Berta Cáccamo y Eva Lootz, anatomía de un vertido

FUGAS

VÍTOR MEJUTO

El CGAC alberga dos grandes y necesarias exposiciones: Berta Cáccamo y Eva Lootz. Ambas tienen un cierto aroma retrospectivo y son una revisión fiel de la trayectoria de dos artistas cuya génesis se nutre del dibujo y la pintura.

06 ene 2017 . Actualizado a las 05:45 h.

Meterse con el CGAC es uno de los deportes favoritos de nuestra cultura. Desde dentro y desde fuera, desde la izquierda y desde la derecha. Ser director del CGAC es como ser un seleccionador nacional que ha caído en cuartos. Con una salvedad: muchos de los que critican sus resultados no ven ya los partidos. Las quejas más recurrentes son la ausencia de apoyo a los artistas gallegos y la fascinación bobalicona por los artistas foráneos. Luego está el argumento de moda: no hay debate ni espacio (esto es el último grito) para la participación ciudadana. Siempre se exige autocrítica a los mismos y, de alguna manera, hay una soterrada demanda de protección. Cuando no hay mercado ni demanda todos miran hacia la institución. Abel Caballero, por ejemplo, se cree capaz de convertir el MARCO en un museo de arte contemporáneo intramuros. Pero esa es otra historia. La Fundación Seoane puede llegar, si nadie lo impide, a ser un virreinato. Pero esa es otra historia.

VÍTOR MEJUTO

Ahora mismo el CGAC presenta la obra de Eva Lootz, artista austríaca que ha desarrollado la mayor parte de su obra en España y está íntimamente vinculada a Trinta, una galería gallega en la que ya ha realizado seis individuales. También podemos ver un acercamiento retrospectivo a la pintora viguesa Berta Cáccamo. Y no es justicia de género, es justicia pictórica. Por otro lado la exposición anterior establecía, entre otras cosas, un diálogo entre Liam Gillick, una reconocida referencia internacional y la obra de dos jóvenes creadores gallegos: Manuel Eirís y Misha Bies Golas, a los que el CGAC ha incorporado a su colección. Además la obra de Misha Bies Golas era una reinterpretación muy afortunada de la obra de Luis Seoane, autor del cual también había un par de piezas en el montaje. Este relatorio podría satisfacer buena parte de las mencionadas demandas. Pero esa es otra historia.

Hoy el CGAC nos convoca a dos grandes exposiciones: Cut through the fog de Eva Lootz y Expansión Ensaio de Berta Cáccamo.

Hay demasiados artistas conceptuales que convierten sus vivencias en un pesado anecdotario. Se muestran esquivos con la belleza y sirven sus cosas en plato frío, lleno de documentación y folios, muchos folios. Eva Lootz traduce sus inquietudes en belleza y una cosa más: hay un íntimo deseo de comunicación. Esa generosa inclinación convierte la exposición, comisariada por Alicia Murria, en experiencia.

El recorrido artístico de Lootz hunde las raíces en la pintura. Tan esencial como Robert Ryman. Pronto se deshace del asfixiante marco del bastidor. No necesita quebrarlo como Ángela de la Cruz. Basta con convertir la tela en piel y la pintura en un espeso zumo telúrico de plomo, estaño, fieltro, lacre o parafina. Una colada siderúrgica. El material campa a sus anchas y crece, fluye o se espesa, cautivo del proceso. Se cuela entre las grietas o marca los pliegues, tiñe apenas su tenue rastro sobre un fondo negro. Se solidifica. Pero sigue siendo pintura.

Eva Lootz no atiende a etiquetas. El material pictórico cobra peso y densidad. La pintura deviene en escultura o en objeto, pero no estrictamente por la aparición del volumen. No hay traza ni alzado, el objeto ha crecido de un modo orgánico, como nacido de una extraña vaina. Cuando Eva coloca un asa sobre la materia está reclamando su propia extraña presencia, una inconfesable necesidad de aprehender los secretos de la tierra. Una puerta.

