Remite: Fernando Arrabal

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

07 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La imagen de Fernando Arrabal, uno de los escritores más originales y fascinantes del último medio siglo, se reduce en España a los chascarrillos sobre su aparición el 5 de octubre de 1989 (san Froilán) en El mundo por montera, el programa que por aquel entonces dirigía en TVE Fernando Sánchez Dragó. Para este país, Arrabal es un señor de jersey amarillo que ese día se había tomado un par de copas de más y que, sentado en la mesita de centro de la tertulia, no paraba de repetir: «¡Hablemos del milenarismo!».

Pero como apunta Pollux Hernúñez en su fantástico prólogo a Las cartas de Arrabal (Reino de Cordelia), «en el poliédrico Arrabal hay algo más que eso». Y tanto. Estamos ante un escritor exquisito, alimentado por lecturas incesantes y con una facilidad pasmosa para convertir en texto literario cuanto se le pasa por la cabeza. Acaba de poner Madrid patas arriba con el estreno de su último montaje teatral, Pingüinas, que ha coincidido felizmente con la recopilación en un único volumen del epistolario que durante media vida ha mantenido (sin aguardar ni recibir respuesta de los destinatarios) con Franco, el rey, los militantes comunistas españoles, Fidel Castro o Stalin.

Además de la formidable prosa de Arrabal, que tiene un don para sorprender al lector al establecer conexiones entre ideas que nadie antes había asociado, asombra la extraordinaria lucidez de estos textos, escritos casi siempre a contracorriente no solo de la España oficial de la época, sino también de algunas de las alternativas que entonces se barajaban frente al régimen dictatorial, como demuestra al escribir sobre «el sueño  y mentira del eurocomunismo».

No están, claro, todas las cartas de este remitente compulsivo. Pero si el lector quiere añadir a este epistolario una pequeña joya, en el sello hermano Rey Lear dispone de la maravillosa Carta a los Reyes Magos, que a buen seguro logrará arrancarle una sonrisa con su desbordante poesía de niño grande. Que es, afortunadamente, lo que nunca ha dejado de ser Fernando Arrabal.