Lorca siempre vuelve a Nueva York

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa PERIFERIAS

FUGAS

19 may 2017 . Actualizado a las 05:40 h.

La historia de Poeta en Nueva York es también la historia trágica del siglo XX español. En una fecha incierta de junio o julio de 1936, Federico García Lorca entregó el manuscrito a José Bergamín en las oficinas de la editorial Cruz y Raya en Madrid. Lorca ya no lo vería publicado. Porque solo unas semanas después, la madrugada del 18 de agosto, fue fusilado en el camino de Víznar a Alfacar junto a un maestro nacional y dos banderilleros anarquistas. Y en la fosa común donde fueron enterrados por sus ejecutores siguen, 81 años después, los restos del poeta más sobresaliente de la literatura en español del siglo XX. Todo un símbolo de nuestra biografía.

Los 35 deslumbrantes poemas que escribió Lorca durante su estancia en Manhattan no se publicaron hasta 1940 en México. El título más influyente y decisivo de la poesía española del siglo XX tuvo que editarse póstumamente y en el refugio del exilio republicano en D. F.

Reino de Cordelia recupera ahora este libro único, en un volumen ilustrado con elegancia surrealista por Fernando Vicente y acompañado por fragmentos de las cartas que enviaba a sus familiares desde Estados Unidos.

Como subrayan los editores, la lectura alternativa del epistolario y de la poesía permiten al lector aproximarse a la “doble realidad” del Federico que se mostraba feliz en las cartas y del Lorca oscuro que se dejaba las entrañas y la sangre en los poemas.

Poeta en Nueva York no es un libro fácil. Ni siquiera es deseable leerlo tratando de entender cada línea. Porque fue escrito en un estado de alucinación, de epifanía, que hizo que Lorca juntase palabras que nunca antes habían estado juntas. Por eso lo único que debe hacer el lector es bailar con él la danza de la muerte en las avenidas, contemplar la noche en Battery Place, caminar por Riverside Drive, lanzarse a las aguas heladas del Hudson, sobrevolar el puente de Brooklyn, nadar en el lago Eden Mills, subir a lo alto del Chrysler Building para gritar hacia Roma y recitar su Oda a Walt Whitman.