Hay dos obras que son como dos monumentos funerarios: Tétrada y Montaña. Obras levantadas con grava. Por gravedad. Un atávico impulso de trascender. Como una mastaba o un zigurat. Construcciones para la tribu.

En Gran cascada la arena se decanta desde una estructura, que tiene algo de patibularia, sobre una mesa a través de un agujero. La arena es una medida de tiempo. La erosión también. Además es una forma inexorable de escultura y una absoluta negación de autoría.

Cuando llegas a A Farewell to Isaac Newton te ocurre algo inusual en una exposición: es como entrar en otra dimensión. Una sensación de frío y de geografía ajena. No es solo escenografía. Hay una quietud inesperada.

La actividad minera descrita en Wolframio está presente en toda su trayectoria. Extracción y paisaje después del expolio. Erosión industrial. La idea está resuelta con un hermoso dietario conceptual. Otra forma de hacer crónica.

Berta Cáccamo es una gran manchadora. Asoma la herencia de Motherwell y de Morris Louis. Sobre todo la de Frankenthaler, que era capaz de descomponer la mancha y separar el pigmento de su aglutinante, dejando que el aceite se desparrame sobre la tela cruda. Una auténtica redención del lamparón.

La muestra, comisariada por David Barro, es un montaje limpio con la sola concesión de dos murales, dos serenos retratos de sendas manchas, como dos gritos sordos, que se insertan plácidamente en el discurso.

En la primera sala te das de bruces con tres obras colocadas a modo de tríptico en las que las intenciones de Berta están sólidamente presentadas. Su alfabeto propio. Una elegía a su república personal. Lo líquido, el trazo y la oculta necesidad de construir.

Dialogando con ellas una obra única: Triplo recorrido de 1989. En ella el trazo cobra un protagonismo total. El azar que dirige la mancha se hace a un lado para que la mano de la pintora se mueva sobre la tela y dibuje. El dibujo siempre está en la génesis de todo.

En Talismanta domina un motivo vegetal que parece el acanto de un capitel, el anhelo decorativo de los ascentros. A su lado dos manchas ortogonales, una negra y una roja. Son un cuadro dentro de otro. Una estrofa suprematista se cuela en un soneto povera.

La pintura de Berta tiene esa abrupta sofisticación capaz de ser sutil sobre arpillera, sobre una manta o sobre el trapo más humilde. Es capaz de violentar un delicado papel con una espesa mancha de óleo, negándole un soporte adecuado , solo para comprobar cómo se comporta la pintura cuando la llevas al límite. La poesía aparece cuando desaparecen las estrecheces de la pintura de caballete. En sus papeles logra un dibujo líquido. La línea es una gota que recorre el papel hasta que la porosidad de su superficie la estampa.

Hay una pieza reciente, Sernam 0 que es una gran masa de color negro que flota sobre la lona. Una estructura que está entre el rombo y el rectángulo, girado 45 grados y apoyado sobre uno de los vértices en la parte inferior del cuadro. El vértice superior está mordido. El vertice inferior no llega a tocar el final del bastidor. Hay una reserva de apenas dos centímetros. Flota. Personalmente me fascinan este tipo de decisiones. Ahí es donde vive la pintura. Donde se muestra soberana.

Pièce unique es un auténtico fresco donde leer con claridad el trabajo de Berta. Podríamos hablar de pintura expandida pero yo lo veo más como un inventario, como una invitación al estudio. Esos escasos momentos de diversión en los que el artista discute con el material, tropieza con el desorden del taller, reordena el detrito acumulado y de pronto le asalta un momento de lucidez cuando se percata de que una pieza o un descarte se imanta y nace algo nuevo.

Esta obra entra en relación directa con la intervención de Miquel Mont realizada específicamente para esta muestra. Mont intelectualiza lo que Berta intuye. Un cierre adecuado.