Niebla tobillera

Jose Barreiro

FUGAS

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«Trono de sangre». Akira Kurosawa, 1957

06 ago 2015 . Actualizado a las 19:07 h.

En la sociedad feudal que retrata Trono de sangre sobreviven los que matan antes. No tanto por la rapidez (no son pistoleros del Oeste) como por la anticipación. Aquí la supervivencia se basa en predecir los movimientos de tu enemigo y adelantarte, o bien en utilizar la sorpresa, eufemismo que define el recurso estilístico más practicado por los protagonistas: la traición. Trono de sangre ofrece luchas de poder, crimen, brujería y personajes que resuelven pleitos cortando cabezas mucho antes del advenimiento de Juego de tronos. Washizu (Toshiro Mifune) y Miki (Akira Kubo)  acuden al castillo de su señor tras una batalla victoriosa. Ambos comandantes se pierden en un bosque cercano a la fortaleza y encuentran una extraña anciana que les anuncia su futuro: Washizu asesinará a su señor y gobernará durante un breve espacio de tiempo el castillo de las telarañas, que al final terminará en manos del hijo de Miki. Los dos ríen ante semejante predicción pero el augurio consigue su propósito: plantar la semilla de la ambición.

Corre el tiempo y los designios del espíritu maligno se van cumpliendo. Washizu se convierte en usurpador y asesino gracias a su asesora de confianza principal: su esposa Asaji (Isuzu Yamada). Si el cine negro está lleno de Lady Macbeths, bien se puede decir que Asaji es una mujer fatal. Su forma espléndida de maquinar sin mover un solo músculo de la cara asombraría a cualquier esfinge, solo que ella devora sin acertijo. Hay que ver la perspicacia implacable con que argumenta, combinando la crueldad lógica y elaborada de Maquiavelo y la astucia de Richelieu. La escena en que camina despacio, desaparece absorbida por la oscuridad y vuelve a salir de ella con un tarro de veneno es prodigiosa, uno casi puede oír cómo cruje un iceberg. Trono de sangre es otra muestra del poderío descomunal de Akira Kurosawa a la hora de crear imágenes inolvidables y secuencias de un vigor narrativo apabullante, como la espantada de los cuervos al moverse los árboles del bosque o la muerte de Toshiro Mifune, asaeteado como un san Sebastián del mal. Kurosawa llevaba años intentando adaptar Macbeth al Japón medieval hasta que lo logra en 1957. Obliga a Shakespeare a salir del teatro y lo arrastra por un páramo desolado, entre silbidos de flechas, premoniciones, cabalgadas y una niebla mágica y caprichosa que el director japonés convierte en una coreografía de nubes a ras de suelo.

Por qué verla

Por la escena de la última batalla, donde la niebla y la sugerencia camuflan la escasez de medios. La cantidad de dinero que ha ahorrado la niebla en la historia del cine.

Por el personaje de Toshiro Mifune, una combinación de marioneta bufonesca y bestia del mal.