Miedo y rabia en la ribera del Eume

Jorge Casanova
JORGE CASANOVA PONTEDEUME / LA VOZ

GALICIA

ANGEL MANSO

«Foi como o gas», dicen los vecinos, noqueados por la magnitud del fuego que aún continúa activo

03 abr 2012 . Actualizado a las 17:04 h.

El descenso desde A Capela hasta la presa del Eume es traumático, doloroso. Todavía hay fumarolas que alimentan el poso de humo que lo impregna todo y que deja un intenso olor acre. El incendio ya está controlado y las brigadas matan los restos para que no rebrote. No parece fácil en esta mañana fría y húmeda, de resaca del gran infierno que consumió las abruptas laderas de la fraga durante el fin de semana.

Por la pista circulan algunas personas que han tenido que ver con la extinción, pocos vecinos y bastantes turistas de catástrofe armados con sólidos equipos que compiten con los de los profesionales de la información, desplazados en masa para cubrir el desastre: «Eu entereime no Algarve. O sábado xa o deron a todo meter no informativo. Dicían que ardía o parque natural máis importante de Europa», explica un vecino de As Pontes, que busca ahora la mejor perspectiva de la tragedia.

El olor a quemado tiene sus matices varía en función del árbol calcinado

El olor a quemado tiene sus matices, varía en función del árbol calcinado; el tono del eucalipto se diluye a medida que el bosque se ennoblece. No solo han caído los eucaliptos, el fuego se expandió sin control y arrasó con todo: «Era como o gas», recuerda Manuel, un jubilado de Teixido, uno de los pueblos evacuados y cercano al origen del fuego. Él y su mujer todavía están temblando y conjugan el miedo y la indignación a partes iguales: miedo a un incendio descomunal, nunca visto, e indignación por tener que salir de su casa, por la reacción ante el fuego, por el desastre. «Non sei canto tardará isto en recuperar, pero nós xa non o veremos», lamenta Marina, su mujer. Manuel no quiere ni pensar en los árboles perdidos, dinero carbonizado. Le duele más su mundo, quemado y, según su opinión, muy mal defendido.

José también está noqueado. «Isto foi moito, moito», repite una y otra vez como un mantra. Tiene 54 años y el sábado fue el único vecino al que la Guardia Civil no pudo evacuar de Teixido: «Non marchei porque ardíame a casa». Efectivamente, a la mancha negra apenas le restaron diez metros para conquistar las paredes de un pajar cercano a la vivienda. Faltó poco. Como el resto de los vecinos, como todo el mundo, José no recuerda nada semejante en la zona. Todos tienen muchos culpables, pero solo uno en común: la sequía

La visita de los militares

«Sí, a Galicia venimos todos los años, pero a esta zona, nunca. Y en este tiempo, menos. Salir en abril no es normal», confiesa el sargento primero Sindín, a cargo de un pelotón de la UME que asegura una zona en A Capela. Ellos han venido desde León, y el otro batallón, desde Madrid. Están diseminados por toda la zona del incendio, vigilando y a la orden de la dirección de un intenso operativo que ya trabaja con el incendio controlado. Mientras explica la fatiga que supone trabajar en laderas tan escarpadas como las de las fragas, controla la llegada de un helicóptero que acude a sofocar una chimenea en una vaguada, y al que avisó un cuarto de hora antes: «Yo estuve el verano pasado aquí, de vacaciones. Da mucha pena ver esto así».

Todo el mundo anda con el corazón roto

Turistas, bomberos, vecinos... todo el mundo anda con el corazón roto por la ribera del Eume, que huele a hoguera. Entre las localidades de A Capela y Vilariño, la carretera atraviesa un riachuelo típico de las fragas. El cauce se ha convertido en una línea de vida, el lugar donde se detuvo el fuego tras arrasar las dos márgenes. Desolador.

Desde Pontedeume, la ruta más popular, el acceso se encontraba ayer cerrado. Un guarda confirma a la puerta del parque que el fuego afectó a zonas de gran valor, pero no me puede decir cómo está el entorno del monasterio de Caaveiro, una subida en la que cientos de miles de visitantes disfrutaron de una obra cumbre de la naturaleza. Al poco llega la responsable del bar que se encuentra en aquel cruce. Trae en su cámara unas fotos que muestran el camino con una ladera intacta y la otra arrasada. «No fue nada para lo que pudo haber sido», opina. La cuenta de daños está todavía por echar, pero no va a ser barata.

«Venimos todos los años, pero a esta zona nunca, y menos en abril», dicen en la UME