«No me merezco la mayoría de mis premios»

FUGAS

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Iba para médico, pero tropezó con las tablas de un escenario. Casi cincuenta años después es uno de los grandes del teatro español, y es más que un lujo verlo junto a Julia Gutiérrez Caba en «Cartas de amor», de gira por España. Hoya actúan a las 21.00 en el Teatro Municipal de Ponferrada

10 feb 2017 . Actualizado a las 06:00 h.

Pisó por primera vez un escenario como músico, tocando el bajo en una banda. Estudió medicina por tradición familiar, pero su destino eran los escenarios. Después de casi cincuenta años de profesión no cree en las etiquetas ni en los premios. «Soy actor, y punto». Actor, sí, pero con mayúsculas, uno de los grandes.

-¿Cómo surgió «Cartas de amor»?

-David Serrano (el director) y yo, que somos muy amigos, llevamos tiempo intentando hacer una función juntos. Descubrimos esta pequeña joya que han interpretado por medio mundo desde hace treinta y tantos años todos los actores habidos y por haber. Desde Elisabeth Taylor a Depardieu. Compramos los derechos y... aquí estamos.

-Lo de tener a Julia Gutiérrez Caba de compañera es un lujazo.

-Sí, fue una idea disparatada porque sabíamos que estaba retirada y no quería hacer teatro. Ella es muy crítica con ciertos montajes actuales de esos en los que al actor lo cuelgan del techo disfrazado de langostino, pero la convencimos con la excusa de que es la función más cómoda de la historia de la dramaturgia mundial, porque estamos sentados y leyendo.

-Y colgasteis el cartel de «agotadas las localidades».

-Bueno, es que la historia engancha por una razón muy sencilla: da igual que hable de un señor de Oklahoma, de Ponferrada o de Vigo, porque al final de lo que se está hablando es de seres humanos. Son una señora y un señor maduros que leen las cartas que se han escrito a lo largo de toda su vida, desde que tenían seis o siete años. Se quieren y desde pequeños no han podido estar juntos por las circunstancias sociales, económicas... y, sobre todo, por una cosa que nos machaca a todos: el miedo a cambiar, a romper, a dejar el trabajo, a cambiar de pareja.

-¿El amor siempre vende?

-Si es que Homero ya lo contó todo. Son cuatro cosas: el amor y lo que se deriva de ahí: el sexo, los celos, la traición... No hay más. ¿Quién, a estas alturas, no ha sentido el fogonazo ese del amor del principio, que te quieres morir, y después los celos y el desamor y la tristeza? Los seres humanos seguimos siendo igual de estúpidos o de estupendos.

-Hablando de romper con todo, ¿nunca pensaste en cómo hubiera sido tu vida como médico?

-Yo creo que a eso jugamos todos, pero luego está el otro componente de la vida, que la hace fantástica y temible, que es el azar. Yo puedo salir a la calle, tropezarme con Amenábar y que me diga: «¡Hombre, Miguel, si estaba buscando yo al protagonista de mi próxima película y eras tú!»; o puedo torcer a la derecha y que me pille el camión de la lavandería. Todo es azar.

-Bueno, no todo es azar; el trabajo también existe y el tuyo, en teatro y cine, es de los más apreciados. ¿Te molesta que te digan que eres un gran secundario?

-No sé, yo considero que soy un actor, y punto. En cine he hecho papeles secundarios, sí, pero ahora tal vez menos. En mi caso ha sido en gran parte porque el protagonista siempre es un chico guapo, entonces -¡qué le vamos a hacer!- uno ha sido joven, pero no guapo. A mí me han llamado para una película y me han dicho: «Bueno, es que la pareja protagonista son muy guapos pero son flojos, y necesitamos rodearlos de actores».

-Y en estos cincuenta años, ¿cómo has visto evolucionar al público?

-En general, a mí me parece que hay tres cosas sin las cuales este país no levantará cabeza: educación, educación y educación. La gente se queja de la falta de interés, de la falta de cultura o de la burrez de sus hijos o de sus sobrinos, y yo pienso: «Tú, que eres el papá, ¿qué estás haciendo tumbado en chándal viendo Sálvame Deluxe? ¿Te han visto alguna vez tus hijos con un libro? ¡Si lo primero que has hecho cuando ha nacido es hacerlo socio del Real Madrid!». Pero a lo que íbamos: el público. Hay una cosa curiosa, y es que estamos hartos de lo audiovisual, tenemos imágenes por todas partes y música por todos lados: en el ascensor, en el supermercado... hasta en la playa te ponen en el chiringuito a Julio Iglesias. ¡Por dios, ni el rumor de las olas podemos escuchar! La gente tiene mucha necesidad de ver en directo, muchas ganas: vete tú a conseguir una entrada para el auditorio, para un club de jazz o para un concierto de Bisbal. Necesitamos el directo. Ahora se hace un cine que explota la Vía Láctea, pero la emoción que tiene ver las cosas en directo, eso no tiene precio. Y cada día se hace mejor teatro.

