Bridget Jones, un destino más feo que «El Padrino III»

José Luis Losa

FUGAS

Javier Lopez

El retorno de la franquicia, después de doce años, termina de perfilar el retroceso rampante del post-feminismo, en una operación nostalgia no apta para el siglo XXI

16 sep 2016 . Actualizado a las 15:49 h.

Hay boxeadores que no aceptan que su tiempo de gloria ha pasado. Y que retornan al cuadrilátero, en contra de la biología y de la estética del uppercut. Recuerdo a Sugar Ray Leonard o a Antonio Margarito, El tornado de Tijuana. En la ficción cinematográfica tenemos el caso palmario de Rocky Balboa. Fracasó incluso fuera de la pantalla cuando, el pasado febrero, todas las casas de apuestas daban por seguro el Oscar para Sylvester Stallone, por Creed, cuarenta años después de su primer combate. Y se fue noqueado por un espía pro soviético de película de Steven Spielberg. Bridget Jones nunca debió de mirar atrás después de su despedida del cine en el 2004. Nació como criatura incubada por el éxito de los textos y, sobre todo, de la novela de Helen Fielding que coló, en ese tiempo, como relato post-feminista o algo así. La filial británica de Hollywood corrió presto al olor de los dólares y cocinó una de esas milimetradas operaciones de cálculo mainstream que en aquel momento, hace quince años, aún le salían caldosas.

Un pulso a los corsés

Se trataba de impostar un discurso de supuesta sublevación frente a los cánones del machismo más cavernario y de convertir en heroína a una chica que desdecía, por algunas razones de peso, a la princesa del momento, Julia Roberts. En realidad, es imposible defender ideológicamente como algo avanzado a la Bridget Jones cinematográfica ?no leí la de Fielding?, un filme que parece echar un pulso a los corsés con los que la sociedad masculinizada oprimía a la mujer soltera, desemparejada, que se atreve a mirar de frente, solo unos segundos y de refilón, al horror vacui del reloj biológico. Naturalmente, no existía tal tensión. El diario de Bridget Jones, que dirigió la galesa Sharon Maguire en 2001, era una comedia por momentos eficiente, pero que no hacía temblar ni medio grado la escala de valores del sexismo. Jugaba muy a favor de obra su actriz protagonista, Renée Zellweger, por su alejamiento del perfil de las damitas de comedia romántica al uso. Pero, fuera de eso, el filme aportaba al post feminismo lo que 50 sombras de Grey al sadomasoquismo. Recuerdo una comparación que me vino entonces a la mente: la de situar El diario de Bridget Jones, con todas sus alharacas de supuesta emancipación, frente una cinta del año 1939, The Old Maid (La solterona), en la que Edmund Goulding dirigía a Bette Davis en adaptación de una novela de Edith Warthon.

Tábula rasa

La película del Hollywood de antes de la II Guerra Mundial era infinitamente más desafiante que lo que proponía la adaptación de los temores íntimos de Bridget Jones. Pero es lo que tiene la mercadotecnia del cine atrapalotodo. Afirman una base, a partir de un mínimo común denominador de tábula rasa, y desde ahí intentan inflarlo para que en la simulación cuele como más aparente u osado. Para no caer en la obsolescencia, no voy a entrar en los debates de cuando entonces, en torno al valor de mostrar a una mujer no esbelta, que denosta los roles tradicionales de la mujer abocada al matrimonio y la procreación? aunque por todas partes nos lluevan las pistas de que eso es lo que realmente ansía. No vale la pena detenernos en la secuela del 2004, Bridget Jones: The Edge of Reason (aquí titulado de modo como muy «friendly» Sobreviviré) porque no movía un ápice los estereotipos de la lucha de Zelweger con el Saturno del tragicómico reloj biológico y con idénticos vértices, los británicos Colin Firth y Hugh Grant, en el campo de juego. Lo que desembarca hoy en las salas comerciales no tiene, entonces, por qué decepcionar. Ni hay razón para que mueva a la denuncia como claudicación en el hecho de que René/Bridget, ya cerca de los 50, con toda la cirugía que la ha mantenido alejada de los platós, vuelva con el fin de cambiar aquellos principios suyos ?que ni eran principios ni eran nada? por otros totalmente contrarios si a ustedes les gustan más. No se puede hablar de fraude ideológico. Yo a eso lo llamaría que a Marlon Brando y a Maria Schneider, en un veinte años después, les hubiese puesto Bernardo Bertolucci un piso con el nombre de ambos en el buzón de las cartas de la planta baja y obligándoles a asistir a las reuniones de la comunidad de vecinos.

Operación nostalgia

Esto de Bridget Jones nunca fue algo serio, hombre. Movió dinero, engordó a Zellweger, que después de esto se tomaría por un breve tiempo el rol de post-feminista en serio como mujer de una pieza y no pararía hasta ganar el Oscar en Cold Mountain, de Anthony Minghella. Por esa misma futilidad de la saga, me sorprendería que El bebé de Bridget Jones generase ahora otra cosa que una operación nostalgia de quienes hace 15 años coqueteaban con la idea de salirse de madres y ahora se reconocerán en la entrada en la vereda de embarazada tardía de aquella chica texana tan baqueteada por los galanes british (aquí Hugh Grant se ha bajado del tranvía y le sustituye Patrick Dempsey). Qué poco sentido tiene que ahora que la vida single femenina es algo que ya ha sido asimilado y bendecido por la sociedad de consumo, para la que es hasta rentable el nuevo modelo, reaparezca Bridget Jones, como vintage de saldo, para dar a luz.

La fuerza del destino

Y es que, como en una colusión astral, a esos dos personajes de ficción capitales en la historia del cine que son Michael Corleone y Bridget Jones, El Padrino III y El bebé de Bridget, les une una asimilable fuerza del destino: ambos soñaban con dejar atrás a la familia. Pero las leyes de la gravedad los llevan a dos gritos de dolor, en respectiva clave de tragedia y de farsa: el del desgarro de Al Pacino abrazando a la hija que no pudo ser en las escalinatas de un palacio de la ópera. Y el de Zellweger parturienta y dudosa, como en un mal vodevil, de si el padre de la criatura que viene a aniquilar la falsa rebeldía de la heroína de Fielding tiene la quijada de Colin Firth o la de Patrick Dempsey, las dos, por cierto, prominentes por igual.