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PETER NICHOLLS

Andrés Ortega propone en «La imparable marcha de los robots» un pacto social que permita integrar el desarrollo de la inteligencia artificial

09 dic 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Cuando hablamos de robots estamos pensando en el maravilloso C-3PO de La Guerra de las Galaxias no será fácil comprender la importancia del gran libro que ha escrito Andrés Ortega. Pero no, no se trata de eso: “Los robots, en un sentido amplio, están ya en todas partes y los usamos para casi todo”, escribe el autor en las primeras páginas de un libro que trata de analizar, precisamente por ello, y desde una perspectiva política y sociológica, las luces y las sombras de un proceso de crecimiento de la inteligencia artificial que avanza a velocidad vertiginosa. Porque robots son los grandes aparatos industriales o los que -como el Da Vinci- permiten llevar a cabo cirugía muy sofisticada, pero también los frigoríficos inteligentes y los más modernos móviles. Aunque a veces no dos damos cuenta, vivimos rodeados de robots, en un mundo donde el avance tecnológico es acumulativo y, por tanto, difícil de prever. Nadie lo ha dicho mejor que Bill Gates, con una frase que oportunamente cita Ortega: tendemos a “sobrestimar el cambio que se producirá en los próximos dos años y subestimar el cambio que se producirá en los próximos diez”.

Acostumbrados como estamos, pues somos hijos de la Ilustración al fin y al cabo, a poner avance científico y progreso en una relación de causa a efecto, es difícil concebir que el imparable desarrollo de la inteligencia artificial pueda traer de la mano otra cosa que mejoras. Frente a esa creencia alza su voz Andrés Ortega para reflexionar, en un texto escrito con una prosa clara y elegante, sobre los diversos efectos del creciente proceso de robotización al que asistimos. Ese estudio, realmente entretenido, no se aborda, desde luego, desde un crítica neoludita al avance técnico y científico, crítica de la que el autor de aparta expresamente, pero tampoco desde el papanatismo de quienes se han empeñado en confundir progreso científico y “turboconsumismo” (la palabra es del autor), ese que no deja vivir en paz a quienes no tienen el último modelo de móvil disponible.

Es tal equilibrio el que permite a Ortega centrarse en las consecuencias preocupantes de la imparable marcha de los robots reconociendo al mismo tiempo sus aspectos positivos: los que ha tenido en educación y sanidad, en la forma de afrontar el envejecimiento de la población, en la descarga de las labores del hogar, en las posibilidades de diagnóstico o en la productividad en la industria, en la agricultura y en la pesca.Pero, junto a todo ello, y ahí se centra Ortega con un nivel de información que a veces resulta apabullante, la robotización plantea problemas preocupantes. Es el lado oscuro de la fuerza, por seguir con La Guerra de las Galaxias. La robotización industrial ha afectado ya y afectará a las tasas empleo de un modo previsiblemente negativo, con todos los conflictos de diversa naturaleza que ello podría provocar. El bache tecnológico entre países más y menos desarrollados coloca a los primeros (Japón, Estados Unidos y Alemania) en una clara posición de predominio geopolítico, que tenderá a incrementarse y no a acortarse. No menores son los riesgos en el ámbito de la guerra, con las máquinas autónomas; o en el mundo de las finanzas, donde decisiones de gran trascendencia son adoptadas por robots preprogramados. Por eso propone Ortega, con gran sentido común, un nuevo pacto social que permita integrar el desarrollo de la inteligencia artificial y evite que el avance de la robotización pueda llegar a convertirse para los humanos en una especie de nuevo HAL de nuestra odisea en el siglo XXI.