El largo viaje de Manuel Fraga, el hombre que siempre tuvo algo más que decir

GALICIA

BENITO ORDÓÑEZ

Con la muerte del vilalbés la escena política española pierde a uno de sus actores más longevos y relevantes de los últimos cincuenta años.

16 ene 2012 . Actualizado a las 10:49 h.

Ha muerto Manuel Fraga. Con su desaparición, la escena política española pierde a uno de sus actores más longevos y relevantes de los últimos cincuenta años. Fraga (Vilalba, 1922) comenzó su vida pública en 1951, durante los años más ominosos de la dictadura franquista. Y la termina como exsenador de un régimen democrático que el mismo contribuyó a consolidar y a diseñar.

Aperturista en el tardofranquismo, padre de la Constitución a finales de los 70, jefe de la oposición en los 80, presidente de Galicia con mayoría absoluta desde 1989 hasta el 2005, senador hasta el fin de sus días...

El currículum de Fraga es muy extenso. Y su figura muy conocida. Incluso a nivel popular. ¿Las razones? Su larga trayectoria pública, siempre inclinada a la derecha y en la que abundan los gestos populistas (como el famoso baño de Palomares) y su discurso, casi siempre rotundo y ametrallador, a veces autoritario, en ocasiones llamativo en las formas, y, por momentos, sorprendente hasta la incorrección política.

Fraga fue un animal político puro. Su vida giró en torno al poder. Lo persiguió con ahinco y tenacidad durante sesenta años. Su búsqueda le proporcionó numerosas recompensas. También varias decepciones. La primera, no ser elegido por el Rey para dirigir la transición política. Él, que personificó como nadie el principio reforma sin ruptura que impregnó el proceso democratizador en España, que había sido el ministro que simbolizó el aperturismo de la dictadura, fue postergado en beneficio de otro hombre del regímen con menos historial, Adolfo Suárez.

Le tocó reinventarse. Se arrimó a otros supervivientes y emprendió una particular travesía del desierto solo aliviada por su participación en la redacción de la Constitución de 1978. Su suerte empezó a cambiar en 1981. En Galicia.

Su suerte cambió en 1981, en Galicia

Las primeras elecciones autonómicas de la historia de la comunidad tuvieron lugar ese año. El partido dirigido por Fraga, Alianza Popular (AP), presentó, procedente del galeguismo histórico, al médico compostelano Gerardo Fernández Albor. Pero fue el vilalbés quién lideró una campaña que terminó, contra pronóstico, con los populares en la presidencia de la Xunta.

Un año después, los socialistas arrasaron en las elecciones generales. La formación hasta entonces mayoritario en el espectro del centro derecha, la UCD, se hundió. Fraga logró más de cien diputados y se erigió como jefe de la oposición. Volvió a asaltar la Moncloa, por última vez, en 1986. El PSOE conservó su hegemonía y AP se estancó como segunda fuerza política.

Nueva decepción. Tocaba un cambio y una renovación. Fraga dejó las riendas del partido y se fue, como eurodiputado, a Bruselas. Dijo adiós para siempre a su gran sueño, gobernar España. Pero aquello no fue una retirada. Tuvo que volver para rescatar y refundar su partido. Nació el actual PP. Y el vilalbés fijo su objetivo en Galicia.

Desembarco en Galicia

En 1989 se presentó a las elecciones autonómicas. Llegó, vio y venció. Con mayoría absoluta y por un diputado. Inauguró entonces, con mil gaiteiros sonando y atronando en el Obradoiro de Santiago, una larga etapa al frente de la comunidad autónoma.

Durante algo más de tres lustros años dirigió de manera enérgica, a veces vehemente, los destinos de la comunidad. Y el país sufrió una gran transformación y modernización en un proceso facilitado por los fondos de convergencia provenientes de la Unión Europea y la adquisición de nuevas competencias procedentes del Estado.

El resultado final de su gestión arroja claroscuros, importantes avances, apuestas muy difíciles de justificar como el complejo de la Ciudad de la Cultura de Santiago y una opinión pública dividida.

Una legión de partidarios y numerosos detractores de su gestión en la Xunta

Fraga contó con una legión de partidarios que cultivaron una imagen de hombre providencial, casi caudillista, y también con numerosos detractores.

Durante todo este tiempo, «Don Manuel» se mantuvo como un actor de primera fila en la política española. Convertido al autonomismo, se convirtió en un un referente, una figura de autoridad con opiniones propias, con propuestas singulares como la de crear una administración única, una política exterior con gestos cariñosos hacia el castrismo cubano, y con numerosas discrepancias con el que fue su heredero político en España, José María Aznar.

El fraguismo, que parecía eterno, sufrió una enorme erosión en los meses que siguieron al naufragio del petrolero Prestige en a Costa da Morte el 13 de noviembre del 2002. Fraga, casi octogenario, tuvo que prescindir de su sempiterno y nunca proclamado delfín, Xosé Cuiña.

Derrota en el 2005: No hubo nueva concentración de gaitas en el Obradoiro

Tres años después, rodeado de rumores sobre su precario estado de salud, compitió como cabeza de cartel en las elecciones autonómicas. Había ganado los cuatro procesos electorales anteriores (1989, 1993, 1997 y 2001) con mayorías absolutas. Pero en el 2005 no pudo ser. No hubo nueva concentración de gaitas en el Obradoiro.

En unas elecciones muy reñidas y cargadas de suspense por el voto emigrante, el de Vilalba venció, pero no hubo mayoría absoluta. Por un escaño. Un bipartito presidido por Emilio Pérez Touriño tomó el relevo del veterano político. La oposición no dejó pasar la oportunidad para poner fin al implacable y asfixiante rodillo impuesto por Fraga desde la Xunta en sus años de hegemonía.

Perdió el poder. Y a sus 82 años pudo marcharse para casa, pero decidió seguir en la política, aún a costa de tener que marcharse de Galicia, donde quedó al frente del partido Alberto Núñez Feijoo.

Etapa como senador

Fue designado senador en Madrid. Allí, en la capital del Estado, en una cámara menor que nunca cumplió la función planteada por la Constitución que ayudó a redactar, cumplió su labor parlamentaria de manera intachable. Madrugaba, asistía a los plenos, y opinaba sobre los grandes temas de actualidad cada vez que un periodista le acercaba un micrófono. Lo hizo, en su última etapa vital, con un discurso libre, aún más incorrecto, aunque siempre leal a su partido, el PP.

Solo la muerte puso fin al largo viaje, no exento de virajes, que fue la vida pública de un hombre muy capaz al que le gustaba mucho mandar y que siempre tuvo algo más que decir. Y punto.