Su último disco, «Voces del extremo», fue el año pasado un acontecimiento prometedor, una reunión de música flamenca, kraut rock y new wave con poemas de autores contemporáneos, que reafirma la teoría de este cantaor de que «tradición y experimentación están intrínsecamente unidas». Brillante y arriesgado en sus colaboraciones con la danza o la performance, imparable y enormemente consciente a sus 30 años, Niño de Elche vuelve a Galicia para participar en el Atlantic Fest
30 jun 2016 . Actualizado a las 17:19 h.Francisco Contreras (1985), más conocido como Niño de Elche, sorprendió el año pasado con el disco Voces del Extremo, donde combinó, con la ayuda de Pony Bravo, el rock cósmico, la no wave y el flamenco, con todo lo que se les pasó por la cabeza, demostrando que la experimentación, el compromiso y la diversión no están reñidas. Pero El Niño de Elche no es nuevo en esto. A los 10 años subió por primera vez a un escenario y lleva ya una década publicando discos.
-¿Quién le puso el nombre?
-Una persona de una peña flamenca de Murcia. Al llamarme igual que un cantaor murciano de la época, para que no me confundieran, utilizó el modus operandi clásico: «Niño» y el sitio donde naciste.
-¿Cómo empezó a tocar y a cantar?
-Mi padre es aficionado, canta un poco y en las fiestas familiares alguna prima y algún primo también cantaban. Mi tío tocaba la guitarra, aunque no era flamenco. Ahí empecé yo a relacionarme con lo que suponía hacer un poco de música. Después me interesé por la guitarra. Quería ser guitarrista, no cantaor. Lo de cantaor fue un poco más tarde.
-La impresión desde fuera es que el flamenco es un campo muy cerrado, con sus peñas y sus concursos, tan preocupado por la pureza que parece degenerar en un cierto puritanismo. ¿Cuál es su opinión sobre la escena flamenca?
-Ya casi ni tengo, no gasto tiempo ni en crear una opinión sobre ella, no me interesa, simplemente.
-¿Cuáles son sus críticas a la academia del flamenco?
-Soy contrario a las fórmulas educativas academicistas más que a la academia del flamenco en sí. Contrario en cualquier práctica artística. La academia es una actitud de búsqueda del canon -siempre contemporáneo, nunca historicista- que se construye a favor de unos discursos interesados en el momento, atravesados por pensamientos políticos y sociales, por un contexto concreto. Un concepto conservadurista, que no parte de la legitimidad histórica o del estudio, como podría hacerlo la visión antropológica o la arqueológica, por ejemplo.
-¿Qué le aportó a usted, a pesar de todo, la ortodoxia de la academia?
-Bueno, me aportó una cierta técnica vocal, me aportó conocimiento de las fórmulas clásicas, de las melodías más tradicionales. Básicamente le agradezco eso. Después me aportó subirme a los concursos, aguantar la presión, la tensión, la competitividad...
-¿Cuándo empezó a salir de esa ortodoxia?
-Recibí una invitación de Raúl Cantizano cuando llegué a Sevilla para colaborar en Bulos y Tanguerías, y aunque ya había escuchado a algunos cantautores y tal, ahí fue la primera vez que tuve una práctica con un pie ya fuera del flamenco. A Pony Bravo los conocí a través del iluminador que trabajaba en Vaconbacon, un espectáculo basado en la pintura de Francis Bacon que montó precisamente Bulos y Tanguerías. Me invitaron a una fiesta, conocí sus discos y su forma de hacer y desde entonces somos buenos amigos.
-¿Existe una tradición fuerte de flamenco político?
-Tradición fuerte sería difícil planteárselo. Es que el flamenco es político ya de por sí, no es solamente Manuel Gerena o El Cabrero, ni es solo Manuel Vallejo cantando a la República. Es ese lumpen que se aprovechaba del señorito y el señorito que se aprovechaba del lumpen, es el cantaor o la cantaora al lado de la prostituta. Es ese flamenco que no cobra en el tablao. Es ese Miguel de Molina exiliado por ser homosexual y cantar copla, yo qué sé... Ese es el flamenco político. Luego, cantar a favor o en contra del rey, pues también es político, pero es una política más clásica. El flamenco es mucho más político en sus cuerpos y en sus actitudes que en su contenido concreto, sin duda.
-Siguiendo la máxima feminista que dice que «lo personal es político», podría pensarse que cantar sobre cosas más cotidianas puede dar también resultados muy politizados. ¿Qué entiende por música política en general?
