Arte en colmillos de cachalote

Marcos Gago Otero
marcos gago BUEU / LA VOZ

FIRMAS

RAMON LEIRO

Los cetáceos y láminas antiguas impulsaron la creatividad de los Massó

20 may 2012 . Actualizado a las 12:28 h.

Colmillos convertidos en piezas de arte que deslumbran con solo verlos. Dibujos que, grabados con un punzón especial, reproducen temas clásicos de la caza de ballenas, santos, vírgenes, escenas de la vida de hace varios siglos e incluso seres marinos fantasiosos producto de la imaginación de autores de los siglos XV y XVI. Objetos que reviven ante los ojos de quien los observa un mundo hoy desaparecido y una actividad vedada a los marinos desde hace más de 25 años: la caza de ballenas.

El Museo Massó de Bueu y los descendientes y amigos de los hermanos Gaspar (Bueu, 1893-Bueu, 1991) y Antonio (Vigo, 1906-Vigo, 1988) Massó García custodian una de las facetas más olvidadas e insólitas de los famosos industriales de la conserva. Se trata de una colección única de pirograbados y de tallas en diente de cachalote.

Los Massó se iniciaron en la actividad industrial de los cetáceos a mediados del siglo XX. Fernando Massó Bolíbar, hijo de Gaspar, recuerda que en esa época «la actividad era novedosa» en la comarca y que «los huesos no se aprovechaban al principio, aunque más adelante se molían porque eran muy ricos en fósforo». Gaspar se fijó entonces en el potencial artístico de los colmillos y el resultado de sus encargos a joyeros de Santiago y Vigo no pudo ser más espectacular. Los motivos eran múltiples, pero los religiosos tenían una mayor predilección. «Como los colmillos son inclinados se prestan muy bien para las tallas de santos», señaló Fernando Massó.

Antonio Massó de Ariza, hijo del otro hermano Massó, recuerda que su padre usó sus conocimientos de dibujo para experimentar con el pirograbado en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Logró un equipo de la marca francesa Le Franc y empezó a probar reproduciendo las láminas de los incunables y otros libros antiguos del museo familiar. El resultado fue mejorando con el paso de los años y estas obras fueron objeto de dos exposiciones. La primera fue en Bilbao, en 1974 y la segunda en Barcelona dos años después. La belleza de las obras y su importancia etnográfica le hicieron merecer un prólogo entusiasta de José Filgueira Valverde, entonces director del Museo de Pontevedra.