Los mellizos asesinados en A Coruña contaban por móvil su calvario a sus amigos

alberto mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

El psiquiatra avisó a la madre de que no los dejara al cuidado de su novio

26 abr 2012 . Actualizado a las 19:15 h.

La jueza estiró la instrucción hasta el infinito, practicó innumerables diligencias y escuchó a más de 20 testigos, porque era consciente de lo duro que es para una madre que le asesinen a sus hijos y que encima la culpen de algo tan cruel como no haber hecho nada para evitar su muerte. Pero a la vista de las pruebas practicadas, la titular del Juzgado de Instrucción número 5 de A Coruña no tuvo más remedio. Porque hay cosas que no se entienden, y así lo hizo ver en un extenso y minucioso auto de procesamiento.

No se entiende, por ejemplo, que la madre de los mellizos, María del Mar Longueira, no hiciese nada a pesar de que el psiquiatra de Javier Estrada, su compañero sentimental, le advirtió de que no dejara los niños a su cuidado, porque corrían peligro. Tampoco tiene sentido que nadie hiciese nada cuando los pequeños cogían el móvil de la madre a escondidas, semanas antes de morir asesinados, para pedir ayuda a conocidos de la familia porque en casa no hacían más que pegarles. Y mucho menos se entiende que la madre rogase a su compañero que volviese a casa cuando él se iba diciéndole que no soportaba a sus hijos. O que una amiga llamase dos meses antes al Teléfono del Menor alertando de que en el número 13 de la calle Andrés Antelo, de A Coruña, vivían dos críos que estaban siendo maltratados. Parecía que todo el mundo lo sabía, y la madre, la primera. Pero el 21 de agosto del 2011 Javier Estrada quedó cuidando a los mellizos, de 10 años, y los mató a golpes. Primero con una barra del armario y luego con el sillín de una bicicleta estática mientras la madre estaba trabajando. Lo relata la jueza en un auto en el que precisa que la causa ya alcanzó los ocho tomos.

Actitud chulesca

En ellos se puede leer, por ejemplo, las declaraciones del asesino confeso, tanto ante la policía como ante la magistrada, cuando el imputado declaró con los pies encima del estrado y en actitud chulesca.

Apenas había dormido la noche anterior. Estaba «nervioso y enfadado» porque su compañera y madre de los niños no había querido mantener relaciones con él. Enfurecido, se quedó en casa al cuidado de los críos. A mitad de la mañana decidió explicarles el funcionamiento de los relojes de aguja. Los pequeños no sabían leer la hora y por mucho que él les explicaba no avanzaban. Se enfadó y uno de ellos cogió el despertador y lo tiró al suelo. «Ahí me puse muy nervioso», recordó el asesino. Fue entonces cuando cogió la barra de un armario y se fue hacia ellos. Adrián corrió hacia la habitación, mientras que Alejandro se fue a la cocina. Lo siguió y empezó a darle una y otra vez hasta que lo dio por muerto. Luego corrió en busca de Adrián. Al entrar en la habitación, el crío le rogó que no los golpease más, que se iban a portar bien. Pero lo redujo de un solo golpe. Continuó agrediéndolo hasta que se le rompió la barra. Buscó otra arma y la encontró en la bicicleta. Le sacó el sillín y le dio con la parte del hierro en la cabeza. Entonces oyó ruidos en la cocina. Alejandro agonizaba. También a él le dio con el sillín.

De la madre, en la causa se desprende, según precisa la jueza en el auto, que pudo haber maltratado a sus hijos en cuatro ocasiones. María del Mar estaba profundamente enamorada de Javier. Cuando declaró, ya como imputada, reconoció que era el hombre de su vida, con quien quería formar una familia.

También dijo que el autor confeso del doble crimen «se enfadaba con frecuencia y la insultaba». Y que pegaba a los niños. Pero estaba dispuesta a tener un hijo con él, sometiéndose a un programa de fertilidad.

Javier y María del Mar se conocieron un año antes del doble crimen gracias a una agencia de contactos. Pronto se fueron a vivir juntos al barrio coruñés de Monte Alto. Y muy pronto comenzaron los movimientos y gestiones para internar a sus hijos mellizos de diez años en un centro de la Xunta. En medio, la madre de los niños se hizo amiga de la testigo que alertó al Teléfono del Menor. A ella le contaba sus miedos y deseos; esos que sirvieron ahora para que la jueza decidiese imputarla. María del Mar se enfrenta a un proceso en el que quería ser acusación particular y terminó siendo acusada.