La victoria del pensamiento

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Roberto Blanco Valdés nos da las claves de «Lo único exacto», de Alain Finkielkraut

31 mar 2017 . Actualizado a las 05:40 h.

Recuerdo aún, vívidamente, la impresión que hace treinta años me causó la lectura del libro que dio a conocer en España a Alain Finkielkraut (París, 1949). La derrota del pensamiento (Anagrama, 1987), que así se titulaba aquel alegato en pro de la Cultura con mayúsculas, heredera de la Ilustración, frente al relativismo cultural de la posmodernidad, mostraba ya un intelectual formado y valeroso, poco dado a las componendas con la corrección política.

No he dejado desde entonces de leer a Finkielkraut, por más que mis discrepancias con él hayan aumentado con los años, lo que no me ha impedido reconocer en el filósofo francés, profesor de Historia de las Ideas en la Escuela Politécnica de París, al ensayista valiente y original que ha sido siempre. También en su último libro -Lo único exacto- en el que reúne artículos de prensa aparecidos entre 2013 y 2015. Aunque los temas tratados son variados (el supuesto derecho a tener hijos, las bases de la indignación, la crisis de la izquierda, el ocaso de la privacidad y el auge del sensacionalismo, la eutanasia, el matrimonio homosexual, los peligros de Internet, el oficio periodístico o la creciente fusión entre vida pública y privada) Lo único exacto se centra en reflexionar sobre un problema que hoy obsesiona a Francia y recorre Europa entera: el impacto que el islamismo radical ha supuesto en los países con amplia presencia de población de origen musulmán. Es al conflicto nacido de ese choque cultural -que algunos ni siquiera reconocen- al que Finkielkraut se enfrenta, tratando de romper con «la aversión de Europa a las preguntas fundamentales». Su punto de partida a la hora de intentar entender lo que pasa para evitar una nueva derrota, que ahora no alcanzaría solo al pensamiento, consiste en negar la utilidad del pasado y en concreto de la crisis de entreguerras para interpretar el presente. «Nuestro tiempo no se parece a ningún otros», afirma Finkielkraut, quien se pregunta: «¿Había yihadistas a finales de los años treinta? […] ¿Dónde estaba el equivalente a Al Qaeda? ¿Quién cantaba Nique la France [A Francia que le den]? ¿Había novelistas, caricaturistas, filósofos amenazados de muerte? ¿Cuestionaban las clases los alumnos de la escuela de la República por razones religiosas?».

El filósofo francés afirma con claridad que la forma de responder a esas preguntas ha creado en Francia dos partidos (el del sobresalto y el «del otro») visibles con toda claridad bajo el común «Je suis Charlie» posterior al atentado: de un lado, quienes reaccionaron con la defensa intransigente de los principios de la sociedad abierta y democrática; de otro, quienes insisten en que radicalización islamista se explica por la segregación de los que se ven forzados a recurrir a la violencia.

La clara militancia de Finkielkraut en el partido del sobresalto («[…] la yihad no es la devolución de ningún golpe, es un proyecto de conquista […] Hay que acabar con el etnocentrismo de la mala conciencia») lo ha convertido en una de las bestias negras de cierto progresismo bonito, que también por estos pagos es bien conocido. No es de extrañar, en consecuencia, que Finkielkraut cierre su libro denunciando la metamorfosis que el debate intelectual ha experimentado en su país: «Ya no hay debate intelectual en Francia. El debate es la confrontación de puntos de vista, el intercambio a veces fuerte de argumentos. Lo que hace las veces de debate desde ahora es la invectiva, el anatema, la caza del hombre». La voluntad de razonar sin insultar hacen de Finkielkraut una rara avis y de su último libro, aunque se discrepe de algunas de tus tesis, un ejemplo admirable de honestidad y de coraje.