-Bueno, la música siempre está politizada, como cualquier otro acto artístico o no artístico, por lo tanto no se puede escapar a ello. Lo que pasa es que se habla de música política cuando es desde una mirada progre, pero lo político puede ser también fascista. Incluso lo que tildan de apolítico, porque siempre tiene un posicionamiento y una visión del mundo. Una cosa es lo que supone políticamente un acto. Porque si hablamos de políticas concretas -este partido, esta ley, este caso de corrupción, todo eso- hay también formas de acercarse a estos temas, y esto es ya más delicado. Yo lo que he aprendido de los activistas es que cuando abordas temas concretos, dar nombre y apellidos siempre deja claro que no estás haciendo una cosa banal sino profundizando y posicionándote ante un tema que si tratas como importante es porque crees que lo es. Ahí está el compromiso. Luego, está claro que no todos los temas políticos te pueden afectar por igual. Yo cuando veo a compañeros de los movimientos de izquierda más clásicos a los que todos los temas los arañan igual, con un tinte como homogeneizado, pues alucino. A mí, como ser sociopolítico, no me puede arañar todo igual. Eso es algo más de la profesión del político, que tiene que hacer ese teatro de que todo le afecta igual. Como sujeto sociopolítico es imposible que te afecte así. Eso le pasa a la gente que ha malentendido qué es el activismo y qué es ser de izquierdas.
-¿Piensa mucho en su función social?
-No pienso mucho, no. La función social se puede entender desde muchos prismas. Como una función externa, que creo que es por donde va la pregunta, aunque yo creo que la función social primeramente viene de uno mismo. Mi forma de cantar contra el capitalismo es cantar contra el capitalista que llevo dentro. Al fin y al cabo somos sujetos, somos núcleos de un universo social. Esa fórmula clásica de la izquierda de focalizar hacia el exterior olvidándote de que eres uno más, un sujeto de toda esa esquizofrenia social y política, bueno... deja mucho que desear. Yo con los movimientos libertarios -y no solo con ellos, también con religiones o prácticas espirituales- reconocí y conocí que primero hay que focalizar en uno mismo y en nuestro proceso. Esa es mi fórmula para que luego todo recaiga en lo común, en lo social. Si no, es imposible.
-Se ha cumplido hace no mucho el quinto aniversario del 15M. ¿Dónde lo vivió y qué supuso para usted?
-Para mí el 15M fue un momento de inflexión. Sirvió para crear una base, aclarar qué entendíamos por relaciones políticas y cómo podíamos encontrar una especie de luz dentro de lo establecido, de lo que Antonio García-Trevijano llamaría «la oligarquía de partidos». Coincidió también con un proceso más personal, en el que se me abrieron un montón de lecturas, de seres y de discursos que ya estaban establecidos en gran medida en los años 90. En esa década ya se había dado un tipo de pensamiento filosófico muy interesante en España. El disco Voces del Extremo es consecuencia de muchos de esos escritos, que eran el resultado de un momento de cambio, tras el ingreso en la OTAN, tras conocerse el engaño de la Transición, etcétera. Se generaron entonces un montón de pensamientos que rompían el imaginario colectivo de lo que se suponía que era España, y el 15M bebió de ahí.
-En su espectáculo «RaVerdial» [un juego de palabras entre las fiestas rave y los Verdiales] le dice al ravero que eso que él busca no son fiestas. ¿Qué es para usted una buena fiesta?
-Bueno, cuando el texto del colectivo francés Tiqqun dice que no son fiestas, recalca que no solo son fiestas. Subraya que cuando se genera una fiesta hay un contenido político y no siempre somos conscientes de ello. Lo hay en los Sanfermines, en la Feria de Abril, en los Verdiales o ya ni te cuento en el Rocío. Las fiestas rave también tienen una connotación muy muy política. Hubo en Francia colectivos muy interesantes que las utilizaban como tal. Eso no significa que la fiesta ya no sea fiesta, al revés, cuanto más fiestas sean, más políticas son. Esa es la diferencia entre el pensamiento de ocio de un partido comunista y un partido por ejemplo anarquista. Tú ves las fiestas de un partido comunista y son totalmente serias, aburridas, conservadoras, rancias... En cambio, el movimiento hippie, los movimientos libertarios o el movimiento beat tenían otro espíritu y otra forma de afrontar la fiesta como acto político. Pero son fiestas. Porque lo más importante es que sean fiestas.
-¿Qué ha estado escuchando últimamente?
-Mucha electrónica: Mathew Herbert, Clark, Andy Stott, Darkstar... Y mucho ambient, particularmente Opitope, mi dúo favorito. También el último de Antony, Anohni; el de Sufjan Stevens, que me ha parecido muy bonito. A Arthur Russell, siempre. Su World of Echo es mi disco de cabecera. También a Scott Walker, Julia Holter, Diamanda Galas, John Fahey, Bill Orcutt... El otro día me compré Einstein on the Beach de Philip Glass. También hay hueco para Pepe Marchena, Fosforito o Antonio Mairena...
-¿Con qué proyectos está ahora mismo?
-Presentando el espectáculo En el nombre de con los Voluble, preparando otro con el bailaor Israel Galván y un disco con Toundra. En enero empiezo una antología heterodoxa del flamenco dirigida por Pedro G. Romero. Estoy también con unas nanas ambient con David Cordero y un disco conjunto con Miguel Álvarez-Fernández. Y deseando conseguir que se edite en España el disco Strates, que grabamos el guitarrista José Sánchez y yo.