Cuando la reina dio a luz una rana

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

27 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay una escuela literaria (por llamarla de un modo al uso) que trabaja a partir de eso que denominamos muy toscamente cuentos tradicionales. La irreverente receta consiste en agarrar uno de estos cuentos -Blancanieves o Peter Pan, ejemplo- por los tobillos, ponerlo bocabajo y zarandearlo un buen rato, a ver qué le cae al relato de los bolsillos. Lo hizo Leopoldo María Panero en poemas antológicos, como Blancanieves se despide de los siete enanitos o Unas palabras para Peter Pan.

Es la clase de autores que agarran por las solapas la idea de cuento tradicional en sí misma, le colocan unas barras de dinamita en los pilares y luego hacen saltar la historia en pedazos, aunque vuelen ellos mismos por los aires al pulsar el detonador de los explosivos.

Lorrain 

Jean Lorrain (1855-1906) era de este tipo de escritores. Decadente y provocador, retó a un duelo a Marcel Proust (a un duelo real, de los de padrinos al amanecer y elija usted las armas, porque a un duelo literario, claro, no le aguantaría el puso al gigante Marcel).

En La Mandrágora Jean Lorrain escribió uno de los mejores arranques posibles de un relato, y anticipa en cierta forma -aunque tal vez solo sea una de esas afinidades electivas que se intuyen entre líneas- esa mañana en la que Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto, tumbado sobre la espalda y agitando sus patitas: «Cuando se supo que la reina había dado a luz a una rana, cundió la consternación en la corte».

Desventuras y pesadillas

A  partir de ese primer disparo en la frente del incauto lector, Lorrain teje un  relato descorazonador sobre las desventuras y pesadillas de la reina Godelive, repudiada por el monarca por haber alumbrado un batracio en lugar de un saludable vástago. Un texto de violenta y antigua belleza (como los cuentos clásicos) que rescata ahora de entre el polvo de la historia el sello madrileño Reino de Cordelia, en traducción de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño, quien relata en el prólogo cómo llegó a sus manos un ejemplar de la primera edición (1899), con las ilustraciones de Marcel Pille que se recuperan para esta exquisita versión.

La Mandrágora no es una amable historia para dormir a los niños por la noche, sino una cruel fábula sobre qué podemos o no ser.