Sitges 2015: la resurrección de Keanu Reeves y otras historias de zombies

José Luis Losa

FUGAS

09 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Keanu Reeves está vivo. Me lo dijo un amigo. Cualquiera diría que el que fue en tiempos pequeño Buda o elegido matrixmaníaco siguiese habitando entre nosotros. Pero llamas a la puerta de este festival que tanto queremos, knock, knock, y quien te abre la puerta de su casa no es otro que el Niño Reeves, en una película del gamberro Eli Roth en la cual dos muchachas aguerridas, en furibundo girl power (una de ellas la cubana afincada tanto tiempo en España Ana de Armas) okupan su casa y le montan un belén.

Nunca sabes quién puede llamar a la puerta en el festival de Sitges. Y eso atañe tanto a la pantalla del inmenso Auditori Meliá como al dintel de tu propia habitación. Porque así de endogámico es Sitges, con toda la vida del festival condensada en ese hotel Overlook -recuerden a Jack Torrance y su insólito resplandor-, donde en invierno suelen recalar presidentes de gobierno o de Generalitat y gurús de la economía. Pero que en los primeros días de octubre es ocupado en su totalidad por la troupe del cine fantastique y día-de-la-bestia.

Los más veteranos de este festival saben que es tarea infecunda la de dibujar una estudiada hoja de ruta de las películas que se pretende ver de entre las 170 que este año conforman el panel. Los retrasos ineluctables en los horarios de proyección del Auditori, las presentaciones interminables de equipos artísticos australianos o taiwaneses en las sesiones del vetusto cine Prado, o la distancia en cuesta entre el pueblo de Sitges, donde sobreviven dos subsedes a modo de monumentos arqueológicos, y el hotel Melíá, epicentro de las proyecciones, convierten en misión imposible atender a un plan preconcebido de los filmes previstos para cada día.

Esto es Sitges. Relájate y súbete a la noria que te irá llevando de película en película, aunque muchas veces no sepas de cuál se trata hasta que ves los créditos.

En los prolegómenos de esta 48.ª edición corrió la especie de que su director, Ángel Sala, se comprometía a no pasarse esta vez de las 20 películas en sección oficial. Dicen que hubo una persona que lo creyó. Pero se lo engulló la tramuntana.

Sala oficia, como pocos, de director-non stop de este festival que nunca duerme. Las proyecciones se alargan en sesiones de midnight-xtreme hasta las ocho de la mañana del día siguiente, con el tiempo justo para desalojar a los últimos de Filipinas y abrir para la primera función de la nueva jornada. Y si no apetece tanto cine, siempre hay un karaoke donde amenaza con el micro en mano Nacho Vigalondo. Terror en estado puro, no lo duden.

Esto es Sitges. Camina o revienta. Esta semana le darán el Gran Premio Honorífico del festival a Oliver Stone. Podría deducirse que Stone traerá como gran primicia su esperada película sobre el jardinero infiel de la CIA, Snowden. Pero no es así. A Stone lo premian como director de ciencia-ficción, atendiendo a su declarada dependencia de esa droga dura llamada teoría de la conspiración.

En esta edición, además de Oliver Stone, habrá protagonismo del gran danés Nicholas Winding Refn y del japonés transgresor Sion Sono, quien presenta nada menos que tres películas, la más moderada de las cuales lleva por título The Virgin Psychics, cuyo argumento parece que se resume en aquel «Pero, ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?», del nunca bien ponderado Jardiel.

Esto es Sitges y hace años que la fórmula impone que, para repartir juego, venga un director de los de culto en cinemateca. En esta ocasión será el divino polaco Andrezj Zulawski, con su maravillosa excentricidad llamada Cosmos. Estos autores acostumbrados a Cannes, Venecia o Locarno se encuentran en el pequeño mundo del Meliá World Center como un pulpo en un garaje. Todavía recuerdo -y mira que han pasado años- cuando se invitó al magno Abel Ferrara, quien subía y bajaba el ascensor exterior y en cada piso semejaba mayor la curda. Cuando se fue de Sitges, Ferrara, muy consecuente, le dejó en donación su premio al barman del bar, el tipo que lo mantuvo a flote entre cócteles e innombrables aderezos. Ahora me cuentan que Ferrara se ha adecentado, que la joven actriz con la que subía y bajaba el ascensor del Meliá lo ha hecho papá y lo ha quitado del trago. Antes, en coma etílico, hacía obras maestras como si filmase el Last Day on Earth. El Ferrara que se ha quitado de todo ya solo dirige cine impotente y traicionero como su Pasolini.

Para que no digan que no hablo demasiado de la oferta de estos nueve días: tendremos a Takashi Miike con dos oníricos grandguiñoles: uno de ellos va de yakuzas zombies, señal de que no había mucha fe en los materiales y se optó por el melting pot; Kevin Bacon será el lobo feroz ante los dos cerditos de Cop Car; Arnold Schwarzenneger se pondrá tierno para tratar de curar la zombimanía de su hija en Maggie; Kurt Russell y Matthew Fox se enfrentan a indios caníbales en el western gore Bone Tomahawk; punk rockers y skin-heads protagonizan una estruendosa noche de muertos vivientes arbitrada por Patrick Stewart en Green Room, que será uno de los hits del género esta temporada. Otro de los filones del terror de esta cosecha será The Gift, con Jason Bateman y Rebbecca Hall sufriendo la venganza tardía de un roomate al que atormentaron en el colegio mayor; Apichatpong vuelve con sus espíritus que hablan por boca de ganso en Cementerio de esplendor. Y Nicole Kidman y Joseph Fiennes ven cómo sus hijos se esfuman en uno de esos desiertos australianos que tienen más peligro que un nublao en Strangerland.

De todo esto, más lo que deparen las restantes 155 películas en concurso, les iremos dando cuenta mientras la noria de Sitges gira y gira. Y a la espera de que Andrejz Zulawski, otro gran catador, deposite su premio en el callejón de las almas perdidas donde es dueño y señor el barman del hotel Meliá.