los inspectores de la organización sobre el terreno, ya que entrar en Europa por la fachada atlántica de la Península era lo más práctico y las experiencias de dar un rodeo por el Cuerno de África pusieron de manifiesto que esa ruta tenía más inconvenientes que ventajas. La alternativa llegó de las mano de las mafias búlgaras, que ofertaron a los colombianos sus servicios de transporte marítimo con veleros -cuando las condiciones de la mar lo permitieran- y con grandes mercantes de línea regular, técnicamente muy difíciles de abordar en alta mar. El barco y/o la tripulación estarían controlados por férreas organizaciones búlgaras, que pueden atender pedidos de tamaño medio -de 50 o más kilos-, suministrándolos sobre la marcha, en los que el destinatario asume todo el riesgo desde el punto de encuentro con el mercante hasta tierra. La presencia de búlgaros solo había sido detectada en narcoveleros. En mayo del año pasado una investigación de los Greco-Galicia permitió capturar uno de ellos en las islas del Caribe cuando se disponía a zarpar con 500 kilos a bordo rumba a las costa gallegas.