La vida privada de una enciclopedia

FUGAS

Xoán Carlos Gil

La Fundación Laxeiro de Vigo presenta la primera exposición individual de Elena Fernández Prada en Galicia, después de las que tuvieron lugar en la New Gallery de Madrid y en el Centro Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Comisariada por Javier Pérez Buján, la exposición lleva por título «La caza» y estará abierta hasta el 12 de julio

03 jul 2015 . Actualizado a las 09:40 h.

El mundo infantil no es solo capaz de ofrecer naíf. También misterio. Ese universo donde nace el primer surrealismo termina cuando el niño es capaz de colorear un dibujo que le es dado sin salirse de los márgenes. La linea dura que siluetea las figuras es la educación artística. Cuanto más estricta, menos interesante. Antes de la línea dura, el niño vive en un espacio lleno de sucesos peregrinos y de una cierta anarquía narrativa que convierte cada pequeña acción en una hipótesis artística. Algunos artistas son capaces de volver por ese camino, de negar los márgenes. Su discurso se puede intelectualizar, se puede acceder cuestionando el contexto y las leyes que rigen los procesos de representación. Como si hubiese que hacer tesis de todo. Pero entonces volveríamos al recto camino de la educación o, en este caso, de la interpretación. Solo hay una cualidad adulta comparable: la ironía. Conocer los márgenes para reírse de ellos. Colorear dentro de la línea dura con un color inesperado. Refinar la inocencia.

Creo que en este camino podemos situar la obra de Elena Fernández Prada. Su proyecto expositivo titulado La caza tiene una génesis bien sencilla: Elena extrae y recrea unas imágenes pertenecientes a unos tomos de la Enciclopedia Bruguera titulados Ciencias naturales y curiosidades del reino animal. Las enciclopedias eran aquellas enormes moles de papel encuadernado que unos señores sudorosos, vestidos con trajes baratos, vendían casa por casa para rellenar aquellos desmañados muebles de formica diseñados para colocar la gran televisión, los juegos de café y el saber enciclopédico. Los niños acudíamos a aquellos enormes tomos como ahora lo hacemos a la wikipedia. Pero no solo encontrábamos respuestas, también estímulos para el debutante músculo de nuestra imaginación. Acudíamos a un atlas igual que ahora consultamos Google Maps. Pero hay una diferencia: con el Atlas soñábamos con el viaje y la aventura. Google solo nos ofrece coordenadas. Un satélite ofrece demasiada verdad. Las ilustraciones eran una puerta de entrada al conocimiento. Igual que en las ediciones ilustradas de los clásicos de la literatura de aventuras. Como los aleccionadores capiteles del románico. Elena recoge las imágenes de una forma cruda. Sin hacerse demasiadas preguntas. Las impresiones que tenía de la observación de esas imágenes cuando era niña permanecen intactas y Elena presta su atención a ese recuerdo. Recupera su aroma pero ocurre algo más. La sensación de algo ajeno. Como cuando de mayor visitas la calle en la que vivías de pequeño y todo te parece diminuto. Porque cuando eras pequeño vivías entre rascacielos. De lo primero que se da cuenta Elena es de la crueldad de las imágenes. Los animales salvajes se comportan como tales y el hombre no ocupa la cima de la pirámide. Es un actor secundario. Las imágenes no están dulcificadas para el público infantil. Un depredador es un depredador y no oculta su naturaleza. El resultado son unos grabados a la punta seca de una maraña de animales y personas que forman una única imagen circular suspendida en ninguna parte. El naturalismo cede a la abstracción. Y Elena no juzga ni se posiciona, solo colecciona. Como el niño que guarda objetos preciosos en una cajita de puros. Los individuos no están contorneados. No hay línea dura. Unos animales se continúan en otros. Es un abigarrado retablo de recuerdos. 

Acompañando a los grabados hay tres tintas negras que recrean la silueta de la maraña negando lo que ofrece su interior. Las pinceladas de tinta china sustituyen y cubren el dibujo. Nos enseñan que el misterio vive en la mancha con tanta pureza como en el trazo. 

En uno de los paños grandes de la sala hay un mural titulado Isla, de tinta aplicada directamente sobre la pared ocupando sus seis metros. Sencillamente espectacular. En el mural las imágenes enciclopédicas están distribuidas de manera distinta a las marañas. En el mural hay gravedad. Los dibujos ocupan un espacio pero no atienden a una escala ni a una narrativa lógicas. Es un paisaje posible y disparatado a la vez. Volviendo a las explicaciones infantiles, es como cuando de una enorme caja donde se acumulan los juguetes, el niño coge y juega con soldados o muñecos de distinta naturaleza, mezclando elementos desparejados e incompletos, pertenecientes a épocas y juegos distintos. No hay coherencia, pero siempre hay un relato. El niño no se cuestiona las diferencias ni las imperfecciones. Solo juega.

La exposición concluye con la serie Ellos. Son retratos de simios extraídos de la misma enciclopedia. Como una galería de retratos de nuestros familiares. Como los enanitos de Blancanieves. Los monos miran al espectador con una extraña humanidad. Elena ha encontrado en la enciclopedia un auténtico filón. Un lugar en el que el hombre mengua y no pretende controlar la naturaleza. En la que el mono parece conocer la verdad.

Vigo. Fundación Laxeiro. Hasta el 12 de julio