Cuando el acero laminó a la inteligencia

JOSÉ LUIS LOSA

FUGAS

31 mar 2017 . Actualizado a las 06:10 h.

Cuando pensamos en el cine de superhéroes es inevitable relacionar las corazas de acero con el aplastamiento de esa edad de oro de la inteligencia y la subversión que fue el Nuevo Hollywood de Coppola e tutti quanti. Star Wars y Superman fueron la fiel infantería de la industria que sepultó en Norteamérica el cine adulto, con sus secuelas, especialmente azarosas las de Superman. Richard Donner había sido contratado para rodar las dos primeras películas de la saga, pero las desavenencias con los hermanos Salkind forzaron el relevo de Donner por Richard Lester, quien introdujo tantos cambios próximos a sus gustos desmitificadores que a Superman no lo iba a conocer ni la madre que lo parió. Resulta más que recomendable recuperar -en la edición en Bluray de los cuatro filmes del personaje- el montaje que Donner realizó en el 2006 de lo que iba a ser y nunca fue secuela oficial, y que conforma, junto a la primera, una cumbre creativa del cine del género. Junto a Donner, los otros dos autores de respeto del cine «superheroico» son Tim Burton y Christopher Nolan: ambos hicieron de Gotham City un territorio oscuro altamente estimable, con el interregno glacial de las espantosas películas de Joel Schumacher.

Los X-Men de Marvel, puritito cine millennial, entran ya en la categoría del crossover para devotos de la causa de la banda diseñada. El culto Marvel, incubado en el 2000 por Bryan Singer, ha dado de todo: a mí me divierte mucho el título más iconoclasta y burlesco de sus ramajes, la impagable Deadpool.

Y aún no me he recuperado del sopor que me genera la reciente finalización en pantalla de las aventis de Lobezno: ese Logan sin cadencia ni tempo fílmico o épico, que solo deviene de modo abrupto cine vivo cuando veo, durante segundos, en una pantalla de televisor a Alan Ladd en Shane (1953), auténtico celuloide de héroes de genuinas raíces de leyenda inmortal. Otra galaxia.