Sitges 2016, el terror que viene

José Luis Losa

FUGAS

SUSANNA SÁEZ

El festival adelanta la cosecha del «fantastique» de la temporada, con revivificaciones del cine de zombis o de mutaciones y el protagonismo de autores asiáticos como Sion Sono o Kiyoshi Kurosawa

14 oct 2016 . Actualizado a las 09:41 h.

Este texto va destinado a usted, que está saturado de que los zombis se hayan convertido en la especie más cool del cine o de algunas de las series televisivas de culto. Y que cuando oye hablar a alguien de distopía saca el kalashnikov de debajo de la mesa. Y, sin embargo, en el curso del tiempo, este festival ha devenido instrumento de demolición de tópicos sobre las estrecheces del fantastique o el terror. Con su salto del puro cine de género al gran angular que amplifica su prisma para que en él tengan cabida desde las llanuras de sal de un planeta demediado perfiladas por Werner Herzog en Salt and Fire al creacionismo más o menos panteísta del Terrence Malick de Voyage of Time.

Puesta al día

Sitges es un festival dispositivo que funciona de manera eficiente como estación de aggiornamento de todas las ideas preconcebidas que tenga usted sobre el cine de género. En la edición de este 2016, que cierra sus puertas el domingo, habremos comprobado de nuevo como, por ejemplo, eso que Romà Gubern llamó las raíces del miedo están abrazadas a tantas teclas de nuestro inconsciente que siempre habrá nueva partitura para hacer sonar e imágenes neonatas que den fe de la vitalidad del fantastique.

Las treinta películas que conforman la como siempre holgada sección oficial de este certamen son el vademécum, la hoja de ruta heterodoxa que le promete una puesta al día urgente sobre los sueños de la razón llevados al celuloide. Que pueden producir monstruos tan bellos como las polacas sirenas de The Lure, que debe de ser el primer musical bailado a coletazos (si excluimos, claro, la versión de Disney) o la niña hambrienta de carne y proteína de la norteamericana The Girl with All the Gifts, en la cual el cine de mutaciones virásicas que amenazan a la especie humana toma un giro inesperado hacia la ternura.

En esta 49ª edición, el festival resucita alguna mojama innecesaria (es el caso del desganado y plúmbeo revival de Blair Witch, que si ya era sumamente discutible en 1999, imaginen casi dos décadas después, cuando si se habla de found footage es para hacerlo en serio o si no, se calla uno). Pero es la excepción en un programa estimulante donde confluyen la bien conocida potencia imaginaria del cine asiático con la copiosa producción norteamericana. Y, con todo el derecho a la excepción cultural, joyas en bruto como la francesa Grave, cuyo arranque vegetariano, en conversión hacia la antropofagia, anunció ya en la Semana de la Crítica de Cannes que en Julia Ducournau, su directora, había un instinto innato para inquietar, sin temor a la incorrección política. También francesa, Mon Ange, de Harry Cleven, es revisión de la figura del hombre (o mujer) invisible que recibiría el aval del mismísimo James Whale. Completa la representación europea Shelley, filme danés de Ali Abbasi que sitúa la semilla del diablo en los predios de los vientres de alquiler.

La nave nodriza

Asia (y dentro de ella, Japón y Corea del Sur preferentemente) son la nave nodriza del nuevo cine fantástico. No tan nuevo si consideramos que esta preeminencia va ya para dos décadas. Así, es más que probable que los dos cineastas con más específicas señas de identidad en todo el panorama internacional sean los japoneses Sion Sono y Kiyoshi Kurosawa. De cada uno de ellos, prolíficos además de autorales, se han podido ver estos días dos películas. De Sono resulta especialmente feliz su Antiporno, en la cual el director vuelve a realizar una relectura del género del roman porno para llevarla al terreno sociopolítico el post-feminismo de combate. Por su parte, Kiyoshi Kurosawa ha sido capaz de bordar dos obras capitales en un mismo año: Creepy es una recapitulación soberbia del subgénero de los asesinos seriales a lo estrangulador de Rillington Place. Y Le secret de la chambre noire, su primer rodaje fuera de Japón en más de 3 décadas de carrera, mantiene con asombrosa fidelidad su idea de lo fantasmagórico asociado al romanticismo, en una pieza mayor del amor que retorna de entre los muertos. El surcoreano Na Hong-jin, autor de dos thrillers psicotrónicos estrenados comercialmente en España (The Chaser y The Yellow Sea) explora lo sobrenatural en un marco de ferocidad rural casi primitiva en la opulenta The Wailing, que estará también pronto en salas comerciales en nuestro país. Y el también coreano Yeon Sang-ho mete una sexta marcha a las orgías de zombies al ceñirlas al marco del ferrocarril vertiginoso de Tren a Busan, que asombró ya en Cannes y, por suerte, ha sido igualmente comprada aquí. De la India proviene la muy recomendable Psycho Raman, actualización del caso real de un famoso asesino en serie de los años sesenta trasladado al Bombay del presente.

El demonio de neón

La película que levantó furias más encarnizadas en el pasado Cannes, The Neon Demon, pasó con pocos apuros la prueba de fuego del pase en el Auditori de este festival, con capacidad para 1200 personas. Tras su entronización con Driver, su director, Nicolas Winding Refn, cuenta sus pasos por provocaciones. Este filme que quiere ser cuento moral sobre cómo la pasarela de moda puede ser regurgitada como infierno de la carne y el canibalismo (en este caso, literal) no va a dejarles indiferentes. Y la secuencia de un ojo mal digerido está ya en la antología de secuencias icónicas de esta temporada.

Porno softcore

Igualmente sofisticada, aunque no precedida del aura de escándalo de The Neon Demon, The Love Witch es una valiosísima reconstrucción de la estética del cine porno softcore entreverado de una querencia por el technicolor de los 60 al servicio de un discurso, el de su directora norteamericana, Anna Biller, que lleva una historia de brujería al espacio reivindicativo de la lucha de sexos. Buena parte de estos filmes vistos en Sitges, que vehiculan, a través del género, mensajes sobre postfeminismo, combates de clases o romanticismos necrománticos, y que desdicen la supuesta banalidad del fantástico, llegará a las salas comerciales o (en buena medida, gracias al altavoz de este festival) serán accesibles en edición para consumo doméstico.