-¿Y el cine español, cómo lo ves?

-El cine español yo creo que está sufriendo. Hacer cine es más complicado porque es carísimo. El teatro no, como decía Vittorio Gassman: «Un attore, un spettatore: teatro». Levantar una película es la leche de complicado. En Norteamérica, la inmensa mayoría de las películas tienen más presupuesto para la promoción que para la propia película, y eso hace que todos tengamos ganas de La La Land, por ejemplo. Eso aquí es impensable. Después ha habido una campaña feroz contra el cine porque los actores nos opusimos (fíjate qué pecado) a una guerra. Se ha creado una especie de corriente de opinión que dice que no hay que ver cine español, que se hacen muchas películas sobre la Guerra Civil...

-¿Crees que los actores deben opinar o no sobre estos temas? ¿No es politizar el cine al fin y al cabo?

-Bueno, es que hablar de cine español es algo muy abstracto. Realmente no existe un cine español, son francotiradores. Yo voy y no me encuentro con el cine en Hollywood. El cine español no está en ningún sitio: hay una productora aquí, otra allí... es una especie de fantasma. Luego están los que dicen que los actores no deben pronunciarse... ¿Cómo que no? Soy ciudadano antes que actor o dentista, y también tengo derecho (y casi la responsabilidad, por ser una persona pública) a decir ciertas cosas. Porque mis primos, que son registradores de la propiedad o médicos, no tienen la oportunidad, pero yo sí, porque me ponen un micrófono muchas veces delante.

-Cuando empezaste no existía todo este postureo de los Goya. ¿Crees que es necesario?

-Todos los premios que se refieren a una cuestión artística son para promocionar algo, para venderlo. Los Óscar son para vender el cine americano, el Planeta para vender libros... La pregunta es: ¿cómo se mide qué película es mejor? Paul Newman, que corría en carreras de coches, decía: «Yo corro porque es la única manera de saber si soy el primero o el segundo». Ahí está más claro que el agua. Los Goya están hechos para vender, son un espectáculo y parece que funciona, porque cuando una película se lleva muchos Goya resulta que tiene una vida algo más larga. Otra cosa es la estupidez de que salgamos ahí con un vestido de esto o de lo otro. Eso no sé para que sirve, a mí no me gusta, pero bueno, eso ya es una manía mía. Recuerdo cuando entregamos Pepe Sacristán y yo el Goya a Alfredo Landa: íbamos un director catalán y yo por la alfombra roja, como dos sesentones pardillos, rodeados de mil fotógrafos... Pues llevábamos delante a una cría retorciéndose, poniendo el culo parriba y pabajo y yo pensaba: ¡qué gente más lista!

 -¿Y los premios no quieren decir nada, entonces?

-Yo tengo muchos premios, lo difícil es merecerlos. Yo la mayoría no me los merezco y, sin embargo, otros que me merecía no me los dieron. Es muy relativo: yo he llegado a oír en un pasillo: «Oye, que si fulanito de tal no va a aceptar el premio, pues no se lo damos». Hay que darle el premio a uno conocido, no a un desconocido que no te venda nada. En los Goya también votan lo que les da la gana y te encuentras cosas como cuando le dieron el de actor revelación a Walter Vidarte, con 75 años, que se moría de risa... por no llorar. El premio sirve para que te alegres un ratito y después ya para sujetar los libros. Incluso circula una especie de maldición que dice que si te dan un premio estás un año sin trabajar.

-En la gala siempre recuerdan lo difícil que es vivir de esta profesión. ¿Te consideras un privilegiado?

-Somos muy poquitos los que tenemos la suerte de vivir de esto. Hombre (bromea), yo pongo de mi parte, procuro no llegar borracho a los rodajes, saberme los diálogos... Pero es verdad que hay actores estupendos que no trabajan y no se sabe por qué. Siempre va a haber mucho paro, porque hay mucha más oferta que demanda, y la mitad de los jóvenes de este país quieren ser actrices y actores.